Выбрать главу

¡Sus ojos llenos de sed de venganza!

Sus ojos suplicantes.

Ella no podía suplicar, se tiraba de los pelos llorando.

Ella la miraba, despavorido,

no, ella gritaba…

Pero nadie comprendía el sentido de sus gritos confusos y todo el mundo se reía. Y él también se reía en medio de la multitud.

¡Increíble!

¡Sí! En esa época, no conocía aún el miedo y estaba satisfecho de sí mismo. Pensaba que nadie podría descubrirle.

¡El destino acabaría vengándose de él!

Por eso la diosa Tianlou se presentó mientras él atizaba las brasas, apareció entre las llamas y el humo. Él cerró con fuerza los ojos y se le saltaron las lágrimas.

¡No le muestres bajo su mejor aspecto!

Todo el mundo llora cuando tiene los ojos llenos de humo. Él se sonó la nariz con sus dedos ásperos cual astillas de madera seca, se fue al patio renqueando mientras arrastraba sus chinelas, cogió entre sus brazos el trozo de boj, y, acurrucado cerca del tocón de arce, estuvo esculpiendo con el hacha hasta la noche. Luego regresó a su casa, con el trozo de madera entre los brazos. Sentado al amor del fuego, se lo metió entre las piernas y lo acarició con sus callosas manos. Sabía que era la última figurita que tallaba en su vida y temía no tener tiempo suficiente para terminarla. Quería conseguirlo antes de que despuntara el día, pues sabía que en ese instante desaparecería la imagen que conservaba en él, en la punta de sus dedos, la silueta de la muchacha, su boca, su labio superior que apretaba con fuerza cuando meneaba la cabeza, el lóbulo de sus orejas tan tierno pero particularmente carnoso, por el que tendría que pasar unos grandes aretes; su piel tensa pero flexible al mismo tiempo, su rostro terso y delicado y, por último, su nariz y su barbilla prominentes, pero sin salientes aristas. Su mano se introdujo dentro del cuello alto de su traje…

Por la mañana, los aldeanos que se dirigían a la feria de Luofengpo a hacer sus compras de Año Nuevo le llamaron, pero él no respondió. La puerta estaba abierta de par en par y flotaba un olor a quemado. Las gentes entraron y le descubrieron, desplomado dentro del hogar. Estaba ya muerto. Algunos dijeron que si había sido víctima de un ataque, otros que si había muerto abrasado. A sus pies yacía una figurita de la diosa Tianluo casi acabada, tocada con una corona de espinas. En el borde de su tocado había abiertos cuatro agujeritos. De cada uno de ellos asomaba una tortuga negra, con la cabeza estirada, como una bestia salvaje al acecho, agazapada en su madriguera. Los párpados de la escultura estaban caídos, como si estuviera en un estado de duermevela. La fina arista de su nariz unía dos cejas arqueadas que daban la impresión de estar ligeramente fruncidas, y tenía sus labios, pequeños y delgados, fuertemente apretados, como mostrando desprecio hacia la vida, pero sus pupilas negras, apenas perceptibles, desprendían un brillo glacial. Sus cejas, sus ojos, su nariz, su boca, su rostro, su barbilla, su cuello fino y largo, todo reflejaba la delicadeza de una muchacha; tan sólo los lóbulos de sus orejas, carnosos y firmes, de los que pendían unos aretes de cobre en forma de hierros de lanza dejaban apuntar cierta seducción. Su cuello, en cambio, estaba estrangulado por el cuello de su traje que subía muy alto. Y he aquí cómo esta diosa Tianluo fue ofrendada en el altar del hechicero de Tianmenguan, el Paso de la Puerta Celeste.

30

Desde hacía mucho tiempo había oído leyendas sobre la célebre serpiente qi y su terrible veneno. En el campo, se la conoce a menudo como el Dragón de los Cinco Pasos, pues se afirma que su picadura provoca la muerte de un hombre o de una bestia antes de que les dé tiempo a recorrer cinco pasos. Otros afirman que hay pocas posibilidades de escapar a ella si se pasa a menos de cinco pasos de donde está. Es probablemente a ella a quien se refiere el proverbio: «El más poderoso de los dragones no es capaz de vencer a la primera serpiente terrestre». Todos coinciden en señalar que es distinta del resto de serpientes venenosas. Incluso la serpiente de anteojo, por más peligrosa que sea, puede ser fácilmente espantada por el hombre. Cuando ataca, levanta bien alto la cabeza y se yergue emitiendo unos gritos para aterrorizar al hombre. Cuando uno se tropieza con ella, puede protegerse muy fácilmente arrojando alguna cosa a su lado. Si uno no tiene nada que tirarle, basta con lanzar los propios zapatos o bien el sombrero y escapar en el momento en que la serpiente los ataca, creyendo haber capturado una presa. Pero, cuando uno se encuentra a una serpiente qi, de ocho o nueve casos sobre diez, ataca antes de que uno haya tenido tiempo siquiera de advertirla.

En las zonas montañosas del sur del Anhui, he oído historias casi míticas sobre esta serpiente. Cuentan que es capaz de organizarse en orden de combate y que delimita su territorio con la ayuda de un hilo más fino que una telaraña. Si lo toca un animal, ella le ataca, con la celeridad del rayo. No es de extrañar, pues, que en todas partes donde vive esta serpiente circulen toda clase de fórmulas mágicas. Se afirma que tienen un poder protector si se dicen en silencio, pero que los montañeses no las transmiten a los extraños. Cuando van a cortar madera llevan tobilleras a modo de polainas o calcetines muy altos, confeccionados con tela de toldo. Los habitantes de la cabeza de distrito, poco habituados a la montaña, me han contado cosas aún más aterradoras: estas serpientes son capaces de picar incluso a través de unos zapatos de cuero, y me han aconsejado que lleve conmigo un antídoto aun cuando, en realidad, no tiene ningún efecto sobre la serpiente qi.

Por la ruta que lleva de Dunxi a Anqing, pasando por Shitai, he conocido en una pequeña fonda, cerca de la estación de autobuses, a un campesino manco. Me ha contado que fue él mismo quien se cortó la mano tras picarle una serpiente qi. Quizá sea el único superviviente de una picadura semejante. Lucía un sombrero de paja flexible de estrechas alas, en forma de sombrero de ceremonia, el tipo de tocado que los campesinos llevan para dirigirse al desembarcadero, signo distintivo de los hombres de experiencia. Yo había pedido un cuenco de sopa de tallarines en esa fonda instalada bajo un toldo blanco.

Sentado justo enfrente de mí, manejaba los palillos con la mano izquierda, mientras agitaba sin cesar ante mis ojos el muñón de su brazo derecho. No sin cierta incomodidad, yo le dirigí la palabra, pensando que le gustaría quizá charlar:

– Amigo, ¿te importaría contarme cuál fue la causa de esa amputación? Te invito a tu cuenco de tallarines.

Él me contó su experiencia.

Había ido a la montaña a buscar madera de cambronera.

– ¿De qué?

– De cambronera. Eso cura los celos. Mi mujer es terrible. Tan pronto como me dirige la palabra otra mujer, quiere lanzarme un cuenco a la cabeza. Quería hacerle tomarse una infusión de cambronera.

– ¿Es un remedio tradicional?

– Pues no -dijo él riendo burlonamente.

Bajo su sombrero de paja, abrió una ancha boca que lucía un diente de oro. En realidad, estaba bromeando.

Me explicó que formaba parte de una cuadrilla que se dedicaba a la tala árboles para hacer carbón vegetal. En aquel tiempo, no existía aún la moda de comerciar con la madera, como en nuestros días, y, para sacarse un poco de dinero, los montañeses fabricaban carbón vegetal. No faltaban los que talaban furtivamente árboles de propiedad comunal, que estaban a cargo de los equipos de trabajo locales. Pero era algo ilegal, y él no quería hacer este tipo de cosas ilegales. De todas formas, había que saber cómo hacer carbón vegetal. Él buscaba sobre todo el roble de corteza blanca, pues el carbón que se obtiene de él es de un color gris plateado y resuena con un sonido claro cuando uno lo golpea. Con una carga de este combustible, se saca lo mismo que con dos cargas de carbón normal. Le dejé hablar a su antojo, de todas formas no pensaba invitarle más que a un cuenco de tallarines.