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Me contó que él andaba a la cabeza, hacha en mano. Sus compañeros se quedaron atrás charlando y fumando. Acababa de agacharse cuando sintió un estremecimiento glacial que le subía desde la planta de los pies. Pensó que había tenido algún percance. Se sintió como un perro solitario que, tan pronto como ha olido el rastro del leopardo, no se atreve ya a avanzar un paso más y se pone a gimotear igual que un gato. En ese momento, se le aflojaron las piernas. Ni el mozarrón más fuerte, si se encuentra con una serpiente qi, tiene la menor posibilidad de salir indemne. Y él la vio, enroscada sobre una piedra entre unos espinos, con la cabeza alzada por encima del cuerpo recogido en una compacta bola. En menos de lo que cuesta decirlo, blandió su hacha, pero en un abrir y cerrar de ojos sintió un intenso frío en su muñeca, un largo estremecimiento agitó su cuerpo, como si lo hubiera recorrido una corriente eléctrica. Un negro velo cruzó por sus ojos, el sol se oscureció, se le heló el corazón y no oyó ya ni el ruido del viento, ni el canto de los pájaros, ni el estridor de los grillos. El siniestro color del cielo se ensombreció, el sol y los árboles no difundieron ya más que una tenue luz. Se dio cuenta de que su cerebro aún funcionaba, que había que darse prisa, no podía morir, aún le quedaba una oportunidad y, con su hacha, se cortó la muñeca. Al punto se acuclilló y se apretó las venas de su brazo mutilado. La sangre manaba humeante sobre las piedras a cuyo contacto se descoloría para transformarse en burbujas de un amarillo pálido. Sus compañeros se lo llevaron inmediatamente al pueblo, llevándose con ellos también la muñeca cortada, negruzca, cubierta de una manchas moradas. El fragmento de brazo que quedaba estaba asimismo negro. Una vez agotados todos los medicamentos de medicina china contra las picaduras de serpiente, su cuerpo recuperó el calor.

– Menudas agallas que tienes.

De haber vacilado un solo instante, o de haber sido picado un poco más arriba, no lo habría contado.

– Perder una mano a cambio de la vida, bien vale la pena, ¿no crees? Incluso la mantis religiosa es capaz de desembarazarse de sus pinzas cuando no consigue liberarse.

– Pero ella es un insecto.

– ¿Y qué? ¿Acaso los hombres valen menos que los insectos? El zorro también es capaz de roerse una pata para escapar cuando cae en una trampa. El hombre es tan inteligente como el zorro.

Dejó un billete de diez yuanes sobre la mesa, negándose a que yo pagara sus tallarines, declarando que ahora se dedicaba al comercio, y que un hombre de letras como yo debía ganar menos que él.

A todo lo largo de mi periplo, he indagado sobre esta serpiente y he terminado viéndolas en el camino que lleva a los montes Fanjing. Estaban puestas a secar, enroscadas sobre el tejado de una tienda de un lugar llamado Minxiao o Shichang. Correspondían a la descripción que de ellas hace el mandarín de los Tang, Liu Zongyuan: «Negras, adornadas de blanco». Constituyen un material precioso para la medicina china y son un buen remedio para distender los músculos y activar la sangre, evitar el reumatismo y curar los resfriados. Como su precio es elevado, siempre hay hombres valerosos dispuestos a jugarse la vida para capturarlas.

Liu Zongyuan calificó a este animal de «más terrible que un tigre». A continuación, atacó la tiranía diciendo que era más horrible que esta serpiente. El era alto funcionario, mientras que yo soy un ser normal y corriente. El era mandarín y debía ocuparse prioritariamente de las desdichas de la tierra. Yo, que recorro el mundo, no me preocupo más que de mi propia existencia.

Ver estas serpientes secas enroscadas no me bastaba. Querría encontrarlas vivas para aprender a reconocerlas y a defenderme de ellas.

He podido, por fin, ver dos al pie de los montes Fanjing, el reino de las serpientes venenosas. Se las confiscaron a un cazador furtivo en un puesto de control de la reserva natural. Estaban encerradas en una jaula con barrotes y he podido examinarlas a placer.

Su nombre científico es Agkistrodon acutas. Los dos ejemplares eran de un metro de largo y menos gruesos que la muñeca, sus colas sumamente delgadas. Sus cuerpos estaban cubiertos de motivos triangulares pardo oscuro y gris alternando de manera poco clara. Otro apelativo popular las denomina «serpiente damero». Exteriormente, nada deja adivinar su ferocidad. Enroscadas sobre una piedra en la montaña, se asemejan a un terrón. Cuando se las examina de cerca, su cabeza triangular de un color marrón mate, sus pronunciadas fauces terminadas en una escama en forma de anzuelo, sus ojos tristes, les confieren un aspecto cómico de avidez que recuerda infaliblemente al personaje de un payaso de la ópera de Pekín. De hecho, no se fían en absoluto de su vista para detectar a sus presas. Entre sus fauces y ojos se aloja una cavidad que constituye un órgano sensible al calor, concretamente a los rayos infrarrojos. Así pueden calibrar en un radio de tres metros un mínimo cambio de una vigésima de grado de temperatura. Basta con que aparezca a su alrededor un animal que tenga una temperatura más alta que la suya para que lo detecten y lo ataquen. Estos detalles me fueron revelados más tarde, cuando fui a los montes Wuyi, por un especialista en picaduras de serpiente que trabajaba en la reserva natural.

Y en mi camino, en el curso superior del río Chen, afluente del Yuan, las aguas del Jin, no contaminadas e impetuosas, son especialmente cristalinas. Los jóvenes guardianes de búfalos se dejan arrastrar por la corriente en medio del río lanzando agudos gritos. A varios cientos de metros de la orilla, los paseantes se paran, de tan claros como les llegan sus gritos. En la parte baja de la carretera, una joven desnuda se lava en el río y, cuando ve pasar el autobús, se endereza cual una grulla damisela, vuelve la cabeza y se pierde en su contemplación. Bajo el sol abrasador de mediodía, la luz que se refleja en el agua es cegadora. Pero todo esto, por supuesto, no tiene nada que ver con la serpiente qi.

31

Ella rompe a reír, tú le preguntas por qué. Ella dice que está contenta, pero sabe perfectamente que, en el fondo, no lo está; sólo lo aparenta, no quiere que la gente sepa que está triste. Dice que iba un día por la calle cuando vio a un hombre correr detrás de un tranvía que arrancaba. Él avanzaba de puntillas y daba saltitos gritando con todas sus fuerzas, pues uno de sus zapatos se le había quedado atrapado en la puerta al bajar. Era con toda seguridad un provinciano venido del campo. Cuando ella era pequeña, sus profesores le enseñaban a no burlarse de los campesinos, y, una vez adulta, su madre le rogaba que no se riera tontamente delante de los hombres; pero ella, en aquel momento, no pudo dejar de echarse a reír. Cuando se reía de esa manera, los hombres la miraban. Más tarde, se dio cuenta de que riendo así, les atraía realmente. Los hombres animados de malas intenciones creían que se hacía la coqueta. Los hombres siempre tienen una forma de mirar distinta con las mujeres, no debes llamarte a engaño.

Ella dice que la primera vez que se entregó a un hombre que no amaba, él no sabía que ella era virgen; le preguntó por qué lloraba, cuando la poseyó, echado encima de ella. Ella dijo que no era porque él le hiciese daño, sino porque sentía compasión de sí misma. Él secó sus lágrimas, unas lágrimas que no eran, sin embargo, por él. Ella apartó su mano, abotonándose las ropas y arreglándose el pelo ella sola, no quería que él la ayudase. Cuanto más la ayudase él, peor andarían las cosas. Gozó de ella aprovechándose de una debilidad pasajera que había tenido.

No puede decir que él la forzara, la invitó a su casa a almorzar. Ella fue y se tomó una copa de aguardiente. Parecía feliz, pero aquello no era verdadera alegría y se rió de la misma manera que lo hace hoy.

Dice que no fue del todo culpa de él, que en aquel entonces ella quiso simplemente ver qué pasaba. Se bebió entero el medio vaso de aguardiente que él le sirvió. La cabeza le daba un poco de vueltas, no sabía que ese aguardiente fuese tan fuerte, sentía que su rostro se ruborizaba y comenzó a reírse tontamente. Entonces él la besó, tumbada sobre la cama, es cierto, ella no se resistió cuando él le levantó la falda, es consciente de ello.