—¿Viene mucho por esta casa el capitán Marsh?
—Vivió aquí hasta hace tres años.
—¿Por qué se marchó? —preguntó Japp.
—No lo sé; creo que no se llevaba bien con su tío.
—Me parece que sabe usted algo más de lo que nos dice, señorita
—dijo Poirot gentilmente.
Ella le echó una rápida mirada.
—No soy amiga de chismes —respondió.
—Pero puede usted contarnos lo que haya de verdad en los rumores que han circulado acerca de las desavenencias entre lord Edgware y su sobrino.
—No era tanto como se dice. Lo que pasa es que lord Edgware era un hombre con quien resultaba difícil convivir.
—¿Usted también lo cree así?
—No hablo por mí; yo nunca tuve el menor tropiezo con lord Edgware. Conmigo fue siempre muy sociable.
—Pero el capitán Marsh...
Poirot clavó los ojos en ella, tratando de sacarle otras revelaciones.
Miss Carroll encogióse de hombros.
—El capitán era un hombre extravagante. Se llenó de deudas. Hubo, además, alguna otra cosa, no sé exactamente qué, y entonces lord Edgware le echó de casa. Eso es todo.
Cerró la boca firmemente, sin duda dispuesta a no añadir ni una sola palabra.
La habitación donde sostuvimos el interrogatorio estaba en el primer piso. Al salir de ella, mi amigo me cogió del brazo.
—Un momento, Hastings, ¿quieres hacer el favor de quedarte aquí? Voy a bajar con Japp. Tú no te muevas hasta que hayamos entrado en la biblioteca.
Le hubiera preguntado algo, pero supuse que no me contestaría, como hacía siempre. Probablemente sospechaba que el mayordomo andaba espiando y quería estar seguro de si era o no verdad.
Permanecí allí mirando a través de la barandilla de la escalera. Poirot y Japp se dirigieron, en primer lugar, a la puerta de la calle, fuera del alcance de mi vista, y luego reaparecieron andando lentamente a lo largo del vestíbulo. Les seguí con los ojos hasta que estuvieron dentro de la biblioteca. Esperé uno o dos minutos más, por si acaso aparecía el criado, pero no dio la menor señal de su presencia. Entonces bajé a mi vez la escalera y me reuní con ellos.
El cadáver, como es de suponer, no estaba allí. Habían corrido las cortinas y la luz estaba encendida. Poirot y Japp, en pie en medio de la habitación, miraban a su alrededor detenidamente.
—No hay nada —decía Japp.
—Ni un cigarrillo, ni huellas de pies ni un guante de señora, ni un perfume, nada de lo que tan necesario es a los detectives de novela —dijo Poirot sonriendo.
—La policía es siempre ciega en las novelas policíacas —dijo Japp con un gesto.
Yo quise dar cuenta a mi amigo del resultado de su encargo.
—Todo va bien. Poirot. He vigilado, pero nadie nos espiaba, al parecer.
—Los ojos de mi amigo Hastings son terribles —dijo Poirot con cierta burla y añadió—: Oye, ¿te has fijado en la rosa que llevaba yo en la boca?
—¿Una rosa en la boca? —pregunté con asombro. Japp se volvió, riendo a carcajadas.
—¿Es que quiere usted volverme loco, Poirot? ¿Una rosa? ¿Para qué?
—Nada; tenía la pretensión de parecerme a Carmen —dijo Poirot muy tranquilo.
Les miré, no sabiendo si estaban locos ellos o si lo estaba yo.
—¿No te has fijado, Hastings? —dijo Poirot en tono de reproche.
—No —contesté—. Desde mi observatorio no podía veros la cara.
—¿No? ¡Qué lástima!
Movió la cabeza suavemente. ¿Se estaba burlando de mí?
—Bueno —dijo Japp—. Creo que ya no tenemos nada que hacer aquí; pero, de ser posible, me gustaría ver de nuevo a la hija de lord Edgware.
Tocó el timbre para llamar al mayordomo, a quien ordenó:
—Pregúntele a miss Marsh si puedo verla un momento.
No fue el criado, sino miss Carroll quien entró a los pocos momentos.
—Geraldine está descansando —dijo—. La pobrecilla ha sufrido una gran conmoción. Cuando usted se marchó le di algo para hacerla dormir, y hasta dentro de una o dos horas sería mejor no despertarla.
Japp se mostró conforme.
—De todas maneras, todo lo que ella pueda decirles se lo puedo decir yo —añadió la secretaria firmemente.
—¿Qué opinión tiene usted del mayordomo? —preguntó Poirot.
—No me es nada simpático, la verdad —replicó miss Carroll—; pero no sabría decirle por qué.
Habíamos llegado a la puerta de la calle.
—Anoche, cuando vino lady Edgware, estaba usted ahí arriba, ¿verdad? —dijo de pronto Poirot, indicando con el dedo el piso superior.
—Sí. ¿Por qué?
—¿Y afirma usted que vio a lady Edgware entrar y dirigirse, a lo largo del vestíbulo, hacia la biblioteca?
—Sí.
—¿Y vio usted su rostro claramente?
—Ya le he dicho que sí.
—Sin embargo, usted no pudo ver su rostro, señorita. Desde donde usted estaba sólo podía ver la parte superior de la cabeza.
Miss Carroll enrojeció vivamente. Por un momento pareció desconcertada.
—Bien, sí, su cabeza; pero además oí su voz, la vi andar. Esa mujer es inconfundible. Se lo repito, estoy segura de que era Jane Wilkinson, el ser más infame que existe.
Y, volviéndose, se fue hacia arriba.
Capítulo VIII
Probabilidades
Japp se marchó y nosotros nos fuimos a dar una vuelta por Regent's Park en busca de un lugar apacible.
—¿Te das cuenta, Hastings, de que la secretaria es un testigo peligroso? Peligroso, porque es involuntariamente falso. Ya has oído cómo hace un momento decía que había visto el rostro de la visitante. A mí eso me pareció completamente imposible. Si hubiese salido ésta de la biblioteca, entonces sí que hubiera sido posible; pero yendo hacia allá, no. Hice entonces el experimento, y resultó como yo había supuesto.
—Sin embargo, la secretaria sigue afirmando que fue Jane Wilkinson quien se presentó en Regent Gate ayer por la noche. Después de todo, la voz y la manera de andar son cosas inconfundibles.
—No, no.
—Hombre, Poirot. Yo te he oído decir mil veces que lo más característico e inconfundible de una persona es su voz y la manera como anda.
—Es verdad, pero también es fácilmente imitable.
—¿Tú crees?
—Haz retroceder tu memoria a algunos días. ¿Te acuerdas de una noche que estábamos en un teatro?
—¿Te refieres a Charlotte Adams? Pero, Poirot, Charlotte Adams es una artista.
—No es difícil imitar a una persona a quien se conozca bien. Claro que Charlotte Adams tiene condiciones excepcionales, y además, la luz de las candilejas y la distancia influyen...
Una repentina idea atravesó mi cerebro.
—Poirot —grité—, no vas a creer que Charlotte Adams haya matado a lord Edgware. ¡Si ni siquiera debió conocerlo!
—¿Qué sabes tú? Pudiera existir entre ellos alguna relación que nosotros no conocemos. La posibilidad de que Charlotte Adams sea la culpable no se aparta de mi cerebro.
—Pero Poirot...
—Espera, Hastings. Deja que te exponga algunos hechos. Lady Edgware ha contado sin la menor reserva las relaciones entre ella y su esposo, e incluso ha llegado a decir que deseaba matarlo. Además de nosotros, lo oyó un camarero, Bryan Martin, Charlotte también lo oyó y todas las personas que estaban en el Savoy. Además, está la gente a quien esas personas lo repitieron. Ahora supongamos que alguien desea matar a lord Edgware y encuentra en Jane Wilkinson una coartada. La noche en que ésta anuncia que se quedará en casa a causa de una violenta jaqueca..., pone en acción el plan que había concebido. Para que las sospechas recaigan sobre Jane Wilkinson es necesario que se la vea entrar en Regent Gate. Bien; ya la han visto. Pero aún hace más: al entrar se anuncia como lady Edgware. Ah, c'est un peu trop ca! Haría sospechar al más cándido. Hay otra cosa, además. La mujer que entró la otra noche en la casa iba vestida de negro, y Jane Wilkinson nunca viste de negro, se lo hemos oído decir a ella misma. Todo eso parece demostrar que no era Jane Wilkinson la que entró en casa de lord Edgware, sino una mujer que se disfrazó y se hizo pasar por ella. ¿Fue esta mujer la que mató a lord Edgware? ¿O bien entró otra persona en la casa y esta última fue la que le asesinó? De ser así, ¿cuándo entró? ¿Antes o después de la visita de la fingida lady Edgware? Si entró después, ¿qué dijo aquella mujer a lord Edgware? ¿Cómo explicó su presencia allí? Podía engañar al criado, que no la había visto nunca, y a la secretaria, que sólo la vio de lejos; pero no puede creerse que lograse engañar al marido. Tal vez, cuando ella entró en la biblioteca, sólo encontró un cadáver, y entonces lord Edgware habría sido asesinado entre las nueve y las diez.