Выбрать главу

– Eso lo he visto -digo yo- en una exposición probablemente montada por esta Sociedad. También he visto fotos ampliadas de huellas de pasos. Por otra parte, se ha publicado un volumen de documentos que incluye las menciones del hombre salvaje que se encuentran en los libros antiguos, así como reportajes extranjeros sobre el yeti y fotos de huellas de pasos gigantes. También contiene relatos de testigos oculares.

Quiero mostrarle que abundo en el mismo sentido de lo que él dice.

– He visto también la foto de un pie de hombre salvaje.

– ¿Cómo era? -pregunta inclinándose hacia mí.

– Como el de un panda, estaba disecado.

– Entonces, es falso -dice sacudiendo la cabeza-, el panda es el panda, un pie de hombre salvaje es más grande que el de un panda, más o menos como el de un hombre normal. ¿Por qué cree que le he hablado primero de los dientes de monos de antaño? En mi opinión, ¡el hombre salvaje es un pitecántropo que no ha evolucionado para convertirse en un hombre! ¿Qué piensa usted de ello?

– No estoy seguro -digo tras haber lanzado un bostezo, debido sin duda al aguardiente de arroz.

Él se despereza, bosteza a su vez, fatigado de haber pasado la jornada entre reuniones y banquetes.

Al día siguiente, continúan su reunión. Me veo obligado a descansar una jornada más, pues, según el conductor, la carretera no ha sido reparada. Me dirijo otra vez a ver al jefe de sección:

– No quisiera molestarle en medio de su reunión, pero ¿no habría un viejo mando que conociese la historia local? Me gustaría charlar con él.

Me indica un antiguo jefe de distrito de tiempos del Kuomintang, liberado de los campos de trabajo:

– Lo sabe todo, ese viejo. Es verdaderamente un intelectual. El grupo que ha sido creado recientemente para compilar los anales del distrito va a menudo a consultarle para que controle sus materiales de base.

Tras haberme informado de casa en casa, acabo dando con él en una callejuela húmeda y fangosa.

Se trata de un anciano delgado, de mirada penetrante. Me invita a sentarme en la estancia principal de su casa y, carraspeando, me invita a té y pipas de sandía. Está a todas luces muy inquieto, no comprende el motivo de mi visita.

Le explico que tengo intención de escribir una novela histórica sin ninguna relación con el período actual. He venido expresamente a verle para que él me aconseje. Aliviado, deja de carraspear y de agitarse, enciende un cigarrillo y, con la espalda recta como una i, se apoya contra el respaldo de una silla de madera. Comienza con aplomo:

– Bajo los Zhou del Oeste, este lugar formaba parte del país de Peng y, en la época de las Primaveras y Otoños, pertenecía al país de Chu; bajo los Reinos Combatientes se convirtió en un lugar estratégico que Qin y Chu se disputaban. A partir del momento en que se recrudeció la guerra, las gentes cayeron como moscas. Aunque eso sucediera hace mucho tiempo, el país quedó desierto después de que la población cruzara los pasos. De una población de tres mil hombres, no quedaron más que el diez por ciento. Además, desde la revuelta de los Turbantes Rojos, bajo los Yuan, los bandidos no han cesado de infestar la región.

No sé si considera a los Turbantes Rojos como unos bandidos.

– El poder de Li Zicheng en las postrimerías de los Ming no fue aniquilado hasta el año 2 de la era Kangxi. El primer año de Jiaqing, este lugar estaba totalmente controlado por la secta del Loto Blanco. Zhang Xianzhong y el ejército Nian también se apoderaron de él. Luego hubo el ejército Taiping y, durante la República, los bandidos mandarines, los bandoleros y los soldados en desbandada han sido muy numerosos.

– Así pues, ¿este lugar ha sido siempre una guarida de malhechores?

Ríe sin responder.

– Cada vez que se restablecía la paz, la población aumentaba con nuevos recién llegados. Se dice en los libros de historia que el rey Ping de Zhou recopiló aquí canciones folclóricas, lo cual viene a demostrar que debían de ser florecientes más de setecientos años antes de nuestra era.

– Esto es demasiado antiguo -le digo-. ¿Podría hablarme de hechos que haya vivido usted mismo? Por ejemplo, ¿qué clase de desórdenes causaban esos bandidos en la época de la República?

– Por lo que se refiere a los bandidos mandarines, puedo ponerle un ejemplo. Una división de unos dos mil hombres se amotinó. Violaron a varios centenares de mujeres y se llevaron consigo a más de doscientos rehenes, entre niños y adultos, con el fin de intercambiarlos por fusiles, municiones, algodón y lámparas. Entregada a su debido tiempo, una cabeza humana reportaba cada vez unos mil o dos mil yuanes de plata, pagaderos antes de determinado plazo. Había sido designada una persona para llevar el dinero a un lugar convenido. En caso de retraso, aunque sólo fuera de medio día, los niños apresados como rehenes eran ejecutados. Y, a veces, los que pagaban el rescate no recibían a cambio más que una oreja cortada. En cuanto a los facinerosos que no estaban organizados en bandas, se limitaban a coger el dinero y algunos objetos, dando muerte a quienes trataban de presentarles resistencia.

– ¿Y ha conocido períodos de paz y de prosperidad?

– ¿De paz y de prosperidad?… -Sacude la cabeza, reflexiona un poco-. Sí, los ha habido. En esa época, yo iba a la cabeza de distrito, para la feria del templo, el tercer día del tercer mes: calculo que debía de haber nueve escenarios de teatro con vigas pintadas y esculpidas, y una decena de compañías que se sucedían día y noche. Tras la revolución de 1911, durante el quinto año de la República, las escuelas de la cabeza de distrito pasaron a ser mixtas y se organizaba en ellas grandes encuentros deportivos, las deportistas femeninas corrían en pantalón corto. Tras el año 26 de la República, las costumbres volvieron a cambiar y, cada año, desde el primer día del año hasta el dieciséis del mes, se instalaban en el cruce de las calles vanas decenas de mesas de juego. En una noche, un gran hacendado perdió ciento ocho templos dedicados a las divinidades locales. ¡Imagínese lo que ello significa en campos y bosques! De burdeles había más de veinte. No tenían ningún letrero, pero lo eran realmente. La gente venía a ellos día y noche de varios cientos de lis a la redonda. A continuación, hubo la lucha entre los tres señores de la guerra, Chiang Kaichek, Feng Yuxiang y Yan Xishan, luego la guerra de resistencia durante la cual los japoneses lo volvieron a saquear todo. Por último, hubo el poder de las sociedades secretas que conoció su apogeo hasta que el Gobierno Popular tomó cartas en el asunto. A la sazón, de las ochocientas personas de la cabeza de distrito, la Banda Verde contaba con cuatrocientos adeptos. Su poder se infiltraba incluso en las clases altas, los secretarios de gobierno del distrito formaban parte de ella, y al nivel inferior controlaba también a los indigentes. Se entregaban a todo tipo de desmanes: raptar a mujeres, robar, vender a las viudas. También los ladrones debían prosternarse delante del Viejo Quinto. En las bodas y entierros de la gente rica, se presentaban a menudo ante la puerta cientos de mendigos mandados por el jefe, el Viejo Quinto. Y si no se les concedía algunos favores, no habrían podido desalojarlos ni a tiro limpio. Los miembros de la Banda Verde tenían una veintena de años, mientras que los de la Banda Roja eran algo mayores en edad, y eran por lo general ellos quienes mandaban a los bandidos.

– ¿Qué signos de reconocimiento tenían los miembros de las sociedades secretas para comunicarse entre sí?

Yo comenzaba a sentir interés por el asunto.

– Entre ellos, los miembros de la Banda Verde se hacían llamar Li, y con los demás Pan. Cuando se encontraban, se llamaban «hermano» y decían haciéndose un signo con la mano: «La boca está cerca de Pan, los dedos son unos tres».