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—Creo que debería ser yo —dijo Poirot sonriendo—. Según tengo entendido, usted y miss Adams eran muy buenas amigas.

—Es verdad.

Eh bien, yo le garantizo a usted, señorita, que cuanto hago es sólo en beneficio de su difunta amiga. Tenga la seguridad de que es así.

Hubo unos momentos de silencio mientras Jenny Driver reflexionaba.

—Le creo —dijo—. Ahora hable usted. ¿Qué quiere saber?

—Creo que su amiga comió ayer con usted.

—Sí.

—¿Le explicó por casualidad los planes que tenía para la noche?

—No habló precisamente de la noche.

—Pero ¿le dijo algo?

—Sí; algo que quizá es lo que andan ustedes buscando, pero comprenderán que ella me lo dijo confidencialmente.

—Es natural.

—En fin, yo se lo contaré a mi manera.

—Como usted guste, señorita.

—Verán, Charlotte estaba muy excitada; no se ponía así a menudo, porque su carácter no era ese. En definitiva, no me dijo nada, pues

había prometido guardar silencio, pero algo dejó traslucir. Se trataba de algo así como de un bromazo.

—¿Un bromazo?

—Eso fue lo que me dijo, aunque no añadió cómo, cuándo ni dónde. Sólo... —se detuvo un momento—. Bueno; Charlotte, ¿saben ustedes?, no era de esa clase de gente que se divierte gastando bromas a los demás. Era una de esas muchachas serias, de cerebro equilibrado, que solo piensan en trabajar. Lo que yo supongo es que alguien quería utilizar su habilidad. Es una suposición mía nada más; no es que ella me lo dijera, ¿comprenden ustedes?

—Ya comprendo. ¿Qué fue lo que usted pensó?

—Pensé, porque la conocía muy bien, que allí había dinero de por medio. Nada, en realidad, era capaz de entusiarmarle, excepto el dinero. Ella era así. Fue una de las cabezas mejor equilibradas para los negocios. Seguramente no hubiera estado tan animada ni tan alegre si no se hubiese tratado de dinero. Una gran cantidad de dinero, desde luego. Mi impresión fue que había hecho alguna apuesta y que estaba completamente segura de ganarla. Quizá esto no fuera cierto; no intento que crean ustedes que Charlotte solía hacer apuestas. Nunca supe que hubiese hecho ninguna; pero, en fin, sea lo que fuere, estoy segura de que se trataba de dinero.

—¿No se lo dijo a usted?

—No; únicamente me dijo que dentro de poco tiempo me lo explicaría todo. Iba a hacer venir a su hermana de América para reunirse con ella en París; estaba loca por ella. Creo que es una muchacha muy delicada y amante de la música —y miss Driver acabó—: Les he referido todo cuanto sé respecto a Charlotte. ¿Es lo que ustedes querían saber?

Poirot movió afirmativamente la cabeza, al mismo tiempo que decía:

—Sí; confirma mi hipótesis, aunque, la verdad, esperaba algo más. Ya me figuraba yo que habrían recomendado a miss Adams que guardase el secreto, pero confiaba en que, siendo mujer, no hubiera podido contenerse y lo hubiese revelado a su mejor amiga.

—Por mi parte hice cuanto pude por hacerla hablar —dijo Jenny—; pero me dijo, riendo, que ya me lo contaría algún día.

Poirot guardó silencio por un momento; luego dijo:

—¿Conoce usted a lord Edgware?

—¿La víctima de ese asesinato? Lo he leído en un periódico hace media hora.

—Sí. ¿Sabe usted si miss Adams le conocía personalmente?

—No lo creo. Estoy segura de que no. ¡Oh!, espere usted un minuto.

—Lo que usted quiera, señorita —dijo Poirot amablemente.

—¿Cómo fue...? ¿Cómo fue...? —frunció el entrecejo y se apretó las sienes, como tratando de recordar—. ¡Ah, ya lo tengo! Habló una vez de él muy agriamente.

—¿Agriamente?

—Sí; dijo... A ver si lo recuerdo... ¡Ah, sí! «Los hombres como ese no hacen más que arruinar la vida de los que les rodean con su crueldad y falta de comprensión.» Dijo además... ¿Qué dijo, señor? —recordaba de nuevo—. ¡Ahora! Dijo: «Es de esa clase de hombres cuya muerte será un bien para todos.»

—¿Recuerda cuándo dijo eso, señorita?

—Debe de hacer un mes.

—¿Cómo fue hablar de él?

Jenny Driver se quedó pensativa durante unos momentos, y después movió la cabeza.

—No puedo acordarme. Sin duda fue al leer su nombre en algún periódico. Pensando en ello más tarde, me extrañó que Charlotte se hubiese mostrado tan vehemente al hablar de un hombre a quien ni siquiera conocía.

—Realmente es extraño —dijo Poirot pensativamente. Luego preguntó—: ¿Sabe usted si miss Adams tenía la costumbre de tomar veronal?

—Que yo sepa, no. Nunca le vi tomarlo; ni habló siquiera de ello.

—¿Vio usted alguna vez en su monedero una cajita de oro con las iniciales C. A. en rubíes?

—¿Una cajita de oro? No, no la he visto nunca.

—¿Recuerda usted dónde estuvo miss Adams en noviembre último?

—A ver..., un momento —recordó—. A últimos de ese mes se fue a Estados Unidos, pero antes estuvo en París.

—¿Sola?

—Desde luego, aunque usted no lo crea; no sé por qué, siempre que se nombra a París ha de imaginarse uno lo peor, cuando en realidad es una ciudad muy respetable.

—Bien, señorita. Ahora voy a hacerle a usted una pregunta muy importante. ¿Había algún hombre por el cual miss Adams estuviese interesada especialmente?

—La contestación es un no rotundo —dijo Jenny lentamente-. Charlotte, en todo el tiempo que la conocí, no hizo más que ocuparse de su trabajo y de su delicada hermanita. Era el cabeza de familia y todo dependía de ella, actitud muy digna de encomio. De todas maneras, eso lo digo yo sin ahondar demasiado en su vida, juzgando sólo por las apariencias.

—¿Y si ahondáramos? ¿Cree usted...?

—No me extrañaría que Charlotte se hubiese interesado por algún hombre.

—¡Ah!

—Claro que ésta es una simple conjetura mía. Llegó a ocurrírseme esta idea, sencillamente, por su comportamiento de estos últimos meses. Sufrió un cambio radical, era otra distinta..., aunque no se hizo precisamente soñadora, pero estaba algo abstraída. ¡Oh, no sé cómo explicarlo! Es una cosa que cualquier mujer lo entendería fácilmente. Además, es posible que esté yo equivocada al pensar todo esto.

—Gracias, señorita —dijo, y añadió inmediatamente—: Otra cosa antes de despedirnos: ¿tenía algún amigo miss Adams cuya inicial corresponda a la letra D?

—¿D? —repitió Jenny Driver pensativamente—. No, no recuerdo ninguno.

Capítulo XI

Egoismo y vanidad

No creo que Poirot esperase otra contestación. De todas maneras, movió la cabeza contrariado y quedóse un rato pensativo. Jenny Driver se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa.

—Bueno —dijo—. ¿Van, por fin, a contarme algo ustedes?

—Señorita —dijo Poirot—, ante todo, permítame que la felicite. Sus respuestas a todas mis preguntas han sido muy interesantes. Dice usted que si voy a contarle algo, y debo contestarle que muy poco, únicamente le referiré unos hechos.

Se detuvo un momento, y luego siguió hablando muy despacio:

—Anoche, lord Edgware fue asesinado en su biblioteca. A las diez, una señora, supongo que su amiga, miss Adams, llegó a casa de lord Edgware preguntando por él. Dicha señora se presentó como si fuese lady Edgware. Llevaba una peluca rubia y vestía exactamente igual que la verdadera lady Edgware, quien, como usted debe saber ya, es la conocida actriz Jane Wilkinson. Miss Adams, suponiendo que fuese ella, permaneció en la casa sólo un momento. Salió de allí a las diez y cinco, y hasta pasada la media noche no volvió a su domicilio, donde se acostó, después de tomar una dosis excesiva de veronal. Ahora, señorita, ya sabe usted a qué obedece mi interrogatorio.

Jenny dejó escapar un profundo suspiro.

—Sí —dijo—, ya lo comprendo. Creo que tiene usted razón al suponer que fue Charlotte quien se presentó en casa de lord Edgware. Y lo creo porque ayer estuvo en mi tienda para comprarse un nuevo sombrero.