Liu Zongyuan calificó a este animal de «más terrible que un tigre». A continuación, atacó la tiranía diciendo que era más horrible que esta serpiente. El era alto funcionario, mientras que yo soy un ser normal y corriente. El era mandarín y debía ocuparse prioritariamente de las desdichas de la tierra. Yo, que recorro el mundo, no me preocupo más que de mi propia existencia.
Ver estas serpientes secas enroscadas no me bastaba. Querría encontrarlas vivas para aprender a reconocerlas y a defenderme de ellas.
He podido, por fin, ver dos al pie de los montes Fanjing, el reino de las serpientes venenosas. Se las confiscaron a un cazador furtivo en un puesto de control de la reserva natural. Estaban encerradas en una jaula con barrotes y he podido examinarlas a placer.
Su nombre científico es Agkistrodon acutas. Los dos ejemplares eran de un metro de largo y menos gruesos que la muñeca, sus colas sumamente delgadas. Sus cuerpos estaban cubiertos de motivos triangulares pardo oscuro y gris alternando de manera poco clara. Otro apelativo popular las denomina «serpiente damero». Exteriormente, nada deja adivinar su ferocidad. Enroscadas sobre una piedra en la montaña, se asemejan a un terrón. Cuando se las examina de cerca, su cabeza triangular de un color marrón mate, sus pronunciadas fauces terminadas en una escama en forma de anzuelo, sus ojos tristes, les confieren un aspecto cómico de avidez que recuerda infaliblemente al personaje de un payaso de la ópera de Pekín. De hecho, no se fían en absoluto de su vista para detectar a sus presas. Entre sus fauces y ojos se aloja una cavidad que constituye un órgano sensible al calor, concretamente a los rayos infrarrojos. Así pueden calibrar en un radio de tres metros un mínimo cambio de una vigésima de grado de temperatura. Basta con que aparezca a su alrededor un animal que tenga una temperatura más alta que la suya para que lo detecten y lo ataquen. Estos detalles me fueron revelados más tarde, cuando fui a los montes Wuyi, por un especialista en picaduras de serpiente que trabajaba en la reserva natural.
Y en mi camino, en el curso superior del río Chen, afluente del Yuan, las aguas del Jin, no contaminadas e impetuosas, son especialmente cristalinas. Los jóvenes guardianes de búfalos se dejan arrastrar por la corriente en medio del río lanzando agudos gritos. A varios cientos de metros de la orilla, los paseantes se paran, de tan claros como les llegan sus gritos. En la parte baja de la carretera, una joven desnuda se lava en el río y, cuando ve pasar el autobús, se endereza cual una grulla damisela, vuelve la cabeza y se pierde en su contemplación. Bajo el sol abrasador de mediodía, la luz que se refleja en el agua es cegadora. Pero todo esto, por supuesto, no tiene nada que ver con la serpiente qi.
31
Ella rompe a reír, tú le preguntas por qué. Ella dice que está contenta, pero sabe perfectamente que, en el fondo, no lo está; sólo lo aparenta, no quiere que la gente sepa que está triste. Dice que iba un día por la calle cuando vio a un hombre correr detrás de un tranvía que arrancaba. Él avanzaba de puntillas y daba saltitos gritando con todas sus fuerzas, pues uno de sus zapatos se le había quedado atrapado en la puerta al bajar. Era con toda seguridad un provinciano venido del campo. Cuando ella era pequeña, sus profesores le enseñaban a no burlarse de los campesinos, y, una vez adulta, su madre le rogaba que no se riera tontamente delante de los hombres; pero ella, en aquel momento, no pudo dejar de echarse a reír. Cuando se reía de esa manera, los hombres la miraban. Más tarde, se dio cuenta de que riendo así, les atraía realmente. Los hombres animados de malas intenciones creían que se hacía la coqueta. Los hombres siempre tienen una forma de mirar distinta con las mujeres, no debes llamarte a engaño.
Ella dice que la primera vez que se entregó a un hombre que no amaba, él no sabía que ella era virgen; le preguntó por qué lloraba, cuando la poseyó, echado encima de ella. Ella dijo que no era porque él le hiciese daño, sino porque sentía compasión de sí misma. Él secó sus lágrimas, unas lágrimas que no eran, sin embargo, por él. Ella apartó su mano, abotonándose las ropas y arreglándose el pelo ella sola, no quería que él la ayudase. Cuanto más la ayudase él, peor andarían las cosas. Gozó de ella aprovechándose de una debilidad pasajera que había tenido.
No puede decir que él la forzara, la invitó a su casa a almorzar. Ella fue y se tomó una copa de aguardiente. Parecía feliz, pero aquello no era verdadera alegría y se rió de la misma manera que lo hace hoy.
Dice que no fue del todo culpa de él, que en aquel entonces ella quiso simplemente ver qué pasaba. Se bebió entero el medio vaso de aguardiente que él le sirvió. La cabeza le daba un poco de vueltas, no sabía que ese aguardiente fuese tan fuerte, sentía que su rostro se ruborizaba y comenzó a reírse tontamente. Entonces él la besó, tumbada sobre la cama, es cierto, ella no se resistió cuando él le levantó la falda, es consciente de ello.
Era su profesor, y ella su alumna, no hubiera tenido que pasar eso entre ellos. Ella oía fuera de la habitación, en el pasillo, un ruido de pasos que subían y bajaban, de gente que no paraba de hablar, la gente siempre tiene tantas cosas sin interés que decir. Era mediodía, los que habían terminado de comer en el comedor regresaban a sus habitaciones, ella les oía perfectamente. Lo que había hecho allí le parecía deshonesto, sentía una terrible vergüenza; una bestia, eres una bestia, se decía.
A continuación, abrió la puerta de la habitación y salió, sacando pecho, con la cabeza bien alta y, cuando llegó arriba de la escalera, alguien gritó de repente su nombre, dice que en ese instante enrojeció, como si se le hubiese levantado la falda sin llevar nada debajo. Por suerte, el descansillo de la escalera estaba muy oscuro. Era en realidad una de sus compañeras de clase que quería que ella la acompañase a ver al profesor para hablar del programa de las asignaturas opcionales del semestre siguiente. Ella puso como excusa que tenía que ir al cine, que llevaba retraso y se fue a todo correr. Pero nunca olvidó esa llamada, dice que su corazón estuvo a punto de salírsele del pecho: incluso cuando el hombre la poseyó, su corazón no había latido tan fuerte. Ahora ella ha podido ver cumplida su venganza, se ha vengado, vengado por todas las preocupaciones y espantos de estos últimos años, se ha vengado de sí misma. Dice que, aquel día, en el campo de deporte el sol era particularmente cegador, un ruido estridente le penetraba a uno el corazón, como una hoja de afeitar que se pasa sobre un cristal.
Tú le preguntas quién es ella, a fin de cuentas.
Dice que es ella misma, luego se echa a reír de nuevo.
Tú te quedas perplejo.
Ella entonces te tranquiliza, diciendo que no hacía más que contarte una historia, una historia que le contó una amiga. Era una estudiante del Instituto de Medicina que vino de prácticas a su hospital. Se convirtió en una de sus amigas más íntimas.
Tú no la crees.
¿Por qué sólo tú puedes contar historias, y que cuando ella las cuenta la cosa no va a funcionar?