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– Oh, bueno -replicó Charlie con su estilo lúgubre-, hace que los porcentajes tengan mejor aspecto cuando se publican las tablas de la liga. En la actualidad, los de la policía estamos metidos en la cultura de los negocios, muchacho, y la productividad es importante.

– Eso apesta.

– No, para nuestros clientes no apesta.

– ¿Qué clientes?

– El público británico obediente de la ley que paga generosamente por nuestros servicios a través de sus impuestos. La cultura de los negocios exige que primero identifiquemos nuestra base de clientes, luego evaluemos sus necesidades y luego, por último, respondamos a las mismas de manera satisfactoria y adecuada. Usted ya constituye un beneficio cuantioso en la plantilla del balance. Violación, conspiración para violar, ataque, ataque sexual, robo, conspiración para cometer robo, manejo de objetos robados, corrupción, conspiración para obstruir el curso de la justicia… -se interrumpió con una ancha sonrisa-, lo que me lleva al asesinato de la señora Gillespie.

– Lo sabía -dijo Hughes con asco-. Van a inculparme jodidamente por eso. ¡Jesús! No voy a decir una palabra más hasta que llegue aquí mi picapleitos.

– ¿Quién ha dicho nada de inculparlo? -quiso saber Charlie con tono plañidero-. Es sólo un poco de cooperación lo que busco, nada más.

Hughes lo contempló con suspicacia.

– ¿Qué obtendré a cambio?

– Nada.

– Entonces, es no.

Los ojos de Charlie se entrecerraron hasta transformarse en finas rendijas.

– La pregunta que debería de haberme formulado, muchacho, es qué obtendrá si no coopera. Se lo diré. Tiene mi palabra de honor de que no se dejará de remover una sola piedra hasta que yo lo vea condenado y enviado a la cárcel por secuestro y violación de una niña.

– Yo no me lo hago con niñas -se burló Hughes-. Nunca lo he hecho. Nunca lo haré. Y tampoco podrá pillarme por violación. Nunca he violado a una muchacha en toda mi vida. Nunca he necesitado hacerlo. Lo que esos otros basuras hayan hecho, es asunto de ellos. Yo no tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo.

– El que un varón adulto duerma con una chica de trece años constituye una violación. Es menor de edad, y por lo tanto demasiado joven como para dar su consentimiento a lo que le hacen.

– Yo nunca he dormido con una de trece años.

– Seguro que sí, y yo lo demostraré. Pondré a trabajar a todos los hombres que están bajo mi mando hasta que consiga encontrar a esa chiquilla, virgen antes de que usted la violara, que le mintió con respecto a su edad. -Le dedicó una sonrisa salvaje al cruzar un destello de duda por la cara de Hughes-. Porque habrá una, muchacho, siempre la hay. Es una idiosincrasia de la psicología femenina. A los trece, quieren pasar por chicas de dieciséis, y lo consiguen. A los cuarenta quieren pasar por treinta, y por Dios que también pueden hacerlo, porque de la única cosa que puedes estar seguro con respecto a las féminas de nuestra especie, es de que nunca parece que tengan la edad que tienen.

Hughes se pasó los dedos por la mandíbula sin afeitar.

– ¿De qué tipo de cooperación está hablando?

– Quiero un informe completo de todo lo que sabe sobre Cedar House y de la gente de la casa.

– Eso es bastante fácil. Que los jodan a todos es la respuesta. Nunca entré. No conocía a la vieja.

– Vamos, Dave, usted es un profesional. A lo largo de los meses se quedó sentado en la furgoneta, fuera de la casa, esperando a Ruth mientras ella hacía sus cosas. Era su chófer, ¿recuerda?, aparecía un día tras otro, durante las vacaciones, para hacerle pasar un buen rato. ¿Cómo sabía ella que estaba allí si no podía hacerle una señal? No me venga con que no se encontraba lo bastante cerca como para ver todas las idas y venidas de la casa.

Hughes se encogió de hombros.

– De acuerdo, veía gente de vez en cuando, pero si no sé quiénes eran, ¿de qué va a servirle eso?

– ¿Vigiló alguna vez la parte trasera de la casa?

El hombre debatió consigo mismo.

– Quizá -dijo, cauteloso.

– ¿Desde dónde?

– Si tiene intención de utilizar esto contra mí, quiero mi picapleitos.

– No se encuentra para nada en posición de discutir -replicó Charlie con impaciencia-. ¿Desde dónde la vigilaba? ¿Desde fuera o desde dentro del jardín?

– A veces solía aparcar la furgoneta en los bloques de casas del flanco. Ruth calculaba que era más seguro, con todos los yuppies que vivían allí. Las esposas se marchaban a trabajar junto con sus maridos, así que no había nadie durante el día -explicó, servicial-. Había un trozo de terreno desigual junto a la valla que rodeaba Cedar House, y resultaba bastante fácil saltar por encima y observar desde los árboles.

El inspector sacó un mapa detallado de su maletín.

– ¿La urbanización de Cedar? -preguntó al tiempo que golpeaba el mapa con el dedo índice.

Hughes sorbió por la nariz.

– Probablemente. Ruth dijo que los terrenos habían pertenecido a la casa en otra época, antes de que la vieja los vendiera por dinero efectivo, aunque sabe Dios por qué no se pulió el resto mientras lo tuvo. ¿Para qué quería un jardín gigantesco cuando hay gente viviendo en la calle? Jesús, era una vieja perra agarrada -dijo, imprudente-. Todo ese jodido dinero y nadie más pudo echarle un vistazo. ¿Es verdad que se lo dejó todo a su médico, o Ruth no estaba más que contándome un rollo?

Charlie le clavó los ojos.

– No es asunto suyo, muchacho, pero esto se lo diré gratis. Ruth no recibió ni un penique por culpa de lo que usted la obligó a hacer. Su abuela se puso en contra de ella cuando comenzó a robar. De no haber sido por usted, le habría dejado la casa.

Hughes se quedó impasible.

– En ese caso no debería de haber abierto las piernas con tanta rapidez, ¿verdad?

Charlie volvió a mirar el mapa mientras luchaba contra el impulso de golpearlo.

– ¿Vio alguna vez a alguien que entrara por la puerta trasera?

– La mujer de la limpieza solía barrer los escalones de vez en cuando. Vi a la mujer de la casa de al lado arreglando los tiestos de su lado, y al viejo tomando el sol en el patio.

– Me refiero a extraños, a alguien que no hubiese esperado ver.

– Nunca vi a nadie. -Hizo un hincapié innatural en el verbo.

– ¿Oyó, entonces?

– Tal, vez.

– ¿Dónde estaba usted? ¿Qué oyó?

– Un día vi a la señora Gillespie que salía en su coche. Pensé en echar una mirada a través de las ventanas. Ver qué había ahí dentro.

– ¿Estaba Ruth con usted?

Él negó con la cabeza.

– Había regresado al colegio.

– Se negaba a cooperar, supongo, así que usted tuvo que descubrir por sí mismo qué merecía la pena robar. Usted estaba rondando la casa.

Hughes no respondió.

– De acuerdo, ¿qué sucedió?

– Oí que la vieja se acercaba por el sendero que rodea la casa, así que me arrojé detrás de la carbonera que hay junto a la puerta de la cocina.

– Continúe.

– No era ella. Era algún otro bastardo que estaba husmeando por ahí, como yo.

– ¿Hombre? ¿Mujer?

– Un viejo. Llamó a la puerta trasera y esperó un poco, y luego entró con una llave. -Hizo una mueca-. Así que me largué. -Vio el triunfo en la cara de Jones-. ¿Era eso lo que quería?

– Podría ser. ¿Tenía la llave en la mano?

– No estaba mirando.

– ¿Oyó algo?

– Los golpes de llamada.

– ¿Algo más?

– Oí que movían una piedra después de llamar a la puerta.

«El tiesto.»

– ¿Cómo sabe que era un hombre, si no estaba mirando?

– Llamó en voz alta. «Jenny, Ruth, Mathilda, ¿estáis ahí?» Era un hombre, ya lo creo.

– Describa su voz.

– De clase alta.

– ¿De viejo? ¿Joven? ¿Fuerte? ¿Débil? ¿De borracho? ¿De sobrio? Déjese de rodeos, muchacho. ¿Qué clase de impresión sacó de él?