Выбрать главу

¡El pobre!

Y esa llave tan sencilla, sin llavero, había desaparecido en la habitación. Ya no podía salir y contemplaba, impotente, esta habitación puesta patas arriba. Diez minutos antes, su vida estaba aún en orden. No podía decir que su habitación estuviera perfectamente limpia y ordenada, nunca lo estaba realmente, pero resultaba a pesar de todo agradable a la vista. Él tenía su manera de vivir, sabía dónde había puesto cada uno de sus objetos y encontraba su habitación muy confortable. En resumidas cuentas, tenía unos hábitos que le proporcionaban una sensación de confort.

Así es.

Pero ahora no era así. ¡Todo estaba puesto a la buena de Dios, de cualquier manera!

No había que ponerse nervioso, había que reflexionar.

Dices que se había hecho mala sangre, que no tenía ya ningún lugar donde dormir, ningún lugar donde sentarse, ningún lugar incluso donde permanecer de pie, su vida se había vuelto un verdadero estercolero. Únicamente podía arrodillarse sobre sus montones de libros. ¿Cómo no perder los nervios? Sólo podía tomarla consigo mismo. No era culpa de los demás, pues era él quien había perdido la llave de la puerta, él quien había creado un desorden semejante. No había manera de liberarse de este desorden, de este enorme lío. ¡Y no podía salir, a pesar de sus obligaciones!

Sí.

No quería seguir contemplando este espectáculo, permanecer por más tiempo en esta habitación.

¿Y tenía una cita, no?

Cita o no, es cierto, tenía que salir, pero llevaba ya una hora de retraso para su cita. No se puede estar esperando una hora sin hacer nada. Además, no se acordaba ya muy bien dónde era esa cita, ni siquiera con quién había quedado.

Con una amiga, sin duda, dice ella en voz baja.

Tal vez sí, tal vez no. Dice que no se acuerda ya realmente. Pero tenía que salir, no podía soportar más esa leonera.

¿Ha dejado la puerta abierta, entonces?

No ha podido hacer otra cosa que salir sin cerrar con llave. Una vez abajo de la escalera, en la calle, los transeúntes iban y venían como de costumbre, la marea de coches discurría sin fin, sin que se supiera lo que tanto les urgía. Ha bajado y ha comenzado a andar por la acera. Nadie sabía que él había perdido la llave, nadie sabía que su puerta había quedado abierta, nadie iba a ir a su casa para robarle sus pertenencias. Únicamente sus amigos íntimos podían acercarse hasta allí, pero una vez que vieran que no había ni sitio donde poner los pies, se sentarían sobre las pilas de libros y le esperarían hojeando alguno. Luego se cansarían y se irían. Era inútil ocuparse de ellos. Sin embargo, estaba preocupado por su habitación, aunque no había nada allí que valiera la pena ser robado, aparte de algunos libros, de la ropa o zapatos de lo más normales y corrientes. Sus mejores zapatos los llevaba precisamente puestos. Había además montones de manuscritos inconclusos, abandonados por cansancio. Al caer en la cuenta de esto, ha empezado a sentirse contento y ha dejado de pensar en esa jodida llave perdida y en la puerta de su habitación. Se ha paseado entonces a la ventura por las calles. Normalmente, siempre andaba con prisas, atareado, se agitaba sin cesar por sí mismo o por tal o cual persona o asunto. Ahora ya no estaba actuando por nadie y nunca se había sentido tan ligero. Ha aminorado el paso, cosa que hacía muy raramente en tiempo normal, y ha avanzado primero la pierna izquierda, sin apresurarse por levantar la derecha; esto no era fácil de hacer. No sabía ya andar de modo tranquilo, no sabía ya pasear. Cuando se pasea, se pisa el suelo con toda la planta de los pies, de manera absolutamente relajada.

Sentía una sensación extraña andando así y los transeúntes parecían haberlo notado; debían de haber reparado en que le pasaba algo anormal. De reojo, ha observado a la gente con la que se cruzaba, pero se ha dado cuenta de que sus ojos penetrantes no estaban de hecho pendientes más que de sí mismos. A veces, por supuesto, echaban un vistazo a los escaparates de las tiendas preguntándose si los precios eran buenos. Se ha dado cuenta al punto de que era el único en esa calle que miraba a los demás, pero que nadie se fijaba en él. Por último, era el único en caminar a la manera de un plantígrado, pisando el suelo con toda la planta de los pies. Los otros andaban sobre los talones, lesionando de paso, un día tras otro, año tras año, sus nervios encefálicos. Sus problemas, su ansiedad, eran ellos mismos quienes se los creaban, ¿o no?

Sí.

Cuanto más caminaba por esa animada y ruidosa calle, más solo se sentía. Se tambaleaba como un sonámbulo. El fragor de los coches no cesaba, y bajo los destellos de los neones multicolores, apretujado y zarandeado por un gentío que andaba deprisa por las aceras, sabía que no llegaría nunca a aminorar el paso de acuerdo a su deseo. De haber dominado la escena, de haberle contemplado desde la ventana de un inmueble, allí en el bordillo de la calle, te habría hecho pensar en un tapón de corcho remolineando a pesar suyo en una alcantarilla después de la lluvia, en medio de hojas muertas, de colillas de cigarrillos, de envoltorios de bombones helados, de platos de plástico usados de un establecimiento de comida rápida y de toda clase de envoltorios de caramelos.

Lo he visto.

¿Qué has visto?

Ese tapón flotando en medio de la marea humana.

Pues bien, era él.

Eras, así pues, tú.

Ése no era yo, era una situación dada.

Comprendo. Signe hablando.

¿Hablar de qué?

Habla de ese tapón.

¿Un tapón perdido?

¿Quién lo había perdido?

Se había perdido a sí mismo. Sus recuerdos le huían. Reflexionaba con todas sus fuerzas, tratando de recordar qué relaciones mantenía con quién, por qué estaba en esa calle. Seguro que la conocía perfectamente, con esa horrible tienda gris, en la que perpetuamente se realizaban trabajos de ampliación, como si estuviera acomplejada por su tamaño. Únicamente la pequeña tienda de té de estilo antiguo, frente a él, no había sido renovada todavía. Más lejos, la zapatería y, enfrente, una papelería y una caja de ahorros, en los que ya había entrado. Le parecía haber tenido algo que ver con esa caja de ahorros, debía de haber depositado y retirado dinero allí, pero de eso hacía ya mucho tiempo. Le parecía haber tenido una mujer de la que se había separado a continuación, pero no pensaba ya en ella, no quería pensar ya en ella.

La había querido, sin embargo.

Le parecía que la había querido, era algo también vago. En cualquier caso, pensaba haber tenido relaciones con una mujer.

Y no sólo con una.

Eso le parecía, sí. En su vida, debían de haberse producido algunos acontecimientos maravillosos, pero era algo tan lejano, que tan sólo le quedaban de ello algunas vagas impresiones, como un cliché expuesto insuficientemente que no deja aparecer más que los contornos, sea cual sea el tiempo que ha pasado en el revelador.

Sin embargo, alguna muchacha debía de haberle emocionado, dejado algunos pequeños recuerdos.

Sólo sus labios finos, bien dibujados, de un rojo vivo cuando decían que no, le volvían a la memoria. Y cuando ella decía que no, su cuerpo debía obedecerle.

¿Y qué más?

Ella ha querido que él apagara la lámpara, ha dicho que temía la luz…

Ella no lo ha dicho.

Lo ha dicho.

Bueno, dejemos estar si ella lo ha dicho o no, a continuación, ¿ha acabado encontrando esa dichosa llave?

De repente se ha acordado de que no estaba obligado a ir a aquella cita. Todo el mundo iba allí a charlar de sus cosas y de los demás, de gente que conocían, de tal que se había divorciado y de cual que estaba bien con tal otra, de tal libro, de tal obra de teatro o de tal película que acababan de estrenarse. Y más tarde, esos nuevos libros y películas, esas nuevas obras de teatro le parecían siempre igual de insípidos. O bien también hablarían de tal o cual mandamás que había pronunciado tal o cual discurso innovador que se demostraría que, en realidad, había sido dicho un número incalculable de veces. Siempre la misma cantinela. Si iba allí era únicamente porque no soportaba ya la soledad, pero a continuación tendría que regresar a su desordenada habitación.