– Señor, usted contará con su propio abogado, por supuesto, pero si se encuentra lejos y yo puedo serle de ayuda entretanto, quiero que sepa que estoy a su servicio. Como testigo, no puedo, claro está, representar ni al señor Wickham ni a la finca de Pemberley, pero, si le parece que puedo serle de alguna utilidad, yo podría abusar algo más de la hospitalidad de la señora Bingley. El señor Bingley y ella han tenido la amabilidad de sugerir que así lo haga.
Su discurso era titubeante, y el joven abogado, listo, exitoso, tal vez arrogante, parecía transformado por un momento en un muchacho dubitativo e inseguro. Darcy sabía por qué. Alveston temía que su ofrecimiento pudiera interpretarse, sobre todo por parte del coronel Fitzwilliam, como una estratagema que le permitiera ahondar en su relación con Georgiana. Darcy tardó unos segundos en responder, suficientes para que Alveston se le adelantara y siguiera hablando.
– El coronel Fitzwilliam contará con la experiencia de la ley marcial y de los tribunales militares, por lo que tal vez considere que cualquier consejo que yo pueda ofrecerle estará de más, sobre todo teniendo en cuenta que él posee unos conocimientos locales de los que yo carezco.
Darcy se volvió hacia el coronel.
– Supongo que convendrás, Fitzwilliam, en que debemos aceptar toda la ayuda legal disponible.
El coronel respondió en tono sosegado:
– Yo no soy ni he sido nunca magistrado, y no puedo pretender que mi experiencia ocasional con los tribunales militares me convierta en un conocedor del código penal civil. Dado que no estoy emparentado con George Wickham, como sí lo está Darcy, no estoy legitimado para intervenir en el asunto más que como testigo. Corresponde por tanto a nuestro anfitrión decidir qué consejos pueden resultarle útiles. Como él mismo admite, resulta difícil ver en qué habría de resultar útil Alveston en el asunto que nos ocupa.
Darcy se volvió hacia el aludido.
– Me parece una pérdida de tiempo que tenga que trasladarse diariamente entre Highmarten y Pemberley. La señora Darcy ha hablado con su hermana, y todos esperamos que acepte nuestra invitación a permanecer en nuestra casa. Sir Selwyn Hardcastle puede pedirle que retrase su marcha hasta que la investigación policial haya concluido, aunque no creo que tenga motivos para ello una vez que usted haya aportado las pruebas al juez de instrucción. Pero ¿no se resentirá su trabajo? Se dice que es usted un hombre extraordinariamente ocupado. No deberíamos aceptar su ayuda si esta ha de ir en detrimento suyo.
– En los siguientes ocho días no he de ocuparme de ningún caso que requiera de mi presencia, y mi experimentado socio se ocupará sin problemas de los aspectos rutinarios.
– En ese caso, agradeceré su consejo cuando estime apropiado proporcionármelo. Los abogados de la finca se ocupan de cuestiones familiares, sobre todo de los testamentos, de la compraventa de propiedades, de disputas locales, y cuentan, en el mejor de los casos, con muy poca experiencia en asesinatos, y con ninguna en crímenes de sangre cometidos en Pemberley. Yo ya les he escrito para comunicarles lo ocurrido, y es mi intención enviarles otra carta por correo expreso para informarles de la participación de usted. Debo advertirle de que es poco probable que sir Selwyn Hardcastle se muestre dispuesto a colaborar. Se trata de un magistrado justo y experimentado, muy interesado en los procesos detectivescos que por lo general quedan en manos de comisarios locales, y se muestra siempre vigilante ante cualquier intento de interferir en sus atribuciones
El coronel no comentó nada.
– Sería de ayuda -prosiguió Alveston-, o al menos a mí me lo parece, que abordáramos primero nuestra reacción inicial ante el crimen, sobre todo en relación con la confesión aparente del detenido. ¿Creemos en la afirmación de Wickham, según la cual lo que quiso decir es que, si no hubiera discutido con su amigo, Denny no se habría bajado del cabriolé ni habría encontrado la muerte? ¿O acaso siguió al capitán con intenciones asesinas? Se trata, básicamente, de una cuestión de carácter. Yo no conozco al señor Wickham, pero creo que se trata del hijo del secretario de su difunto padre, y que usted lo conoció bien de niño. ¿Lo creen usted, señor, y coronel, capaz de un acto semejante?
Miró a Darcy, que, tras un instante de vacilación, respondió:
– Antes de su matrimonio con la hermana menor de mi esposa, llevábamos muchos años sin vernos, y después de este no volvimos a coincidir. En el pasado, me pareció desagradecido, envidioso, deshonesto y mentiroso. Es apuesto, y posee unos modales agradables en sociedad, sobre todo ante las damas, con cuyo favor cuenta. Que logre mantenerlo en relaciones más duraderas ya es otra cuestión, aunque yo nunca lo he visto actuar con violencia, ni he oído que lo hayan acusado jamás de ejercerla. Sus agravios son de naturaleza más mezquina, y prefiero no hablar de ellos. Todos tenemos la capacidad de cambiar. Lo único que puedo decir es que no creo que el Wickham al que yo conocí, a pesar de sus faltas, fuera capaz de asesinar brutalmente a un antiguo camarada y amigo. Diría que era un hombre contrario a la violencia, y que la evitaba en la medida de lo posible.
– Se enfrentó a los rebeldes de Irlanda -objetó el coronel Fitzwilliam-, con cierta eficacia, y su valentía ha sido reconocida. Debemos contar con su arrojo físico.
– Sin duda -intervino Alveston-, si hubiera de elegir entre matar o morir, no mostraría piedad. No es mi intención restar importancia a su valentía, pero la guerra y una experiencia de primera mano de las verdades de la batalla podrían corromper la sensibilidad de un hombre naturalmente pacífico hasta hacer que la violencia le resultara menos aberrante, ¿no creen? ¿No deberíamos contemplar esa posibilidad?
Darcy vio que el coronel hacía esfuerzos por mantener la calma.
– Nadie se corrompe cuando cumple con su deber hacia el rey y el país -dijo al fin-. Si usted hubiera tenido alguna experiencia en la guerra, joven, tal vez se mostraría menos despectivo en su reacción ante actos de excepcional valentía.
Darcy consideró sensato intervenir.
– He leído en el periódico algunas noticias sobre la rebelión irlandesa de mil setecientos noventa y ocho, pero eran muy breves. Probablemente me perdí la mayoría de las crónicas. ¿No fue allí donde Wickham resultó herido y obtuvo una medalla? ¿Qué papel desempeñó exactamente?
– Participó, lo mismo que yo, en la batalla del veintiuno de junio en Enniscorthy, durante la cual avanzamos sobre la colina y obligamos a los rebeldes a batirse en retirada. Después, el ocho de agosto, el general Jean Humbert llegó con un contingente de mil soldados franceses y marchó hacia el sur, en dirección a Castlebar. El general francés animó a sus aliados rebeldes a proclamar la llamada República de Connaught, y el veintisiete de ese mismo mes aniquiló al general Lake en Castlebar, una derrota humillante para el ejército británico. Fue entonces cuando lord Cornwallis solicitó refuerzos. Cornwallis situó a sus efectivos entre los invasores franceses y Dublín, atrapando a Humbert entre el general Lake y él mismo. Ese fue el final de los franceses. Los soldados de la caballería británica cargaron contra el flanco irlandés y contra las líneas francesas, y Humbert acabó por rendirse. Wickham participó en la carga, y posteriormente formó parte de la expedición que rodeó a los rebeldes y puso fin a la República de Connaught. Una misión cruenta, de búsqueda y castigo de los rebeldes.
Darcy estaba convencido de que el coronel había relatado aquellos hechos en multitud de ocasiones, y de que, en cierta medida, le complacía hacerlo.