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Entonces intervino Alveston.

– ‌Un plan excelente. Solo será necesaria una nota breve. -‌Se volvió hacia Darcy-‌. Permítame ser de ayuda, señor. Si dispusiera de un caballo veloz, podría contribuir entregando las cartas. Siendo, como soy, desconocido para la mayoría de los invitados, me resultaría más fácil evitar unas explicaciones que, en cambio, sí demorarían a un miembro de la familia. Si la señorita Darcy y yo pudiéramos consultar juntos un plano de la zona, trazaríamos la ruta más racional y rápida. Las casas con vecinos cercanos que también hayan sido invitados podrían ocuparse de transmitir la noticia.

Elizabeth pensó que algunos de ellos se mostrarían sin duda encantados con la idea. Si había algo que podía compensarlos de la cancelación del baile era saber que en Pemberley se estaba desarrollando un drama. Aunque algunos de sus amigos lamentarían, sin duda, la zozobra que se había apoderado de todos en la casa y se apresurarían a escribir cartas de apoyo y condolencia, y se dijo que muchas de ellas nacerían de una preocupación y un afecto sinceros. No debía permitir que el cinismo desacreditara el impulso de la compasión y el amor.

Pero Darcy habló con voz fría.

– ‌Mi hermana no ha de participar en esto. Nada de lo ocurrido tiene que ver con ella, y sería del todo inapropiado que lo hiciera.

Georgiana habló sin levantar la voz, pero manteniendo la misma firmeza.

– ‌Pero, Fitzwilliam, sí tiene que ver conmigo. Tiene que ver con todos nosotros.

Antes de que Darcy tuviera tiempo de responder, el coronel intervino.

– ‌Es importante, señorita Georgiana, que no permanezca en Pemberley hasta que se investigue bien el asunto. Esta misma noche enviaré una carta por correo expreso a lady Catherine, y no tengo duda de que ella la invitará de inmediato a Rosings. Sé que a usted no le complace especialmente la casa, y la invitación le resultará, hasta cierto punto, molesta, pero es deseo de su hermano que vaya donde esté a salvo y donde ni el señor ni la señora Darcy deban preocuparse por su seguridad y bienestar. Estoy seguro de que su buen juicio la llevará a comprender que lo que se le propone es sensato… y apropiado.

Ignorándolo, Georgiana se volvió hacia Darcy.

– ‌No tienes de qué preocuparte. Por favor, no me pidas que me vaya. Solo deseo ser útil a Elizabeth, y espero poder serlo. No veo que haya nada inapropiado en ello.

Fue entonces cuando intervino Alveston:

– ‌Discúlpeme, señor, pero siento que es mi deber manifestar algo. Hablan ustedes sobre lo que ha de hacer la señorita Darcy como si fuera una niña. Estamos ya en el siglo diecinueve. No hace falta ser discípulo de Wollstonecraft para opinar que a la mujer no debe negársele la voz en los asuntos que la incumben. Hace ya siglos se aceptó que las mujeres tienen alma. ¿No va siendo hora de que se acepte que también tienen mente?

El coronel hacía esfuerzos por controlarse, y tardó un poco en replicar.

– ‌Le sugiero, señor, que reserve sus alegatos para el tribunal.

Darcy se dirigió a Georgiana.

– ‌Yo solo pensaba en tu bienestar y felicidad. Por supuesto que puedes quedarte si lo deseas. Me consta que Elizabeth se alegrará de contar con tu ayuda.

La aludida llevaba un rato sentada en silencio, porque no quería empeorar las cosas opinando algo inadecuado. Pero ahora decidió intervenir.

– ‌Me alegraré mucho, sí. Debo estar disponible para sir Selwyn Hardcastle cuando llegue, y no veo la manera de que las notas puedan entregarse a tiempo a menos que cuente con ayuda. De modo que ¿por qué no nos ponemos manos a la obra?

Retirando la silla con más fuerza de la necesaria, el coronel dedicó una reverencia envarada a Elizabeth y a Georgiana, y abandonó la estancia.

Alveston se puso en pie.

– ‌Debo disculparme, señor -‌dijo, dirigiéndose a Darcy-‌, por haber intervenido en un asunto de familia que no me incumbe. Me he dejado llevar, y he hablado con más énfasis del que es correcto o aconsejable.

– ‌La disculpa se la debe más al coronel que a mí -‌replicó Darcy-‌. Es posible que sus comentarios hayan sido inadecuados o presuntuosos, pero ello no significa que no sean acertados. -‌Se volvió hacia Elizabeth-‌. Si puedes, amor mío, aclara la cuestión de las notas ahora mismo. Creo que ya es hora de que hablemos con el servicio, tanto con el interno como con los miembros que puedan estar trabajando en la casa. La señora Reynolds y Stoughton les habrán comunicado solo que ha habido un accidente y que se ha suspendido el baile, y en estos momentos deben de reinar la preocupación y el nerviosismo. Voy a llamar a la señora Reynolds para notificarle que vamos a bajar a la sala del servicio para hablar con todos tan pronto como hayas terminado de redactar el modelo de carta que Georgiana ha de copiar.

5

Media hora más tarde, Darcy y Elizabeth hacían su entrada en la sala del servicio, acompañados por el estrépito de dieciséis sillas que arañaban el suelo al retirarse, al que siguieron los «buenos días, señor» que llegaron en respuesta al saludo de Darcy, aunque pronunciados en voz tan baja que resultaron apenas audibles. A Elizabeth le sorprendió constatar la sucesión de delantales blanquísimos, recién almidonados, y de cofias plisadas, antes de recordar que, siguiendo instrucciones de la señora Reynolds, todo el personal debía vestirse impecablemente el día del baile de lady Anne. En el aire flotaba un aroma intenso y delicioso: a falta de órdenes en sentido contrario, era probable que las cocineras hubieran decidido empezar a hornear ya las primeras tartas y exquisiteces. Al pasar junto a la puerta abierta de la galería, a Elizabeth casi la abrumó el perfume de las flores cortadas. Ahora que ya no hacían falta, se preguntó cuántas sobrevivirían con buen aspecto hasta el lunes. Se descubrió a sí misma pensando en el mejor uso que podría darse a las aves dispuestas para ser asadas, a las grandes piezas de carne, a las frutas traídas de los invernaderos, a la sopa blanca y a los ponches. No todo estaría preparado todavía, pero, si no se daban las instrucciones pertinentes, habría sin duda un excedente, y no debía permitirse que se echara a perder. Le pareció una preocupación absurda en aquellas circunstancias, pero aun así llegó a ella mezclada con muchas otras. ¿Por qué el coronel Fitzwilliam no había mencionado su paseo a caballo, ni hasta dónde le había llevado? No era probable que se hubiera limitado solo a cabalgar junto al río, empujado por el viento. Y si finalmente detenían a Wickham y se lo llevaban, posibilidad que nadie había mencionado pero que todos debían tener por muy cierta, ¿qué ocurriría con Lydia? Seguramente ella no querría quedarse en Pemberley, pero había que ofrecerle hospitalidad cerca de donde se encontrara su esposo. Tal vez el mejor plan, y sin duda el más adecuado, sería que Jane y Bingley se la llevaran a Highmarten, pero ¿sería justo para su hermana mayor?

Con todas aquellas preocupaciones agolpándose en su mente, apenas registraba las palabras de su esposo, que eran recibidas en medio de un silencio sepulcral, y solo las últimas frases franquearon su conciencia. Se había solicitado la presencia de sir Selwyn Hardcastle aquella noche, y se había procedido al levantamiento del cadáver del capitán Denny, que había sido trasladado a Lambton. Sir Selwyn regresaría a las nueve en punto, y querría interrogar a todos los que se encontraban en Pemberley en el momento de los hechos. La señora Darcy y él mismo estarían presentes mientras tuvieran lugar los interrogatorios. No se sospechaba en absoluto de ningún miembro del servicio, pero era importante que todos respondieran con sinceridad a las preguntas de sir Selwyn. Entretanto, debían proseguir con sus tareas sin hablar de la tragedia, y sin chismorrear entre ellos. El acceso al bosque quedaba restringido para todos menos para el señor y la señora Bidwell y sus familiares.