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Ella continuó de espaldas a él.

– ¿Por qué no lo hiciste?

– Porque, como ella no dejaba de recordarme, soy tu esposo -gruñó él-. Jesús, Sarah, si no hubiese pensado que lo que teníamos valía algo, ¿por qué me habría casado contigo, para empezar? No tenía que hacerlo, por amor de Cristo. Nadie me puso una pistola en la cabeza. Quería hacerlo.

– Entonces, ¿por qué…? -No continuó.

– ¿Por qué dejé embarazada a Sally? No lo hice. Nunca dormí con esa horrible mujerzuela. Pinté su retrato porque ella pensó que tendría éxito después de que el marchante de Bond Street confirmara mi primera y única venta. -Profirió una carcajada hueca-. Quería enganchar su vagón a una estrella naciente, de la forma en que lo había enganchado a todas las otras estrellas nacientes que había conocido en su vida. Lo cual es lo que pinté, por supuesto: un parásito holgazán con pretensiones de grandeza. Me ha odiado desde entonces. Si me hubieras dicho que afirmaba que yo era el padre de su bebé no deseado, te habría aclarado las cosas, pero no confiabas en mí lo suficiente como para decírmelo. -Su voz se endureció-. Aunque es tan seguro como el infierno que confiaste en ella, y ni siquiera te caía bien esa maldita mujer.

– Era muy convincente.

– ¡Por supuesto que era muy convincente! -rugió él-. Es una jodida actriz, y uso la palabra adrede. ¿Cuándo vas a abrir los ojos, mujer, y ver a la gente en su totalidad, con sus aspectos oscuros y sus aspectos luminosos, con sus fortalezas y sus debilidades? Maldición, tendrías que haberte dejado llevar por la pasión, haberme arrancado los miserables ojos con las uñas, cortado los cojones… cualquier cosa… si pensabas que te había sido infiel. -Su voz se suavizó-. ¿Es que no me amas lo bastante como para odiarme, Sarah?

– Eres un bastardo, Blakeney -dijo ella al tiempo que se volvía y lo recorría de pies a cabeza con ojos resplandecientes-. Nunca sabrás lo infeliz que he sido.

– ¿Y tienes el valor de acusarme de ser egocéntrico? ¿Qué hay de mi infelicidad?

– La tuya se cura fácilmente.

– Te aseguro que no.

– Te aseguro que sí.

– ¿Cómo?

– Un poco de masaje para relajar la rigidez, y un beso para que mejore.

– Ah -dijo él, meditativo-, bueno, desde luego no es un mal comienzo. Pero ten en cuenta que el estado es crónico y que necesita repetidas aplicaciones. No quiero sufrir una recaída.

– Pero te costará caro.

Él la contempló con los párpados medio cerrados.

– Ya me parecía a mí que sonaba demasiado bien como para ser verdad. -Se metió la mano en el bolsillo-. ¿Cuánto?

Ella le dio un leve azote en la cabeza.

– Sólo información. ¿Por qué se peleó Mathilda con Jane Marriott la mañana del día en que murió? ¿Por qué lloró Mathilda cuando le enseñaste su retrato? Y, ¿por qué Mathilda me dejó su dinero? Sé que todas esas cosas están relacionadas, Jack, y sé que Cooper conoce la respuesta. Lo vi en sus ojos anoche.

– Supongo que no habrá masaje si no obtienes la respuesta.

– No para tí. Se lo ofreceré a Cooper. Uno de los dos acabará por decírmelo antes o después.

– Matarías al pobre viejo. Le entran espasmos si le tocas una mano. -La atrajo a su regazo-. No facilitará en nada las cosas si te lo digo -le advirtió-. De hecho, las dificultará todavía más. Te conozco demasiado bien. -Cualquiera fuese la culpa que ella sentía ahora, pensó, no sería nada comparada con las agonías de preguntarse si, sin saberlo, había hecho que Mathilda la creyese adoptada. ¿Y qué haría eso con la relación que tenía con Jane Marriott? Conociendo a Sarah, se sentiría doblemente obligada a contarle la verdad a Jane, y alejaría a la pobre mujer con un empacho de sinceridad-. Le hice una promesa a Mathilda, Sarah. De verdad que no quiero romperla.

– La rompiste cuando se lo contaste a Cooper -señaló ella.

– Lo sé, y no estoy contento de haberlo hecho, no más contento que por haber roto la promesa que le hice a Ruth. -Suspiró-. Pero en realidad no tenía opción. Él y el inspector estaban convencidos de que el testamento era el móvil del asesinato de Mathilda, y yo tenía que explicarles por qué lo había hecho.

Sarah contempló el retrato de Mathilda.

– Lo hizo porque estaba pagando por su rito de paso a la inmortalidad y no confiaba ni en Joanna ni en Ruth para que entregaran los bienes en su nombre. Ellas habrían despilfarrado el dinero, mientras que confió en mí para aumentarlo. -Su voz sonaba amarga, pensó Jack-. Me conocía lo bastante bien como para saber que yo no gastaría un legado en mi propia persona, en particular uno al que no creía tener derecho ninguno.

– No era tan cínica, Sarah. No hizo ningún secreto del cariño que te tenía.

Pero Sarah continuaba absorta en el retrato.

– No me has explicado -dijo de pronto- por qué fuiste a ver a Sally aquel fin de semana. -Se volvió a mirarlo-. Pero eso fue una mentira, ¿no es cierto? Fuiste a alguna otra parte. -Posó sus pequeñas manos sobre los hombros de él-. ¿Adonde, Jack? -Lo sacudió al no contestarle él-. Tuvo algo que ver con el llanto de Mathilda y, según supongo, también con su testamento, aunque en ese momento no lo sabías. -Él casi podía oír el funcionamiento del cerebro de ella-. Y, fuera lo que fuere, requería que te ausentaras durante ese fin de semana sin que yo supiera adonde ibas. -Estudió el rostro de él-. Pero por lo que ella sabía, iba a vivir otros veinte años, así que, ¿por qué contarte ahora algo que no tendría impacto ninguno hasta después de su muerte?

– No tenía intención de decírmelo. Fui un muy reticente receptor de su confesión. -Suspiró. Antes o después, comprendió, Sarah descubriría que había ido a ver al padre de ella y por qué lo había hecho-. Alrededor de un año después del nacimiento de Joanna, ella tuvo una segunda hija de Paul Marriott, la cual entregó en adopción. Por toda una serie de razones, ella se convenció de que tú eras su hija perdida, y me dijo que cambiaría su testamento a tu favor. -En sus labios apareció una sonrisa torcida-. Me quedé tan impresionado que no sabía qué hacer. ¿No decir nada y permitir que heredaras de forma fraudulenta? ¿Decirle la verdad y destrozar sus ilusiones? Decidí aplazar la decisión mientras iba a ver si tu padre tenía algo que yo pudiera enseñarle. -Sacudió la cabeza con aire irónico-. Pero cuando regresé Mathilda estaba muerta, la policía andaba buscando un móvil de asesinato, y yo era el único que sabía que Mathilda te había dejado una fortuna. Fue una pesadilla. Lo único que podía ver era que tú y yo seríamos arrestados por conspiración, a menos que mantuviera la boca cerrada. No podíamos demostrar que yo no te había dicho nada sobre el testamento, y no tenías ninguna coartada. -Profirió una risa profunda-. Entonces, como llovida de la nada, me presentaste mi orden de marcha, y me di cuenta de que lo mejor que podía hacer era aferrarla con ambas manos y dejarte pensando que era un miserable bastardo. Estabas tan herida y enojada que, por una vez en tu vida, no intentaste ocultar tus emociones, y Cooper recibió una fuerte dosis de sinceridad transparente. Le mostraste todo, desde conmoción por el testamento hasta perplejidad porque yo hubiera sido capaz de pintar el retrato de Mathilda sin que tú lo supieras. -Volvió a reír-. Nos sacaste a los dos del atolladero sin siquiera darte cuenta de lo que estabas haciendo.