—¿Cree usted que eso aclara todos los hechos?
—Hombre, no; claro está que todavía queda mucho por explicar; pero es una buena hipótesis para empezar las pesquisas. En cuanto a lo otro, la farsa esa que preparaban, creo que no debe tener ninguna relación con lo que a nosotros nos interesa. Será, sencillamente, una mera coincidencia.
—Mais oui, c'est possible.
—¿Qué le parece esta otra suposición? —dijo Japp.
—El organizador de la farsa es también inocente, pero alguien que tenía algún motivo para odiar a lord Edgware pudo muy bien enterarse de la broma que iban a gastarle y pensó satisfacer su odio gracias a los bromistas. No es ningún disparate, ¿verdad? —hizo una pequeña pausa y siguió—: Sin embargo, creo más probable lo que dije antes. La relación que había entre esa artista y lord Edgware ya se aclarará algún día.
Luego, Poirot le contó lo de la carta de América y Japp dijo que realmente podría servirles de mucho.
—Voy a ocuparme en seguida de este asunto —y sacando una libreta, hizo algunos apuntes—. Cada vez estoy más convencido de que es Charlotte Adams la criminal. De momento no veo a nadie más que pueda tener algún interés en la muerte de lord Edgware —dijo mientras guardaba el cuaderno de notas, y siguió—: También está el nuevo lord Edgware, el capitán Marsh, que es uno de los que más ha salido ganando con el crimen, y, por tanto, el que más motivos tiene para ser el asesino. Parece ser un hombre poco escrupuloso en lo que se refiere al dinero. Además, ayer tuvo una violenta discusión con su tío. Él mismo me lo ha contado. Eso aleja de él las sospechas. Y hubiese sido un maravilloso culpable, pero se procuró una coartada para la noche del crimen, pues estuvo en la Ópera con unos judíos ricos, los Dortheimer. Me he informado detenidamente y ocurrió como dice el capitán Marsh.
—¿Y la señorita?
—¿Se refiere usted a la hija de lord Edgware? Estuvo fuera de su domicilio esa noche. Cenó con unos amigos, unos tales Carthews. Luego fueron a la Ópera, y al salir la acompañaron hasta su casa; llegó allí a las doce menos cuarto. Esto prueba su inocencia. La secretaria parece ser una mujer muy honrada Luego está el criado. Ese es un tipo al que no puedo tragar. No es propio de un hombre ser tan guapo. Además, hay algo en él que le hace sumamente repulsivo. De todas maneras, he hecho averiguaciones y no he podido encontrar ningún motivo para que matase a su amo.
—¿No ha pasado nada nuevo?
—Sí, ha pasado algo, aunque no sé si será muy importante. En fin, ya veremos. Ante todo, ha desaparecido la llave que poseía lord Edgware.
—¿La de la puerta de la calle?
—Sí.
—Muy curioso.
—Eso mismo me parece a mí. Puede tener gran importancia y puede no tener ninguna, según. Pero aún hay algo más, que para mí es muy significativo. Ayer mismo, lord Edgware cobró un cheque. No era de mucho valor; solamente unas cien libras. Recibió el importe del cheque en billetes franceses, debido a que hoy pensaba marchar a París. Bueno; pues ese dinero también ha desaparecido.
—¿Quién se lo ha dicho?
—Miss Carroll. Fue ella misma en persona a cobrar el cheque. Y al decírmelo hoy, hemos buscado el dinero por todas partes, encontrándonos con que había desaparecido.
—¿Dónde estaba anoche?
—Miss Carroll no lo sabe; dice que se lo entregó a lord Edgware a las tres y media de la tarde, metido dentro de un sobre del mismo Banco. Lord Edgware, que se hallaba en aquel momento en la biblioteca, cogió el dinero y lo dejó sobre la mesa.
—Eso es una verdadera complicación.
—O una simplificación. De momento, la herida...
—¿Qué ocurre?
—Pues que dice el forense que no fue causada por una navaja corriente; era, desde luego, un arma blanca, pero de hoja distinta, y debía de ser terriblemente aguda.
Poirot se quedó pensativo.
—El nuevo lord Edgware parece encontrar muy divertido que pueda sospecharse de él como asesino de su tío. Su actitud me parece algo rara.
—Puede ser, simplemente, habilidad.
—Tal vez. La muerte de su tío ha sido muy oportuna para él. Por lo pronto, ya se ha instalado en la casa.
—¿Dónde vivía antes?
—En Martin Street, Saint George's Road. No es un barrio muy elegante, que digamos.
—Apunta esa dirección, Hastings.
La anoté, aunque me extrañaba un poco. Si Ronald había trasladado su residencia a Regent Gate, su antigua dirección no tenía por qué interesarnos ya.
—No me cabe duda de que la asesina es miss Adams —dijo Japp levantándose—. Ha sido una gran ocurrencia. Tiene usted la suerte de poder ir a los teatros y a toda clase de diversiones. Por eso puede enterarse de cosas que yo nunca conoceré. Lo malo del caso es que no se ve por ninguna parte el motivo del crimen, pero espero que ya lo descubriremos, y con un poco de trabajo, todo se arreglará.
—Existe así mismo otra persona que podría también estar complicada en el crimen y no se ha fijado usted en ella.
—¿Quién es?
—El caballero que, según dicen, se quería casar con lady Edgware, el duque de Merton.
—Hombre, claro que puede tener motivo —Japp soltó una carcajada—. Pero un personaje de su posición no comete un asesinato así como así. Además, estaba en París.
—¿De modo que no lo juzga sospechoso?
—¿Lo cree usted acaso, Poirot?
Y riéndose de lo absurdo de semejante idea, Japp salió de la habitación.
Capítulo XVII
El criado
El día siguiente fue para todos nosotros de inactividad, y para Japp, de gran trabajo. A la hora del té vino a vernos. Estaba furioso.
—He sido un verdadero idiota.
—No es posible, amigo Japp —dijo amablemente Poirot.
—Sí, lo he sido; me he dejado engañar por un criado y se me ha ido de entre las manos.
—¿Que ha desaparecido el criado?
—Sí, y lo que más me avergüenza es no haber sospechado de él.
—Bueno, hombre, serénese.
—Es muy fácil decir eso. ¿Cree usted que se puede estar sereno después de haberle puesto a uno por los suelos en la Jefatura de Policía? ¡Ah! Ese mayordomo es un pájaro de cuidado; seguramente no es la primera vez que hace una cosa así.
El inspector se enjugó la frente. Era la estampa de la desesperación. Yo, más conocedor del carácter inglés, escancié una fuerte dosis de whisky con seltz y se lo ofrecí al inspector, quien en seguida se reanimó un poco.
Pero después, más tranquilizado, empezó a hablar.
—Muchas gracias, pero no sé si debo... No estoy muy seguro de que el criado sea el asesino, aunque no deja de ser sospechosa esa huida; sin embargo, debí empezar por detenerlo. Parece que era una mala cabeza. Frecuentaba cabarets de malísima reputación.
—Tout de méme, eso no prueba que sea un asesino.
—Es verdad; puede que se halle metido en algún lío que no sea precisamente un asesinato. No; estoy convencido de que la autora fue miss Adams. No he podido encontrar nada que pruebe su participación en el crimen, aunque envié a varios de mis hombres a su piso para que hicieran un registro; pero, desgraciadamente, no hemos encontrado nada impresionante. Era una muchacha prudente. No guardaba ninguna carta comprometedora. Sólo se han hallado las referentes a contratos teatrales, cuidadosamente atadas y etiquetadas. También había algunas de la hermana que tiene en Washington. Nada de secretos. Guardaba, además, varias joyas antiguas de poco valor. No tenía ningún diario íntimo. Su libro de cuentas y el de cheques no dicen nada aprovechable. Parece que era una muchacha sin historia.