– Usted le compró los terrenos a la señora Mathilda Gillespie de Cedar House, Fontwell.
– Así es. Y es una maldita vieja perra chupasangre. Pagué por ellos mucho más de lo que debería.
– Era -lo corrigió Cooper-. Está muerta.
Howard lo contempló con repentino interés.
– ¿De verdad? Ah, bueno -murmuró sin pesar-, al final nos llega a todos.
– En el caso de ella, algo prematuramente. Fue asesinada.
Se produjo un breve silencio.
– ¿Y qué tiene que ver eso con la urbanización Cedar?
– Estamos teniendo dificultades para establecer el móvil. Una idea que ha surgido por sí sola -declaró con lentitud- es que ella planeaba continuar su fructífera aventura con ustedes vendiéndoles el resto de su jardín para que construyeran en él. Por las consultas que he hecho en el departamento de planificación, tengo entendido que siempre ha estado pendiente algún tipo de segunda fase, pero esto la habría hecho muy impopular en determinados sectores y podría haber inspirado el asesinato. -No se le había escapado el destello de interés en los agudos ojos viejos que tenía delante-. ¿Ha mantenido alguna correspondencia reciente con ella sobre el asunto, señor Howard?
– Sólo negativa.
Cooper frunció el entrecejo.
– ¿Podría explicármelo?
– Ella vino a vernos con intención de continuar adelante. Nosotros hicimos una oferta. Ella la rechazó. -Gruñó con fastidio-. Como ya le he dicho, era una maldita perra chupasangre. Quería por las tierras muchísimo más de lo que valen. El gremio de la construcción ha pasado por la peor recesión de su historia y los precios han caído en picado. No me habría importado tanto si no hubiese sido gracias a nosotros como llegó a encontrarse en posición de construir algo, para empezar. -Miró con ferocidad a Cooper, como si él fuera responsable del rechazo de Mathilda-. Fuimos nosotros quienes establecimos el maldito permiso de construcción en la periferia de su jardín hace diez años, motivo por el cual dejamos espacio de acceso en el límite sureste. La primera opción exclusiva sobre la segunda fase en caso de que decidiera continuar adelante era parte del contrato original, y tuvo la cara de rechazarnos.
– ¿Cuándo fue esto? ¿Lo recuerda?
– ¿El día que nos rechazó? La noche de Bonfire, el cinco de noviembre [5]. -Rió entre dientes-. Le dije que se metiera un petardo por el culo y me colgó el teléfono. Le advierto que había dicho muchas cosas peores la primera vez, porque no me preocupo de mi lenguaje para con nadie, y ella siempre regresaba.
– ¿La vio usted en persona?
– Hablamos por teléfono. Aunque hablaba en serio, y escribió un par de días después para confirmarlo. Dijo que no tenía ninguna prisa y que estaba dispuesta a esperar a que los precios volvieran a subir. Tengo la carta en el archivo, junto con una copia de nuestra oferta. -El destello de interés había vuelto a sus ojos-. Es posible que, si ella ha muerto, sus herederos puedan estar interesados, ¿eh? Es una oferta justa. No obtendrán nada mejor.
– El testamento está siendo impugnado -replicó Cooper con tono de disculpa-. Imagino que pasará algún tiempo antes de que quede establecida la posesión de la propiedad. ¿Podría ver la carta de ella?
– No veo por qué no. -Pulsó el botón del intercomunicador y pidió el archivo Gillespie-. ¿Y quién la ha matado?
– Todavía no se ha acusado a nadie.
– Bueno, ya se dice que las disputas de construcción sacan al exterior lo peor de la gente. Aunque es un poco extremo lo de asesinar a alguien por eso, ¿eh?
– Cualquier asesinato es extremo -dijo Cooper.
– Unas pocas casas más o menos. Difícilmente es un móvil.
– La gente teme a lo inesperado -replicó Cooper, flemático-. A veces pienso que ésa es la causa de todos los asesinatos. -Miró hacia la puerta al entrar la secretaria con una carpeta naranja-. El bote se balancea y la única solución es matar a la persona que está balanceándolo.
Howard abrió la carpeta y seleccionó una hoja de la parte superior.
– Ahí la tiene. -Se la tendió desde el otro lado de la mesa.
Cooper la examinó con cuidado. Estaba fechada el sábado 6 de noviembre, y escrita a máquina. Como decía Howard, confirmaba su negativa a proceder hasta que los precios hubiesen mejorado.
– ¿Cuándo dice que recibió esto?
– Un par de días después de la llamada telefónica.
– Eso habrá sido el sábado.
– El lunes, entonces, o quizás el martes. No trabajamos los fines de semana, al menos no en esta oficina.
– ¿Escribía siempre a máquina las cartas?
– No recuerdo que lo haya hecho nunca antes. -Retrocedió entre los papeles de la carpeta-. Siempre lo hacía con una letra manuscrita muy adornada.
Cooper pensó en la carta enviada a Ruth. Estaba escrita con una hermosa letra manuscrita.
– ¿Tiene alguna otra carta de ella? Me gustaría comparar las firmas.
Howard se humedeció un dedo con la lengua y pasó las páginas, mientras iba extrayendo varias hojas diferentes.
– ¿Cree que la escribió alguna otra persona?
– Es probable. No hay máquina de escribir en su casa, y ella murió el sábado por la noche. ¿Cuándo podría haberlo hecho? -Colocó las páginas una junto a otra sobre la mesa, y entrecerró los ojos para estudiar las firmas-. Bueno, bueno -dijo con satisfacción-, los planes mejor trazados… ha sido usted de mucha ayuda, señor Howard. ¿Puedo llevármelas?
– Quiero fotocopias para mis archivos. -Estaba consumido por la curiosidad-. Nunca se me ocurrió que no fuera auténtica. ¿Qué tiene de malo?
Cooper posó un dedo sobre la firma de la carta mecanografiada.
– Para empezar, él les ha puesto puntos a las «i» -señaló dos de las otras-, y ella no. La «M» de él es demasiado vertical y la «G» continúa hasta la «i» siguiente. -Rió entre dientes-. Los expertos van a tener un día de gloria con esto. En general es un trabajo muy chapucero.
– Un poco estúpido, ¿no?
– Arrogante, diría yo. La falsificación es un arte como cualquier otro. Hacen falta años de práctica para ser un poco bueno.
– Tengo a un equipo forense revisando un contenedor lleno de cenizas viejas de la casa de Violet -le dijo Charlie a Cooper cuando éste regresó a la comisaría-, y dicen que han encontrado los diarios, o al menos lo que queda de ellos. Hay algunos trocitos de papel pero varios trozos bastante grandes de lo que dicen que es forro de becerro. Todavía siguen buscando. Confían en que encontrarán al menos un pedazo que tenga la letra manuscrita de ella. -Se frotó las manos.
– Podrían buscar trozos de papel mecanografiado mientras están en ello, preferiblemente con el membrete de Howard & Sons -dijo Cooper al tiempo que sacaba las cartas-. El primero de noviembre le hicieron una oferta por las tierras, y desde luego no la encontramos al revisar sus papeles. Lo más probable es que Orloff se llevara todo un archivo. Howard padre tiene una pila de correspondencia relacionada con la urbanización Cedar, y en ninguna parte de la casa había una maldita cosa al respecto. De haberla habido, podríamos habernos dado cuenta un poco antes.
– No es culpa de nadie más que de ella. Supongo que aprendió a no confiar en nadie, y por eso lo hacía todo muy en secreto. Lo decía todo en la carta que le envió a Ruth: «Ha habido demasiado secretismo dentro de la familia». Si al menos le hubiera hablado de sus planes al abogado, puede que todavía estuviese viva.
– De todas maneras, nosotros no nos formulamos la pregunta adecuada, Charlie.
[5] Noche en la que se hacen castillos de fuegos artificiales y se quema una efigie de Guy Fawkes en memoria del