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– ¿No hay serpientes en esta maleza?

– Aún no es la estación, pero al comienzo del verano, cuando el tiempo se suaviza, se vuelven peligrosas.

– ¿Y bestias salvajes?

– ¡No es a ellas a las que hay que temer, sino más bien al hombre!

Me explica que en su juventud, se topó un día con tres tigres. La madre y su cría pasaron cerca de él. El tercero, el macho, levantó la cabeza y se acercó. Se miraron, luego el animal desvió la mirada y se alejó a su vez.

– Normalmente, el tigre no ataca al hombre más que cuando éste le persigue por todas partes con intención de exterminarlo. No se encuentra ya rastro de tigres en la China meridional. Tendrías que ser realmente afortunado para encontrar uno ahora.

Lo dice en un tono burlón.

– ¿Y el licor de huesos de tigres que venden por todas partes?

– ¡Es un puro camelo! Ni siquiera los museos consiguen tener ya ejemplares. En estos diez últimos años, no se ha comprado una sola piel de tigre en todo el país. Alguien fue a la aldea de Fujian para comprar un esqueleto de tigre, pero una vez analizado ¡se vio que se trataba de huesos de cerdo y de perro!

Se echa a reír, después, ahogándose, descansa un momento apoyado en su bastón de montañero:

– He escapado en varias ocasiones a la muerte en mi vida, pero nunca a causa de las garras de los animales salvajes. En cierta ocasión, fui secuestrado por unos bandidos que pretendían intercambiarme por un lingote de oro, creyendo que había nacido en una familia adinerada. No se imaginaban que un pobre estudiante como yo, que investigaba en las montañas, no tenía otros bienes que un reloj prestado por un amigo. Otra vez, fue durante un bombardeo japonés. La bomba cayó sobre la cumbrera de la casa donde yo vivía, haciendo volar todas las tejas del tejado, pero no estalló. La tercera vez fue cuando me denunciaron, acusado de ser «derechista» y enviado a una granja para ser reeducado. Durante el período de catástrofes naturales, no había ya nada que comer, mi cuerpo estaba cubierto de edemas y a punto estuve de palmarla. Joven, no es la naturaleza la que causa espanto, sino el propio hombre! Te bastará con familiarizarte con la naturaleza y ella se acercará a ti. El hombre, si es inteligente, por supuesto, es capaz de inventarlo todo, desde las calumnias hasta los bebés probeta, pero al mismo tiempo extermina a diario dos o tres especies en el mundo. Este es el gran autoengaño de los hombres.

En el campamento, sólo le tenía a él para charlar, tal vez porque era el único que provenía del mundo urbano; el resto, que trabajaban año tras año en estas montañas, eran tan taciturnos y parcos en el hablar como los mismos árboles. Al cabo de algunos días, partió a su vez. Yo estaba un tanto preocupado ante la idea de no poder comunicarme con los demás. Sabía que, a sus ojos, yo no era más que un viajero movido por la curiosidad. ¿Por qué, en el fondo, había venido a estas montañas? ¿Era para experimentar la vida en esos campamentos de investigación científica? ¿Qué sentido tenía este tipo de experiencia? Si era únicamente para huir de las dificultades que encontraba, había un medio aún más fácil. ¿Pensaba acaso descubrir otra vida? Alejarme lo más posible del mundo terriblemente aburrido de los humanos. Dado que huía del mundo, ¿para qué comunicarme con los hombres? La verdadera preocupación nacía de que no sabía lo que andaba buscando. ¡Demasiada reflexión, lógica, sentido! La vida misma no obedece a ninguna lógica, ¿por qué querer inferir su significado a fuerza de lógica? Y luego, ¿qué es la lógica? Yo creo que debería apartarme de la reflexión, pues ésta es la raíz de mi mal.

Pregunto a Lao Wu, el hombre que me ayudó a desembarazarme de una garrapata, si existen bosques primitivos aún por aquí.

El me responde que en otro tiempo los alrededores no estaban poblados más que de bosques primitivos.

Le digo que es evidente, pero que me gustaría saber dónde puedo encontrar todavía alguno.

– Pues bien, ve a la Peña Blanca. Hemos trazado un sendero.

Le pregunto si se trata de la roca blanca que surge en medio del mar de bosques, en lo alto de un acantilado al que se accede por el sendero que atraviesa un barranco, en la parte baja del campamento.

Él asiente con la cabeza.

Yo he ido ya allí, el bosque es mucho más frondoso, pero en los barrancos yacen troncos de árboles negros inmensos que no han sido arrastrados aún por las crecidas de los ríos.

– También allí han talado árboles -le digo.

– Fue antes de que se creara la reserva natural -aclara.

– A fin de cuentas, ¿existe todavía en esta reserva natural algún bosque primitivo que no haya sufrido los estigmas del trabajo humano?

– Por supuesto, pero para ello hay que ir hasta el río Zheng.

– ¿Se puede?

– Incluso nosotros, con todo nuestro material y nuestro equipamiento, no hemos llegado más allá de su zona central. Son inmensas gargantas de complejo relieve rodeadas de altas montañas nevadas de más de cinco o seis mil metros de altitud.

– ¿Qué hay que hacer para conseguir ver un verdadero bosque primitivo?

– El punto más cercano adonde hay que ir es el 11M 12M.

Se refiere a los puntos geodésicos señalados en el mapa, utilizados en topografía aérea.

– Pero no puedes ir allí solo.

Y me explica que el año pasado, dos licenciados universitarios que acababan de ser destinados al campamento se fueron, provistos de una brújula y de una bolsa de galletas, convencidos de que nada podía pasarles, pero que, por la noche, no regresaron. No fue hasta el final del cuarto día cuando uno de ellos, tras haber conseguido subir hasta la carretera, fue visto por un convoy que se dirigía hacia el Qinghai. Bajaron a buscar a su compañero, que ya se había desvanecido de hambre. Me aconseja que nunca me aleje solo y me advierte de que, si realmente tengo ganas de ir a ver ese bosque primitivo, me bastará con esperar a que uno de ellos se dirija en una operación hasta el punto 11M 12M para recoger las señales de actividad de los pandas.

9

¿Estás preocupada por algo?

Tratas de pincharla.

¿En qué lo notas?

Es evidente, una muchacha que se escapa hasta un lugar como éste.

Tú también estás solo, ¿no?

Lo tengo por costumbre. Me gusta pasearme solo, uno puede enfrascarse en sus propios pensamientos. Pero una muchacha como tú…

¡Ya basta! No sólo los hombres pensáis.

Yo nunca he dicho que tú no pensaras.

¡Y precisamente hay hombres que no piensan jamás!

Tú debes de haber tenido problemas.

Todo el mundo piensa, y no sólo cuando se tienen problemas.

No era mi intención discutir contigo.

Tampoco la mía.

Espero poder serte de ayuda.

Cuando la necesite.

¿No la necesitas ahora?

No, gracias. Lo único que necesito es estar sola y que no vengan a incordiarme.

Eso prueba que has tenido problemas.

Si tú lo dices.

Sufres de melancolía.

Es menos grave que eso.

Así pues, ¿reconoces que tienes problemas?

Todo el mundo los tiene.

Pero tú te los buscas.

¿Por qué?

No hay que ser muy sagaz para adivinarlo.

Eres verdaderamente astuto, tú.

Pero no hasta el punto de resultar molesto.

Lo que no es lo mismo que caer bien.

Pero espero que no te niegues a dar un paseo por la orilla del río.

Necesitas demostrarte a ti mismo que eres capaz aún de atraer a las jovencitas. Y ella termina por seguirte. Seguís el dique remontando el río. Tú necesitas buscar la felicidad, ella necesita buscar el sufrimiento.

Ella dice que no se atreve a mirar hacia abajo, tú dices que sabes muy bien que ella tiene miedo.

¿Miedo a qué?

Miedo al agua.

Ella se echa a reír, pero tú adviertes que su risa es un tanto forzada.