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Los repetidos redobles de tambor parecen salmodiar una leyenda sin palabras. Y sólo quedan los tejados de las casas que se oscurecen a medida que cambian el color del agua y la luz del cielo, las losas de piedra grisáceas confusamente distintas entre los patios de las casas, el barro que ha conservado la tibieza del sol, el aliento exhalado por los hocicos de los búfalos, los fragmentos de conversación que suben de las viviendas, que se dirían discusiones, y también el viento de la tarde, el temblor de las hojas de los árboles por encima de mi cabeza, el olor de la paja y del establo, el chapotear del agua que se agita, el chirrido de una puerta, tal vez, o de la roldana de un pozo, el piar de los gorriones y el arrullo de una pareja de tórtolas en alguna parte en su nido, las llamadas de las voces agudas de las mujeres y de los niños, el olor de la artemisia y el bordoneo de los insectos en vuelo, el barro seco bajo los pies, pero blando por debajo, el deseo latente y la sed de felicidad, las vibraciones que hacen nacer en el corazón los redobles de tambor, las ganas de caminar descalzo y de sentarme en el umbral de una puerta gastado por el paso de los hombres.

29

Un enviado del brujo de Tianmenguan, el Paso de la Puerta Celeste, vino a Mujiangping, la Terraza de los Ebanistas, para encargar a un viejo escultor una cabeza de la diosa Tianluo. Dijo que volvería a buscarla personalmente para ofrendarla el día veintisiete del duodécimo mes en el altar de sus antepasados. El enviado ofreció una oca en prenda y prometió que, si el trabajo era realizado en el plazo previsto, entregaría una jarra de aguardiente de arroz y media cabeza de cerdo; con todo lo cual el anciano podría festejar el Año Nuevo. Fue entonces cuando el viejo escultor se sintió presa del terror, dándose cuenta de que tenía los días contados. La diosa Guanyin es dueña y señora de nuestra vida y la diosa Tianluo de nuestra muerte; ésta venía a urgirle para que pusiera fin a su vida.

En los últimos años, al margen de su trabajo de ebanista, había hecho bastantes esculturas, había tallado figuras del dios de la Riqueza, del monje abstinente, del encargado del registro de los vivos y de los muertos, había fabricado también para las compañías teatrales nuo series completas de máscaras, Zhang Kaishan mitad hombres y mitad dioses, Mashuai mitad hombres y mitad dioses, pequeños demonios mitad hombres y mitad diablos, amén de figuras cómicas de Qintong en actitudes gesticulantes. Para gentes venidas de allende la montaña, había tallado también figuras de Guanyin, pero lo cierto es que nadie le había encargado todavía la feroz figura de la diosa Tianluo, la que gobierna la vida de los seres, y resultaba que ahora ella había venido a reclamarle su vida. ¿Cómo podía ser tan atolondrado como para haber aceptado con tanta facilidad? Había sido a causa de su vejez, de su gran codicia. Bastaba con que le tentaran con algún objeto de valor para que esculpiera cualquier cosa. Todo el mundo coincidía en decir que sus esculturas rebosaban de vida. A simple vista, uno podía reconocer al dios de la Riqueza, al Mandarín de las Almas, a un Luohan sonriente, al monje abstinente, al encargado del registro de los vivos y de los muertos, al general Zhang Kaishan, a un Mashuai o a un pequeño demonio, a una Guanyin. Nunca antes había visto ninguna Guanyin, tan sólo sabía que era una madre que favorecía el nacimiento de los hijos. Cuando una mujer llegada de allende las montañas le trajo dos pies de tela roja para encargarle una figurita de Guanyin, ella pasó la noche en su casa. A la mañana siguiente, volvió a partir contentísima, llevándose consigo a la Guanyin que él había creado con sus manos en espacio de una noche. Pero en toda su vida nunca había esculpido a la diosa Tianluo, en primer lugar porque nadie se lo había pedido y, en segundo, porque esta figura feroz no podía ser expuesta más que en el altar de un brujo. No pudo reprimir un estremecimiento. Se le heló la sangre; sabía que la diosa Tianluo le atraía ya hacia ella, esperando arrebatarle la vida.

Trepó sobre una pila de leña para coger un trozo de boj que se estaba secando sobre una viga, una madera de finas nervaduras, imposible de deformarse ni de resquebrajarse. Lo había guardado allí hacía varios años, sin decidirse a emplearlo para un encargo corriente. Una vez subido sobre la pila de leña, al alargar la mano para apoderarse del trozo de madera, se le resbaló un pie y la pila se desmoronó. Estaba muy asustado, pero comprendió lo sucedido. Con el trozo apretado entre sus brazos, fue a sentarse sobre un tocón de arce que le servía de tajo. Para un trabajo normal, desbastaba el material bruto con unos pocos hachazos, sin pensar demasiado, luego lo trabajaba a escoplo y, siguiendo las virutas levantadas por la hoja, sacaba la forma. Era algo rutinario. Pero nunca había tallado ninguna diosa Tianluo y se quedó allí sentado, como estupefacto, con su trozo de madera entre los brazos. Al sentir que le entraba frío, dejó la madera en el suelo. Volvió dentro de la casa, donde se sentó sobre un madero renegrido por el humo del hogar y reluciente a base de haber sido pulido por todas las posaderas que se habían sentado en él. Su final estaba próximo. Era consciente de que no acabaría el año. Le encargaban esta estatuilla para el veintisiete del duodécimo mes, justo antes de la ofrenda al genio del hogar, sin esperar siquiera al decimoquinto día del primer mes, la Fiesta de las Linternas. No le dejarían pasar en modo alguno el Año Nuevo en paz.

Había cometido muchos crímenes, dice ella.

¿Eso es lo que dijo la diosa Tianluo?

Sí, dice ella, no era un buen anciano, no fue capaz de contentarse con su suerte.

¿Sedujo a la joven que vino a pedirle un hijo?

Era esa joven la que era despreciable, pues consintió en todo.

¿Acaso eso no es pecado?

No necesariamente.

Pues bien, sus pecados son…

Que abusó de una muchacha muda.

¿En su casa?

No, eso no se habría atrevido a hacerlo, era un día en que estaba fuera. Los artesanos como él que trabajan lejos de sus casas permanecen mucho tiempo solos. Tienen un poco de dinero y mucha gramática parda. Encontrar mujeres para acostarse con ellas no es difícil. Algunas lo hacen por afán de lucro. Pero él no hubiera debido engañar a una muda. La deshonró, se divirtió con ella y luego la dejó tirada.

Cuando la diosa Tianluo vino a arrebatarle la vida, ¿él pensó que era por esa muda?

Seguramente debió de pensar en ello, pues ella se le apareció sin que él pudiera borrarla de su mente.

Así pues, ¿era una venganza?

Sí. ¡Es la venganza que esperan todas las muchachas que han sufrido alguna humillación! ¡De vivir ella aún, de poder volver a encontrarle, le sacaría los ojos, le cubriría de insultos de lo más hirientes, pediría a los demonios que se lo llevaran hasta el decimoctavo círculo de los infiernos, le infligiría las peores torturas! Pero esta muchacha era muda, no tenía modo alguno de hacerse comprender y, al quedar embarazada, la echaron de su casa, y ella se puso a andar por esos mundos de Dios, prostituyéndose y mendigando. Se convirtió en una masa de carne corrompida y repugnante. Al principio, no dejaba de tener su encanto y habría podido perfectamente casarse con un honesto campesino y llevar una vida conyugal normal y corriente. Habría tenido un hogar para protegerse y traer hijos al mundo, y, a su muerte, habría tenido incluso un ataúd.

Él no pensó en todo eso, no pensó más que en sí mismo.

Pero los ojos de esa muchacha no dejan de mirarle fijamente.

Los ojos de la diosa Tianluo.

Los ojos de esa muchacha muda.

¿Sus ojos llenos de terror cuando él la poseyó?