voy a ir a cogerla para ti,
no la estropees, no tienes por qué morir por mí,
¿por qué morir?
tranquilízate, no pretendo en absoluto que mueras por mí, yo estoy demasiado sola, ningún eco responde a mis gritos, todo permanece en calma alrededor, ningún ruido de fuente, el aire es tan pesado, ¿dónde se encuentra el río donde ellos buscaban oro?
bajo la nieve, bajo tus pies,
eso es mentira,
es un río subterráneo, ellos entraban en el río, inclinados hacia delante,
¿hay un matorral?
¿qué?
no hay nada,
eres malvado,
¿quién te ha dicho que hagas ninguna pregunta? ¡Eh!, se diría que hay un eco, ahí delante, llévame,
si eso es lo que quieres
os he visto a ti y a ella, en la nieve, en la negra noche, además he visto tus pies, en la nieve, descalzos.
¿No tienes frío?
No sé lo que es el frío.
Y andabas así en la nieve con ella, rodeados de bosques, de árboles verde oscuro.
¿Ninguna estrella?
No, ni tampoco luna.
¿Ninguna casa?
No.
¿Ni luces?
No, nada, tú y ella, solamente, caminando juntos, caminando por la nieve, ella llevaba un pañuelo, tú ibas descalzo. Tenías un poco de frío, sólo un poco. No te veías a ti mismo, sólo sentías que ibas descalzo por la nieve, ella estaba a tu lado, cogida de tu mano. Tú apretaste tu mano, la llevabas.
¿Hay que andar mucho?
Sí, está muy lejos, ¿no tienes miedo?
Esta noche es extraña, de un negro azulado, brillante, no tengo miedo contigo.
¿Te sientes segura?
Sí.
¿No estás entre mis brazos?
Sí, me apoyo en ti, me aprietas suavemente.
¿Te he besado?
No.
¿Tenías ganas?
Sí, pero no lo he dicho a las claras, estaba bien así, bajábamos y he visto un perro.
¿Dónde?
Delante de mí, estaba sentado allí, he reconocido que era un perro, y te he visto estornudar, echando un gran chorro de vapor.
¿Has notado el calor?
No, pero sabía que expulsabas aire caliente, te has limitado a estornudar, no has hablado.
¿Tenías los ojos abiertos?
No, los cerraba. Pero lo he visto todo, no podía abrir los ojos, sabía que desaparecías si los abría y he continuado así y tú has seguido abrazándome, no tan fuerte, no puedo ya respirar, he querido seguir mirando, retenerte, ah, ahora se han separado y continúan avanzando.
¿Siempre en la nieve?
Sí, la nieve frena un poco tu paso, pero es muy confortable, tengo un poco de frío en los pies, pero precisamente tengo necesidad de seguir caminando así.
¿Ves cómo eres?
No tengo necesidad de ver, únicamente quiero sentir que tengo un poco de frío, que mis pies se ven un poco frenados quiero sentir la nieve, sentir que estás cerca de mí, entonces estaré tranquila y avanzaré, querido mío, ¿has oído que te llamaba?
Sí.
Bésame, besa la palma de mi mano, ¿dónde estás?, ¡no te vayas!
Estoy cerca de ti.
No, invoco a tu alma, te llamo, ven, no me abandones.
Niña estúpida, no pienso hacerlo.
Tengo miedo, miedo de que me abandones, no me dejes, no soporto la soledad.
¿Acaso no estás entre mis brazos, ahora?
Sí, lo sé, te estoy muy agradecida, querido mío.
Duerme, duerme tranquila.
No tengo sueño, tengo la mente perfectamente despejada, veo la noche transparente, el bosque azul, la nieve acumulada, ninguna estrella, ni tampoco luna, todo eso lo veo claramente, qué noche más extraña, querría permanecer eternamente contigo en esta noche nevada, ¡no me dejes, no me abandones, tengo ganas de llorar, no sé por qué, no me abandones, no te quedes tan lejos de mí, no beses a otras mujeres!
79
Ha venido un amigo a hablarme de su reeducación por el trabajo. Era invierno y nevaba. Por la ventana contempla el paisaje nevado frunciendo los ojos, como si la reverberación fuese demasiado fuerte, como si se abandonara a sus recuerdos.
Cuenta que en la granja de reeducación por el trabajo había un punto geodésico, que debía de hacer -levanta la cabeza y por la ventana calibra la altura de un edificio muy próximo-, que debía de hacer por lo menos cincuenta o sesenta metros, en cualquier caso, no era menos alto que ese edificio. Una bandada de cuervos revoloteaba alrededor, ya alejándose, ya acercándose, dando vueltas sin cesar mientras lanzaban graznidos. El jefe de la granja encargado de la vigilancia de los condenados a la reeducación era un viejo soldado que había participado en la guerra de Corea y se había distinguido por sus hazañas. Inválido de guerra, tenía una pierna más corta que la otra y caminaba renqueando. No sé qué problemas había tenido, pero no había podido pasar del grado de capitán y no paraba de echar pestes por haber sido destinado allí para vigilar a esos criminales.
Su puta madre, ¿quién es ese cabrón que no me deja dormir? Soltaba tacos con su acento del norte de Jiangsu. Con una gran capa militar echada sobre los hombros, daba vueltas alrededor del punto geodésico.
¡Sube a ver!, me ordena. Tuve que quitarme mi chaqueta de algodón y trepar. A media subida, el viento soplaba con fuerza, mis pantorrillas temblaban. Al mirar hacia abajo, sentí que mis piernas temblequeantes iban a aflojárseme. Era el año de la hambruna. En las aldeas de los contornos, la gente se moría de hambre. En la granja, las cosas andaban un poco mejor. Las batatas y los cacahuetes que habíamos plantado se amontonaban en los silos. El capitán se había quedado con una parte que no entregó a sus superiores. La ración fijada para cada uno estaba garantizada y, si bien algunos presentaban edemas, a pesar de los pesares conseguíamos trabajar. Pero yo estaba realmente demasiado débil para trepar.
Yo llamo: ¡Capitán!
Dime lo que hay allí arriba, exclama él.
Levanto la cabeza.
¡Se diría que hay una bolsa colgada!, le digo.
Los ojos me hacen chiribitas.
¡No consigo subir más!, exclamo yo.
¡Entonces, que te sustituyan! Soltaba una grosería tras otra, aunque en el fondo no era mala persona.
Bajo.
Ve a buscar al Ladrón, dice.
El Ladrón estaba también condenado a la reeducación, un pequeño demonio de diecisiete años que había robado una bolsa a un pasajero de un autobús. Le habían apodado el Ladrón.
Lo encuentro. Él mira hacia arriba y duda. El capitán monta en cólera.
¿Es que te estoy mandando a la muerte?
El Ladrón dice que tiene miedo de caerse.
El capitán ordena que le den una cuerda, luego añade que ¡le tendrá tres días sin comer si no trepa!
El Ladrón se la ata a la cintura y trepa. Abajo, sudamos de miedo por él. Una vez llegado a dos tercios, ata su cuerda a los barrotes metálicos. Llega a lo alto. La bandada de cuervos sigue revoloteando en torno a él. El los ahuyenta con la mano, luego un saco de yute cae volando hasta abajo del punto geodésico. Nos acercamos todos a verlo. ¡El saco, acribillado de agujeros por los cuervos, está medio lleno aún de cacahuetes!
¡Tu puta madre! El capitán se pone de nuevo a jurar.
¡A formar!
Un silbato. Bien, a formar todos. Comienza a echar la bronca. Luego pregunta: ¿Quién ha hecho eso?
Nadie se atreve a rechistar.
No ha podido volar tan alto él solo, ¿o no? ¡Y yo que me he creído que era la carne de un muerto!
Todos se aguantan las ganas de reír.
Si nadie se delata, se suspende el rancho.
Todo el mundo teme eso. Nos miramos unos a otros. Pero todos sabemos que sólo el Ladrón es capaz de trepar hasta lo alto del punto geodésico. Las miradas se vuelven hacia él. Él baja la cabeza y, acto seguido, no pudiendo aguantarse más, se hinca de rodillas y confiesa haber robado y escondido el saco allí arriba. Afirma que tenía miedo de morirse de hambre.