El me responde que en otro tiempo los alrededores no estaban poblados más que de bosques primitivos.
Le digo que es evidente, pero que me gustaría saber dónde puedo encontrar todavía alguno.
– Pues bien, ve a la Peña Blanca. Hemos trazado un sendero.
Le pregunto si se trata de la roca blanca que surge en medio del mar de bosques, en lo alto de un acantilado al que se accede por el sendero que atraviesa un barranco, en la parte baja del campamento.
Él asiente con la cabeza.
Yo he ido ya allí, el bosque es mucho más frondoso, pero en los barrancos yacen troncos de árboles negros inmensos que no han sido arrastrados aún por las crecidas de los ríos.
– También allí han talado árboles -le digo.
– Fue antes de que se creara la reserva natural -aclara.
– A fin de cuentas, ¿existe todavía en esta reserva natural algún bosque primitivo que no haya sufrido los estigmas del trabajo humano?
– Por supuesto, pero para ello hay que ir hasta el río Zheng.
– ¿Se puede?
– Incluso nosotros, con todo nuestro material y nuestro equipamiento, no hemos llegado más allá de su zona central. Son inmensas gargantas de complejo relieve rodeadas de altas montañas nevadas de más de cinco o seis mil metros de altitud.
– ¿Qué hay que hacer para conseguir ver un verdadero bosque primitivo?
– El punto más cercano adonde hay que ir es el 11M 12M.
Se refiere a los puntos geodésicos señalados en el mapa, utilizados en topografía aérea.
– Pero no puedes ir allí solo.
Y me explica que el año pasado, dos licenciados universitarios que acababan de ser destinados al campamento se fueron, provistos de una brújula y de una bolsa de galletas, convencidos de que nada podía pasarles, pero que, por la noche, no regresaron. No fue hasta el final del cuarto día cuando uno de ellos, tras haber conseguido subir hasta la carretera, fue visto por un convoy que se dirigía hacia el Qinghai. Bajaron a buscar a su compañero, que ya se había desvanecido de hambre. Me aconseja que nunca me aleje solo y me advierte de que, si realmente tengo ganas de ir a ver ese bosque primitivo, me bastará con esperar a que uno de ellos se dirija en una operación hasta el punto 11M 12M para recoger las señales de actividad de los pandas.
9
¿Estás preocupada por algo?
Tratas de pincharla.
¿En qué lo notas?
Es evidente, una muchacha que se escapa hasta un lugar como éste.
Tú también estás solo, ¿no?
Lo tengo por costumbre. Me gusta pasearme solo, uno puede enfrascarse en sus propios pensamientos. Pero una muchacha como tú…
¡Ya basta! No sólo los hombres pensáis.
Yo nunca he dicho que tú no pensaras.
¡Y precisamente hay hombres que no piensan jamás!
Tú debes de haber tenido problemas.
Todo el mundo piensa, y no sólo cuando se tienen problemas.
No era mi intención discutir contigo.
Tampoco la mía.
Espero poder serte de ayuda.
Cuando la necesite.
¿No la necesitas ahora?
No, gracias. Lo único que necesito es estar sola y que no vengan a incordiarme.
Eso prueba que has tenido problemas.
Si tú lo dices.
Sufres de melancolía.
Es menos grave que eso.
Así pues, ¿reconoces que tienes problemas?
Todo el mundo los tiene.
Pero tú te los buscas.
¿Por qué?
No hay que ser muy sagaz para adivinarlo.
Eres verdaderamente astuto, tú.
Pero no hasta el punto de resultar molesto.
Lo que no es lo mismo que caer bien.
Pero espero que no te niegues a dar un paseo por la orilla del río.
Necesitas demostrarte a ti mismo que eres capaz aún de atraer a las jovencitas. Y ella termina por seguirte. Seguís el dique remontando el río. Tú necesitas buscar la felicidad, ella necesita buscar el sufrimiento.
Ella dice que no se atreve a mirar hacia abajo, tú dices que sabes muy bien que ella tiene miedo.
¿Miedo a qué?
Miedo al agua.
Ella se echa a reír, pero tú adviertes que su risa es un tanto forzada.
No te atreverías a saltar, dices mientras caminas deliberadamente muy cerca de la orilla. Debajo del dique, el agua del río espumea.
¿Y si saltara?, dice ella.
Yo me zambulliría para salvarte. Sabes que hablando así te ganarás sus favores.
Ella dice que tiene un poco de vértigo, y acto seguido añade que es muy fácil saltar, que basta con cerrar los ojos, que es la manera de morir menos dolorosa, y que además es algo embriagador. Tú dices que a este río ha saltado ya una muchacha como ella, llegada también de la ciudad. Ella era más joven, todavía más simple. No pretendes decir que ella sea especialmente complicada, sino que la gente de hoy no es ni más ni menos tonta que la de antes, y que tampoco ese antes está tan lejos. Dices que era una noche sin luna, el río parecía más profundo aún. La mujer del barquero Wang el Jorobado declaró con posterioridad que aquella noche zarandeó ligeramente a su marido que estaba durmiendo, diciéndole que había oído tintinear las cadenas que retenían las amarras. Ella quiso levantarse para ir a ver, y luego oyó como un aullido, creyendo que se trataba del viento. Pensó que no era posible que fuera un hombre que estuviera robando la embarcación, pues el aullido era muy fuerte y los perros no habían ladrado en esa noche profunda y en calma. Así pues, se volvió a acostar. Mientras dormía, el grito resonó otra vez. Ella se despertó y prestó oído. Dijo que, en aquel momento, de haber acudido alguien, la muchacha no se habría suicidado. La culpa no era sino de ese viejo diablo que dormía como un tronco. Sucedía a menudo que alguien golpeaba a la ventana o bien llamaba cuando quería cruzar urgentemente el río en plena noche. Lo que ella no alcanzaba a comprender era por qué la muchacha había quitado las cadenas para suicidarse, ¿acaso había sido porque quería coger la barca a fin de ir a la cabeza de partido del distrito y desde allí regresar a la ciudad a casa de sus padres? Habría podido tomar a mediodía el autobús del distrito, a menos que temiera ser vista. Nadie podía saber qué le rondaba por la cabeza antes de morir. De hecho, esta muchacha muy formal vino sin razón aparente a trabajar la tierra en esa aldea donde no tenía ni parientes ni amigos. Fue violada por un secretario del partido, ¡qué atrocidad! De amanecida, los ocupantes de una balsa se la encontraron en un banco de arena a treinta lis de aquí. Tenía el torso desnudo, sus ropas debían de haber quedado enganchadas en las ramas de algún árbol en un recodo del río. Sin embargo, sus zapatillas de deporte habían quedado, debidamente ordenadas, sobre una roca, sobre esa roca donde estaban esculpidos los caracteres realzados con pintura roja: «Paso de Yu». En el futuro, cuando los turistas trepen a esa roca para hacerse una foto, conservarán el recuerdo de estos dos caracteres y los males de la muchacha víctima de una injusticia serán olvidados para siempre.
¿Me escuchas?, preguntas.
Continúa, responde ella en voz baja.
En el pasado, siempre hubo aquí muertos, niños, muchachas. Los niños se lanzan desde la roca. Si no vuelven a salir a flote, se llama a eso «buscarse la muerte» y se dice que son recuperados por los padres que tuvieron en vidas pasadas. Las víctimas de las injusticias son siempre mujeres. Cuando no se trata de jóvenes instruidas expulsadas de la ciudad, son jóvenes casadas que han sufrido malos tratos por parte de su madrastra y de su marido, y también enamoradas que vienen a suicidarse por algún desengaño amoroso. Tal es la razón de que, antes incluso de las investigaciones del profesor Wu sobre el pueblo, los campesinos conocieran este Paso de Yu como el «Acantilado de los fantasmas en pena» y, cuando los niños van a bañarse allí, los adultos no están nunca tranquilos. Cuentan asimismo que a medianoche se ve aparecer allí a una mujer fantasma ataviada con un traje blanco que canta una canción cuyas palabras no acaban de entenderse. Podría ser tanto una canción infantil campesina como la endecha de un mendigo. Por supuesto que no se trata más que de supersticiones, la gente se teme a menudo a sí misma. Pero, en ese lugar, vive realmente un ave acuática a la que los hombres del lugar llaman «cabeza-azul», y que la gente cultivada dice que se trata del Pájaro Azul mencionado en la poesía de la época de los Tang. Son los campesinos quienes la llaman «cabeza-azul» debido a sus largas plumas azules. Tú has visto ya ese ave, por supuesto, pequeña, con un cuerpo azul oscuro con dos copetes esmeralda en la cabeza, muy diestra y ágil, de bello aspecto. Se posa siempre en los lugares frescos y umbríos, al pie del dique, o bien en la linde del frondoso bosque de bambúes, al borde del agua, espiando a derecha e izquierda, tan tranquila. Tú puedes fijar la mirada en ella para admirarla, pero al menor movimiento emprende de inmediato el vuelo. El ave azul que picotea para la Reina Madre de Occidente mencionada en el Clásico de los mares y de las montañas es una especie de ave fabulosa. No es la misma que la «cabeza-azul» de los campesinos, pero tiene su mismo aspecto mágico. Dices que este ave azul se asemeja a una mujer. Por supuesto que existen mujeres estúpidas, pero tú te refieres a las mujeres más refinadas, a las más sentimentales. Éstas raramente conocen una vida dichosa, pues los hombres quieren una mujer para su exclusivo placer, los maridos una esposa para que lleve la casa y haga la comida, y los viejos una nuera que les asegure la descendencia. Ninguno busca el amor. Luego, cuando le hablas de otra muchacha, una joven campesina, ella te escucha atentamente. Cuando dices que murió, víctima de una injusticia, en este mismo río, cuando explicas lo que dice la gente, ella sacude la cabeza. Alelada, te escucha. Ese aire alelado la vuelve más encantadora aún a tus ojos.