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Abajo del campamento, en el bosque de tilos y arces, el viejo botánico que me ha acompañado a la montaña ha descubierto un haya gigantesca, de más de cuarenta metros de alto, único fósil vegetal superviviente de la era glacial, de más de un millón de años de antigüedad. Hay que levantar la cabeza para ver, en lo alto de sus desnudas ramas, unas tiernas hojas minúsculas. El tronco tiene un gran hueco que podría servir de madriguera a un oso. El viejo botánico me hace entrar en él asegurándome que, aunque se albergue allí un oso, sólo sería posible encontrarle en invierno. Me meto dentro: las paredes están tapizadas de musgo. También en el exterior el gran árbol se halla recubierto de aterciopelados musgos. Sus raíces y ramas enmarañadas se insinúan cual dragones y serpientes entre los matorrales y las altas hierbas.

– Joven, aquí tiene la naturaleza en estado realmente virgen -dice golpeando el tronco con su piolet. Llama a todos los miembros de la reserva «jóvenes». Ya sexagenario, conserva una salud envidiable. Valiéndose de su piolet a modo de bastón, no para de recorrer las montañas.

– Talan los árboles de madera preciosa para hacer materiales con ella. De no haber tenido este hueco, también éste hubiera caído. No puede decirse, en sentido estricto, que sea éste ya un bosque primitivo. Todo lo más es un bosque primitivo de «segundo orden» -suspira él.

Ha venido a recoger ejemplares de bambúes-flechas, el alimento de los pandas. Yo le acompaño introduciéndome entre la espesura de bambúes secos, más altos que un hombre. No encontramos ningún bambú vivo. Me explica que han de pasar sesenta años desde el momento que florecen y germinan y el que se secan, luego vuelven a echar brotes otra vez antes de un nuevo florecimiento. Tal es exactamente la duración de un kalpa, la sucesión de las existencias y de los renacimientos en la religión budista.

– El hombre sigue las vías de la Tierra, la Tierra sigue las vías del Cielo, el Cielo sigue las vía de la Vía, y la Vía sigue sus propias vías -recita con fuerte voz-, no hay que llevar a cabo actos en contra de la naturaleza, no hay que aspirar a lo imposible.

– ¿Qué valor científico reviste la salvación de los pandas?

– No es más que un símbolo, un consuelo, el hombre tiene necesidad de engañarse a sí mismo. Por un lado, salva una especie que ha perdido su capacidad de supervivencia, pero por otro, acelera la destrucción del entorno que le permite subsistir. Fíjate en las dos orillas del Minjiang, todos los bosques han sido talados y el mismo río no es más que una corriente de negro lodo. Y no hablemos ya del Yangtsé. ¡Y encima quieren hacer un lago artificial construyendo una presa a la altura de las Tres Gargantas! Por supuesto que es muy romántico tener proyectos fantásticos. La historia atestigua que ha habido varias veces hundimientos del terreno en esta región de falla geológica y la construcción de la presa va a destruir todo el equilibrio ecológico de la cuenca del Yangtsé. ¡Si nunca hay un gran terremoto, los cientos de millones de habitantes que viven en el curso inferior y medio del río se verán convertidos en peces! Por supuesto, nadie quiere escuchar las palabras de un viejo como yo. ¡El hombre saquea la naturaleza, pero la naturaleza acabará por tomarse venganza!

Estoy en el bosque en medio de los helechos que nos llegan hasta la cintura y cuyas enrolladas hojas se asemejan a inmensos embudos. De un verde esmeralda aún más vivo, las rodgersia aescidifolia son de siete hojas verticiladas. Por todas partes hay una atmósfera saturada de humedad. No puedo evitar preguntarle: