– ¿De dónde viene usted? -replica el anciano.
Él responde que viene de Wuyi.
– ¡Wuyi! -El anciano reflexiona un instante-. Ah, sí, en la otra orilla del río.
Él dice que viene precisamente de la otra orilla del río, ¿ha errado el camino? El anciano frunce el ceño:
– Es el buen camino. Es el que lo toma el que se ha equivocado.
– Tiene usted mucha razón, anciano.
Pero él quiere preguntarle si la Montaña del Alma se encuentra en esta orilla del río.
– Si digo que está en la otra orilla del río, es que está en la otra orilla del río -responde el anciano en tono impaciente.
Él dice que ha venido precisamente de esa orilla hacia ésta.
– Cuanto más caminas, más te alejas -dice el anciano seguro de sí.
– Bueno, en ese caso, ¿tengo que dar media vuelta? -pregunta él de nuevo.
El se dice para sus adentros que no comprende realmente nada.
– Lo que he dicho está muy claro -responde el anciano fríamente.
– Sí, es cierto, anciano, está muy claro…
El problema es que él no lo ve aún nada claro.
– ¿Qué es lo que no está claro? -pregunta el anciano escrutándole con sus ojos de pobladas cejas.
Él dice que sigue sin comprender cómo ir a la Montaña del Alma.
Con los ojos cerrados, el anciano se concentra.
– ¿No ha dicho usted que estaba allí, en la otra orilla del río?
Él vuelve a formular la pregunta.
– Pero yo ya he ido hasta allí…
– Sí, está allí -interrumpe él, impaciente.
– ¿Y respecto al pueblo de Wuyi?
– Bien, sigue estando allí, en la otra orilla del río.
– Pero ha sido justamente en Wuyi donde he cruzado a la otra orilla del río. Cuando dice usted allí, en la otra orilla del río, ¿quiere decir en realidad de este lado del río?
– ¿No quiere ir usted a la Montaña del Alma?
– Claro que sí.
– Pues bien, está allí, en la otra orilla del río.
– Anciano, pero ¿qué es esto, metafísica?
Él prosigue en un tono muy serio:
– ¿No me ha preguntado usted por el camino?
Él dice que sí.
– Pues bien, yo ya se lo he indicado.
Apoyado en su bastón, el anciano se aleja, pasito a paso, sin prestarle más atención.
Y él se queda solo a este lado del río, del otro lado respecto de Wuyi. En realidad, el problema consiste en saber de qué lado está Wuyi. Él ahora ya no se aclara. Sólo le vuelve a la memoria una canción popular de hace varios miles de años:
77
El sentido de este reflejo no está claro, una superficie de agua reducida, todas las hojas de los árboles han caído, las ramas son de un color gris negruzco, el árbol más próximo se parece a un sauce, un poco más lejos, los dos árboles próximos al agua son sin duda unos olmos, enfrente, unos finos tallos de sauce, desgreñados, cuyas ramas despojadas acaban en pequeñas horcaduras, no se sabe si la superficie del agua está helada a causa del tiempo frío, por las mañanas tal vez la recubre una fina capa de hielo, el cielo está anubarrado, como si fuera a llover, pero no llueve, nada perturba la calma, ni un estremecimiento en la punta de las ramas, ni tampoco viento, todo está inmóvil, como si estuviera todo muerto, sólo una musiquilla flota en el aire, inaccesible, los árboles están un poco torcidos, los dos olmos se ladean ligeramente, uno hacia la izquierda, el otro hacia la derecha, el tronco del gran sauce se inclina hacia la derecha, tres ramas de un mismo grosor parten del tronco hacia la izquierda, asegurando cierto equilibrio al árbol, a continuación nada se mueve ya, como la superficie de estas aguas muertas, pintura acabada que no está ya sometida a ningún cambio, la misma voluntad de cambiar ha desaparecido, ni perturbación, ni impulso, ni deseo, la tierra, el agua, los árboles, las ramas, a flor de agua unos rastros pardonegruzcos, no unos verdaderos islotes, ni bancos de arena, ni islas de aluvión, sino pequeñas parcelas que afloran a la superficie rompiendo su monotonía tan artificial, en la orilla, a la derecha crecen algunos arbustos imposibles de advertir, abren sus ramas, como unos dedos secos, comparación tal vez poco adecuada, abren sus ramas, eso es todo, no tienen intención de replegarlas mientras que los dedos sí pueden hacerlo, carecen de encanto, muy cerca, bajo el sauce, una piedra, ¿está allí para permitir a la gente sentarse para tomar el fresco? O para permitir a los paseantes posar sus pies encima con el fin de evitar que se mojen los zapatos cuando suben las aguas? Acaso ninguna de estas razones sea válida, acaso ni siquiera sea una piedra, tan sólo dos montículos de tierra, un camino pasa por allí, o algo que se le parece y que atraviesa esta superficie cubierta de agua. Todo está tal vez inundado cuando el caudal sube, al nivel de la primera rama del sauce, se diría un dique, sin duda la ribera cuando suben las aguas, pero este dique está lleno de grietas, el agua puede volver a desbordarse, en el presunto dique no se está necesariamente seguro, un pájaro emprende el vuelo lejos y se posa sobre las delgadas ramas del sauce, difícil descubrirlo si no se ha seguido su vuelo con la mirada, imposible verlo si no emprende el vuelo, está lleno de vida, si uno observa bien se ven varios de ellos, dan saltitos en el suelo, al pie del árbol, se posan y luego vuelven a irse, son más pequeños que el que se ha posado sobre el árbol, y también menos negros, tal vez unos gorriones, y el que está escondido en el árbol debe ser un mirlo, si es que no ha emprendido aún el vuelo, todo depende de si uno llega a distinguirlo, la cuestión no estriba en saber si hay uno o no, si está allí o no, pero si no se lo distingue viene a ser lo mismo, en la orilla opuesta algo se mueve, de aquel lado, entre las matas de amarillentas hierbas, una carreta, empujada por un hombre y tirada por otro, encorvado, es una carreta tirada a pulso con unas ruedas de goma, puede llevar media tonelada de carga, se desplaza lentamente, en absoluto como los gorriones, uno sólo percibe que se mueve después de haber reconocido que se trata de una carreta, todo depende de la idea que uno se haga, si piensa que aquello de allí debe de ser un camino, pues es un camino, un verdadero camino, aunque esté lleno de agua después de las lluvias, no está sumergido por las aguas, puede aún seguirse con la mirada una línea ininterrumpida por encima de las matas de amarillentas hierbas y volver a localizar la carreta, pero ésta está ya lejos, ha entrado entre las ramas del sauce, primero uno creería que se trata de un nido de pájaro y luego, una vez que la mirada ha traspasado las ramas, uno se da cuenta de que es una carreta que se desplaza despacito, va muy cargada, con ladrillos o tierra, ¿los árboles en el paisaje, los pájaros, la carreta, tienen también conciencia de su forma? ¿Qué relación existe entre este cielo gris, el agua y su reflejo, los árboles, los pájaros, la carreta? El cielo… gris… una extensión de agua… los árboles desnudos… ni sombra de verde… montículos de tierra… todo es negro… la carreta… los pájaros… el empujar con fuerza… el no moverse… el batir de las olas… los gorriones que picotean… las ramas… transparentes… hambre y sed de la piel… todo es posible… la lluvia… la cola de una gallina… unas plumas ligeras… color de rosas… la noche sin fin… no está mal… un poco de viento… está bien… te estoy agradecido… la blancura informe… algunas cintas… enrolladas… frío… calor… viento… se inclina y vacila… espiral… ahora una sinfonía… enorme… insecto… sin esqueleto… en un abismo… un botón… ala negra… abrir la noche… por doquier es… impaciente… un fuego brillante… unos motivos minuciosos… unas sederías negras… un gusano… el núcleo de la célula que da vueltas en el citoplasma… los ojos nacidos primero… él dice que el estilo… tiene la capacidad de vivir por sí mismo… el lóbulo de una oreja… unos rastros sin nombre… imposible saber cuándo ha caído la nieve, cuándo ha parado de caer. Una fina capa blanca que no ha tenido tiempo de acumularse en las ramas. Las tres ramas que crecen en dirección opuesta a aquella hacia la cual se inclina el sauce se han vuelto negras. Los dos olmos desplegados, el uno hacia la izquierda, el otro hacia la derecha, en la punta de las ramas, la blancura del reflejo del agua, como la nieve que cae sobre una llana extensión fangosa, la superficie del agua ha debido de helarse. Los trazos de tierra que difícilmente pueden calificarse de islas, los islotes de aluvión o bancos de arena ya no son más que una sombra negra, imposible comprender por qué forman esta negra sombra si no se sabe que originariamente eran superficies de tierra, y aunque uno lo sepa, no se comprende por qué la nieve allí no ha cuajado. Más lejos, las matas de hierba son las mismas, siempre amarillentas, más arriba, lo que parecía como un camino permanece indistinto. Por encima del arbolillo que extiende sus ramas se descubre una línea curva, blanca, que sube hacia lo alto, la carreta probablemente ha desaparecido en la carretera, ya no hay caminantes, pues sobre la nieve se divisarían perfectamente. Las dos rocas, o los dos montículos de tierra se asemejan a unas rocas delante del sauce, han desaparecido, la nieve ha recubierto estos detalles, el camino que la gente toma, después de haber nevado, se distingue con tanta nitidez como unas venas debajo de la piel. Y ocurre así que un paisaje normal y corriente al que no se presta ninguna atención deja en uno una profunda impresión. De repente hace nacer en mí a menudo una especie de deseo, tengo ganas de entrar en él, de entrar en este paisaje nevado, no ser ya más que una silueta, una silueta que por supuesto no tendría ningún sentido, si yo no estuviera contemplándola por la ventana. El cielo sombrío, el suelo cubierto de nieve más brillante aún por contraste con ese cielo sombrío, ya no hay mirlos, ya no hay gorriones, la nieve ha absorbido toda idea y todo sentido.