Выбрать главу

Tú dices que a continuación se sucedieron las catástrofes. En aquel entonces eras aún chico, no podías llevar un fusil, ni cazar con ellos. No podías sino seguirles, azada al hombro, para desenterrar brotes de bambú. Tu bisabuelo estaba ya giboso; y, en la nuca, le había salido una gruesa protuberancia carnosa, debido a todos los árboles que había transportado. Tu padre te dijo que en su juventud era un cazador sin igual; sin embargo, cayó muerto dos días después de haber visto al niño rojo. La bala le perforó el occipucio, volviéndole a salir por el ojo izquierdo. Bañado en un mar de sangre, consiguió alcanzar el umbral de su casa donde entregó su alma, manchando a su paso las raíces del viejo alcanforero del patio. Tu bisabuela no lo descubrió hasta el amanecer, al levantarse para preparar la comida para los cerdos. Ella no oyó ningún grito durante la noche.

Ella dice que en la mesa no habló más que de su escuela, de cosas que no le importaban. Tras la comida, le propuso ir a dar una vuelta por el parque y, una vez a la sombra de los árboles, se comportó como lo hacen todos los hombres. Achispado por el alcohol, quiso besarla, pero ella lo rechazó. Le dijo que lo seguiría llamando Tío Cai, que sólo quería que supiera cuánto lo había querido, y lo mal que le sabría entregarse a alguien que no la amara. Ella perdió la cabeza por un instante, ese hombre se divirtió con ella, sí, eso es, empleaba la palabra divertirse, ella cedió a un impulso. Al oírle hablar así, él quiso cogerla entre sus brazos, pero ella se escabulló.

Tú dices que en ese instante no había amanecido aún del todo. Tu abuela primero tropezó con él y luego se puso a pegar gritos, perdiendo acto seguido el conocimiento. En aquella época, ella estaba en estado de tu padre. Fue tu abuelo quien arrastró el cuerpo dentro de casa. Él dijo que tu bisabuelo había caído en una emboscada, que había sido alcanzado por la espalda, por un cartucho lleno de limaduras de hierro para la caza del jabalí. Tu abuelo dijo también que, poco tiempo después de su muerte, el fuego prendió en la montaña y que el incendio arrasó el bosque por espacio de diez días seguidos. Imposible extinguir semejantes llamas. Su luz iluminaba el cielo, transformando el monte Huri en un verdadero volcán. Tu abuelo dijo que tu bisabuelo fue abatido en el momento en que se declaró el incendio. Más tarde, afirmó sin embargo que la muerte de tu bisabuelo no tenía ninguna relación con el niño rojo, que había caído en la emboscada de un enemigo personal. Hasta su muerte, tu abuelo quiso dar con el asesino de su padre, pero cuando tu padre te contó esta historia se limitó a dejar escapar un suspiro sin decir nada más.

Ella dice que él también le declaró que la amaba, pero ella le dijo: «¡Eso no es cierto!». Afirmaba haber pensado realmente en ella, pero era demasiado tarde. Él preguntó por qué. ¡Vaya una pregunta! El preguntó por qué no iba a poder besarla ni una sola vez. Ella dijo que podía acostarse con cualquier hombre, excepto con él. «¡Largo! -exclamó ella-, nunca podrás comprenderlo.» Ella le odiaba, no quería verle más. Le rechazó con todas sus fuerzas.

Tú dices que no es cierto que sea enfermera, que no ha hecho más que contarte mentiras a lo largo de todo el camino, que no se refería a ninguna amiga, sino que hablaba de sí misma, de su propia experiencia. Ella te replica que tampoco tú hablas de tus propios bisabuelos, abuelo, padre y de ti mismo, que inventas historias para infundirle miedo. Le dices que la avisaste de que se trataba de un cuento para niños, pero ella responde que no es una niña, que ya no se dedica a escuchar este tipo de cuentos, que lo único que desea es vivir realmente, que no cree ya en el amor, que está ya cansada, que los hombres son todos unos lúbricos. «¿Y las mujeres?», preguntas. Son también viles, dice ella, ya lo ha visto todo, no tiene ya ilusión por la vida, no quiere sufrir tanto, no aspira más que a un simple instante de felicidad. Te pregunta si la deseas aún.

¿Aquí, sobre esta tierra empapada?

Es más excitante, ¿o no?

Tú dices que es un ser verdaderamente abyecto. ¿No es eso precisamente lo que les gusta a los hombres?, pregunta ella. Es simple, fácil, y además es excitante, y cuando se acabó, se acabó. ¿Con cuántos hombres te has acostado?, le preguntas. Más de cien, por lo menos. No la crees.

¿Qué es lo que hay que creer o no creer? En realidad es muy simple, a veces, basta con algunos minutos.

¿En el ascensor?

¿Por qué en el ascensor? Has visto eso en las películas occidentales. Puede hacerse en todas partes, bajo un árbol, en el rincón de una tapia…

¿Con un hombre al que no se conoce de nada?

Es aún mejor, así no se corre el riesgo de sentirte incómoda si te lo vuelves a encontrar.

Tú le preguntas si ella hace eso a menudo.

Sólo cuando tengo ganas.

¿Y cuando no encuentras hombres?

No son difíciles de encontrar. Te siguen a una simple mirada.

Tú dices que, a una simple mirada por su parte, no estás seguro de que la siguieras.

Ella dice que tú tal vez no te atrevieras, pero que algunos sí que se atreven. ¿No es eso lo que quieren los hombres?

Pues bien, te diviertes con los hombres.

¿Por qué sólo los hombres iban a poder divertirse con las mujeres? ¿Qué tiene ello de extraño?

Es tanto como decir que ella se divierte consigo misma.

¿Y por qué no?

¡En este barro!

Luego ella te dice riendo quedamente que te aprecia, pero que no se trata de amor. Y también que debes andarte con cuidado en el caso de que ella se ponga verdaderamente a amarte…

Sería una catástrofe.

¿Para ti o para ella?, pregunta.

Para ti y para ella.

Eres realmente inteligente. Ella dice que le gusta de ti esta inteligencia.

Dices que es una lástima que no sea tu cuerpo.

Ella dice que, de cuerpo, todos los hombres tienen uno. Añade a continuación que no tiene demasiadas ganas de cansarse en la vida y deja escapar un hondo suspiro antes de pedirte que le cuentes una historia alegre.

¿Hablar otra vez del fuego? ¿Ese niño rojo con el culo al aire?

Lo que tú quieras.

Tú dices entonces que ese genio del fuego, Zhurong, el niño rojo, era el dios de esta gran montaña. Al pie del monte Hurí, el templo del genio del fuego fue dejado en estado de abandono, los hombres habían olvidado hacer sacrificios allí, utilizaban el aguardiente y la carne para su uso personal. El dios olvidado por todos montó en cólera y cuando tu bisabuelo…

¿Por qué no continúas?

La noche de su muerte, mientras todo el mundo estaba profundamente dormido, una luz resplandeciente inundó la oscura montaña. Cuando el viento lanzó unas ráfagas de olor a quemado, las gentes comenzaron a ahogarse en pleno sueño y se levantaron a todo correr. A la vista del fuego, se quedaron desconcertados. Por la mañana, la humareda lo había invadido todo, era ya demasiado tarde para partir. Los animales salvajes, presa del pánico, huían delante del fuego; los tigres, los leopardos, los jabalíes, los lobos se refugiaban en confuso desorden en el torrente. Únicamente sus aguas impetuosas impedían al fuego progresar. La multitud concentrada en la orilla para contemplar el incendio vio de repente volar una gran ave roja de nueve cabezas. Echando fuego, con su larga cola dorada desplegada, lanzando un grito semejante a los vagidos de un recién nacido, desapareció en los cielos. Unos árboles seculares gigantescos eran propulsados al aire cual plumas, luego volvían a caer en la hoguera emitiendo grandes crujidos…