– No estaría aquí en absoluto de no haber sido por mí -dijo la muchacha con aire de pena mientras se retorcía las manos una y otra vez sobre el regazo. Estaba tan nerviosa que apenas podía mantener su respiración bajo control.
Sarah le echó una mirada.
– Pienso que deberías de estar muy orgullosa de tí misma. Debido a tí, él evitó que otra chica recibiera el tratamiento que te dieron. Eso es bueno.
– No si ellos creen que Jack estaba implicado.
– Cooper aclarará las cosas.
– ¿Significa eso que no tendré que decir nada? Yo no quiero decir nada. -Las palabras salieron a toda velocidad-. Tengo muchísimo miedo -dijo, mientras las lágrimas inundaban sus grandes ojos oscuros-. No quiero que nadie lo sepa… -le temblaba la voz-. Tengo tanta vergüenza…
Sarah, que había tenido que emplear mucha mano dura en forma de chantaje emocional para hacerla llegar tan lejos, renunció a emplear un poco más. La muchacha ya se encontraba en un fuerte estado emocional, desesperada por justificar la indiferencia de su madre porque luego podría justificar su propia indiferencia hacia el feto que crecía en su propio interior. Pero no podía justificarla, por supuesto, y eso hacía que la culpabilidad por querer abortar fuese todavía más fuerte. No había ninguna lógica en la psicología humana, pensó Sarah con tristeza. No había dicho nada de su visita a Cedar House, y se limitó a ofrecerse para llevar a Ruth en coche a Fontwell.
– En justicia -había dicho-, lo único que sabe tu madre es que te han expulsado por salir para encontrarte con tu novio. Estoy segura de que se mostrará compasiva si le cuentas la verdad.
Ruth sacudió la cabeza.
– No lo haría -susurró-, diría que he obtenido lo que merecía. Solía decírselo a la abuela respecto a la artritis. -El rostro se le había contorsionado de dolor-. Ojalá la abuela no hubiese muerto. Yo la quería de verdad, ¿sabe?, pero murió pensando que no era así.
¿Y qué podía decir Sarah a eso? Nunca se había encontrado con tres personas tan dedicadas a destruirse entre sí y a sí mismas.
Ahora rodeó los delgados hombros de la muchacha con un brazo y la estrechó con fuerza.
– El sargento Cooper lo aclarará -dijo con firmeza-, y no te obligará a decir nada si no quieres. -Profirió una risa gutural entre dientes-. Es demasiado bueno y demasiado blando, razón por la cual nunca ha llegado a inspector.
Pero la ley, como los molinos de Dios, muele con lentitud pero muy, muy fino, y Sarah sabía que si alguno de ellos salía ileso al final de su roce con ella, sería un milagro.
– ¿Se da cuenta, doctora Blakeney, de que podríamos acusarla de complicidad antes del hecho? -dijo un airado inspector-. Cuando usted ayudó a su esposo a conseguir la dirección de Hughes, sabía que estaba planeando hacer algo ilegal, ¿no es cierto?
– Yo no respondería a eso -dijo Keith.
– No. No lo sabía -replicó Sarah con valentía-. ¿Y qué tiene de ilegal evitar una violación brutal? ¿Desde cuándo rescatar a alguien es un acto delictivo?
– Está usted en el campo de juego equivocado, doctora. Estamos hablando de intento de asesinato, lesiones físicas dolosas, conducir sin el cuidado y la atención debidos, ataque a un oficial de policía. Dígalo, está escrito aquí. Su esposo es un hombre extremadamente peligroso y usted lo envió tras Hughes, sabiendo perfectamente bien que era posible que perdiera el control de su temperamento si le hacían frente. Ése es un resumen justo, ¿no?
– Yo no respondería a eso -dijo Keith de modo automático.
– Por supuesto que no lo es -le espetó ella-. Es Hughes el hombre extremadamente peligroso, no Jack. ¿Qué haría usted si supiera que una jovencita está a punto de ser brutalmente atacada por cinco zombis que son tan degenerados y analfabetos como para hacer cualquier cosa que su sádico líder les ordene? -Los ojos le destellaban-. No se moleste en contestar. Sé con toda exactitud lo que usted habría hecho. Se habría escabullido con la cola entre las piernas hasta el teléfono más cercano y marcado el nueve nueve nueve, y no importa el daño que le hicieran a la niña mientras tanto.
– Es un delito el ocultarle información a la policía. ¿Por qué no nos informaron con respecto a la señorita Lascelles?
– De verdad te aconsejo no responder a esa pregunta -dijo Keith con cansancio.
– Porque le dimos nuestra palabra de que no lo haríamos. ¿Por qué demonios cree que Jack salió esta noche, si hubiéramos podido contárselo todo a la policía?
Keith alzó una mano para acallar al inspector.
– ¿Alguna objeción a que se apague la grabadora mientras hablo con mi cliente?
El otro hombre lo contempló durante un momento y luego consultó la hora.
– Entrevista con la doctora Blakeney suspendida a las 3.42 de la madrugada. -Habló con tono abrupto, y luego pulsó el botón de «stop».
– Gracias. Y ahora, ¿quieres explicarme una cosa, Sarah? -murmuró Keith, implorante-. ¿Por qué me has arrastrado hasta aquí si ni tú ni Jack queréis escuchar una sola palabra de lo que digo?
– Porque estoy muy jodidamente furiosa, por eso. Deberían de estarle agradecidos a Jack; en cambio, lo condenan.
– Al inspector le pagan para ponerte furiosa. Así es como obtiene sus resultados, y tú se lo estás poniendo muy fácil.
– Protesto ante esa observación, señor Smollett. A mí me pagan, entre otras cosas, para que intente averiguar la verdad cuando se comete un delito criminal.
– En ese caso, ¿por qué no deja de decir imbecilidades -sugirió Keith con tono afable-, y trata con los hechos lisos y llanos? No puedo ser el único que está aburrido con todas estas idiotas amenazas de procesamiento criminal. Por supuesto que puede acusar al señor Blakeney si quiere, pero se convertirá en un hazmerreír. ¿Cuánta gente sería capaz de molestarse en salir y hacer lo que él hizo con sólo un cinturón y una linterna para protegerse? -Sonrió apenas-. En la actualidad estamos en una sociedad que no se compromete con nada, en la que el heroísmo está confinado a las pantallas de televisión. El otro día hubo un caso de una mujer que fue atacada sexualmente por dos hombres a plena vista de los taxistas que estaban en una parada, y ni uno sólo de ellos levantó un dedo para ayudarla. Peor todavía, alzaron los cristales de las ventanillas para no oír los gritos de auxilio. ¿Debo inferir, por su actitud para con el señor Blakeney, que es ése el tipo de comportamiento que usted aprueba en nuestra supuesta sociedad civilizada?
– El comportamiento de vigilante civil es igual de peligroso, señor Smollett. Por cada caso de no implicación que usted cite, yo puedo citarle otro en el que una dura justicia le ha sido impuesta a personas inocentes porque una turba de linchamiento decidió de modo arbitrario quién es y quién no es culpable. ¿Debo inferir, por su actitud, que usted aprueba la forma de justicia del tribunal popular?
Keith entendió la observación con un asentimiento de cabeza.
– Por supuesto que no -dijo con sinceridad-, y en caso de que el señor Blakeney hubiese llevado consigo a un ejército privado, yo estaría de parte de usted. Pero está en un terreno muy inestable al describirlo a él solo como una turba de linchamiento. Era un hombre enfrentado con una decisión imposible: actuar de inmediato para detener una violación, o abandonar a la muchacha a su suerte mientras se alejaba para pedir ayuda.
– Él no habría llegado a estar allí si él y su esposa no hubiesen conspirado juntos para ocultar información sobre la señorita Lascelles. Tampoco, ya que estamos, habrían podido Hughes y su banda someter a la joven que el señor Blakeney rescató al terror por el que la hicieron pasar, por la sencilla razón de que todos ellos habrían estado bajo llave acusados de la violación de la señorita Lascelles.
– Pero la señorita Lascelles le ha dicho categóricamente que habría tenido demasiado miedo como para contarle nada a la policía, suponiendo que los Blakeney le hubieran informado de lo que ella les dijo. Vive con el terror de que Hughes cumpla la amenaza de violarla otra vez en el momento en que quede en libertad, y no existe ninguna garantía, ni siquiera ahora, de que ella, ni la víctima de esta noche, puedan reunir el valor suficiente como para prestar ante el tribunal una declaración que lo condene. La mejor apuesta que tiene, con bastante franqueza, es el testimonio de Jack Blakeney. Si él se mantiene fuerte, cosa que hará, Ruth ganará valentía por su ejemplo, y si la otra muchacha y sus padres toman conciencia de lo mucho que le deben, entonces también ella podría reunir el valor suficiente como para hablar. Por lo mismo, si usted insiste en llevar adelante estos cargos contra Blakeney, podrá despedirse de cualquier cooperación por parte de las dos aterrorizadas muchachas. De forma bastante razonable podrían concluir que la justicia está de parte de Hughes y no de parte de ellas.