– A la parte trasera, cariño -le dijo a la muchacha-, tan rápido como puedas. -Ella estaba demasiado aterrorizada como para no obedecerle, y se deslizó, histérica, entre los asientos-. Ahora, tú, dentro -dijo, tirando hacia abajo del pelo y asestándole un rodillazo en la zona lumbar a Hughes-, o te romperé el asqueroso cuello, así que ayúdame.
Hughes le creyó. Como el menor de los dos males, dejó que lo arrojaran boca abajo de través sobre el asiento y suspiró cuando el pesado cuerpo de Jack descendió sobre sus piernas. El coche volvió a la vida, rechinando sobre el asfalto al forzar Jack la marcha, y la puerta se cerró de golpe al estrellarse contra otra silueta que volaba.
– ¡Ponte el cinturón de seguridad! -le chillo a la vociferante muchacha-. ¡si este bastardo mueve un solo músculo voy a estrellar el lado en el que tiene la cabeza contra la pared de ladrillos mas grande que encuentre!
Puso una marcha más larga, salió a la carretera, y a una velocidad disparatada se puso en camino hacia Southbourne con una mano pegada al claxon. Si había alguna justicia en este pozo negro de mundo, alguien llamaría a la policía antes de que la Ford Transit le diera alcance.
Había algo de justicia en la Inglaterra por la que había muerto Rupert Brooke. La policía local recibió diecisiete llamadas al 999 [4] en tres minutos, doce de viudas ancianas que vivían solas, cuatro de hombres iracundos, y una de un niño. Todas informaban de lo mismo. Unos conductores suicidas estaban convirtiendo las apacibles calles bordeadas de árboles de su suburbio en una trampa mortal.
El coche de Jack y la Ford Transit que lo perseguía fueron emboscados cuando giraban hacia la carretera principal que conducía al centro urbano de Bournemouth.
El teléfono de Mili House sonó a las once y media de aquella noche.
– ¿Sarah? -ladró Jack por la línea.
– Hola -respondió ella con alivio-. Veo que no estás muerto.
– No. Estoy bajo jodido arresto -gritó él-. Ésta es la única llamada que me permiten hacer. Necesito ayuda jodidamente rápido.
– Iré de inmediato hacia allí. ¿Dónde estás?
– Los bastardos van a acusarme de conducción suicida y violación -dijo él, furioso, como si Sarah no hubiese hablado-. Aquí son unos jodidos cretinos, no quieren oír ni una sola palabra de lo que les digo. Maldición, me han encerrado junto con Hughes y sus animales. La pobre criatura a la que estaban tirándose en la parte trasera de la furgoneta está completamente histérica, y se cree que soy uno de ellos. No dejo de decirles que hablen con Cooper, pero son unos tan jodidos imbéciles que no me escuchan.
– De acuerdo -replicó ella con calma, intentando sacar todo lo posible de este alarmante discurso-. Yo iré a buscar a Cooper. Ahora dime dónde estás.
– En algún pozo de mierda en medio de Bournemouth -rugió él-. Están a punto de sacarme muestras del jodido pene.
– La dirección, Jack. Necesito la dirección.
– ¿Donde demonios estoy? -le aulló a alguien que estaba en la habitación con él-. Comisaría de policía de Freemont Road -le dijo a Sarah-. También tendrás que traer a Ruth -dijo con pesar-. Dios sabe que no tenía intención de implicarla en esto, pero es la única que sabe qué sucedió. Y también trae a Keith. Necesito un abogado en quien pueda confiar. En este sitio son todos unos jodidos fascistas. Están hablando de circuitos de jodidos paidófilos y conspiraciones y Cristo sabe qué más.
– Cálmate -dijo ella con seriedad-. Manten la boca cerrada hasta que llegue allí y, por amor de Cristo, Jack, no pierdas la paciencia y le pegues a un policía.
– Ya lo he hecho, maldición. El bastardo me llamó pervertido.
Eran bien pasadas las dos de la madrugada cuando Sarah, Cooper y Ruth llegaron por fin, con ojos legañosos, a Freemont Road. El sargento de noche de Learmouth se había mostrado intransigente en su negativa de hablar con Cooper y de darle a Sarah el número telefónico de la casa de éste, cuando ella llamó solicitando con urgencia hablar con él.
– El sargento detective Cooper no está de servicio, señora -fue su comedida respuesta-. Si tiene un problema, hable conmigo o espere hasta mañana por la mañana, cuando entre de servicio.
Sólo cuando se enfrentó con la colérica presencia de ella ante su escritorio, amenazándolo con responder ante el Parlamento y con una denuncia por negligencia ante los tribunales, se sintió impulsado a contactar con el sargento detective. Los gritos de respuesta de Cooper, que no estaba del mejor de los humores tras haber sido despertado de un profundo sueño, lo dejaron tembloroso. Refunfuñó para sí durante el resto de la guardia. La ley popular decía que por muy considerado que intentara ser un tipo, siempre se equivocaba.
Keith, aún más irritable que Cooper al ser arrancado de los brazos de Morfeo en las lejanías de Londres, se sintió un poco mejor al enterarse de que Jack estaba arrestado por conducción suicida y violación.
– Buen Dios -dijo con cínico asombro-. No tenía ni idea de que fuese tan activo. Pensaba que prefería el deporte de espectador.
– No tiene gracia, Keith -dijo Sarah con aspereza-. Necesita un abogado. ¿Puedes venir a Bournemouth?
– ¿Cuándo?
– Ahora, zoquete. En este mismo momento están tomándole muestras.
– ¿Lo hizo él?
– ¿Qué?
– La violación -replicó Keith, paciente.
– Por supuesto que no -le espetó ella, enfadada-. Jack no es un violador.
– Entonces no hay nada de lo que preocuparse. Las pruebas demostrarán que no ha estado en contacto con la víctima.
– Dice que ellos piensan que es parte de un círculo de paidófilos. Podrían acusarlo de conspiración para violar, aunque no puedan acusarlo del delito en sí. -Suspiró-. Al menos pienso que eso es lo que dijo. Estaba muy furioso y lo que me contó era algo confuso.
– ¿En qué demonios ha estado metido?
– Todavía no lo sé -replicó ella a través de los dientes apretados-. Tú limítate a mover el culo hasta aquí, ¿quieres?, y gánate algo de la fortuna que te hemos pagado a lo largo de los años.
– Yo no soy muy bueno como abogado criminalista, ya sabes. Puede que te conviniera más buscar a un especialista de por ahí. Puedo darte algunos de los nombres del registro.
– Él ha pedido que vengas tú, Keith. Dijo que quería un abogado en el que poder confiar, así que -la voz de ella aumentó de volumen-, por el amor de Dios, ¿quieres dejar de discutir y meterte en el coche? Estamos perdiendo tiempo. Se encuentra en la comisaría de policía de Freemont Road, en Bournemouth.
– Estaré allí lo antes posible -prometió él-. Entre tanto, dile que mantenga la boca cerrada y se niegue a responder a cualquier pregunta.
Era más fácil decirlo que hacerlo, pensó Sarah con pesar, mientras a ella y Ruth les daban sillas para sentarse y Cooper era conducido a la sala de interrogatorio. Cuando se abrió la puerta, oyeron a Jack en toda su plenitud:
– Miren, ¿cuántas veces necesitan que se lo digan? Yo la estaba rescatando de los que querían violarla, no violándola yo mismo. ¡Jesús! -Su puño se estrelló contra la mesa-. No hablaré con imbéciles. ¿Es que nadie tiene un coeficiente intelectual mesurable en este orinal? -Profirió una exclamación de alivio-. ¡Aleluya! ¡Cooper! ¿Dónde demonios ha estado, bastardo? -La puerta volvió a cerrarse.
Sarah apoyó la cabeza contra la pared, con un suspiro.
– El problema con Jack -le comentó a Ruth- es que nunca hace nada a medias.