– ¿Y dice que George Wickham participó? -preguntó Alveston-. Sabemos qué implica sofocar una rebelión. ¿No bastaría ello para, al menos, familiarizar a un hombre con la violencia? Después de todo, lo que estamos intentando es alcanzar alguna conclusión sobre la clase de hombre en que se había convertido George Wickham.
– Se había convertido en un buen y valeroso soldado -reiteró el coronel Fitzwilliam-. Coincido con Darcy. No consigo verlo como asesino. ¿Sabemos cómo han vivido él y su esposa desde que abandonó el ejército, en 1800?
– Nunca se le ha permitido el acceso a Pemberley -explicó entonces Darcy-. Y no hemos mantenido comunicación alguna, pero la señora Wickham sí es recibida en Highmarten. Sé que no han prosperado. Wickham se convirtió en algo parecido a un héroe nacional tras la campaña irlandesa, lo que hizo que no le costara conseguir empleos, si bien no le ha servido para mantenerlos. Al parecer, la pareja se trasladó a Longbourn cuando Wickham perdió su última ocupación y el dinero empezó a escasear, y sin duda la señora Wickham lo pasó bien visitando a viejas amigas y alardeando de las hazañas de su esposo. Con todo, aquellas visitas rara vez se prolongaban más allá de las tres semanas. Alguien debía de brindarles ayuda económica de manera regular, pero la señora Wickham nunca dio detalles y, por supuesto, a la señora Bingley no se le ocurrió preguntar. Me temo que eso es todo lo que sé, y todo lo que, de hecho, deseo saber al respecto.
– Dado que hasta el pasado viernes nunca había visto al señor Wickham -dijo Alveston-, mi opinión sobre su culpabilidad o su inocencia no se basa en su personalidad ni en su hoja de servicios, sino exclusivamente en mi valoración de las pruebas disponibles hasta el momento. Considero que cuenta con una defensa excelente. Su supuesta confesión podría no implicar más que la aceptación de su culpabilidad en hacer que su amigo abandonara el coche. Había ingerido alcohol, y ese efusivo sentimentalismo tras un impacto emocional suele darse en hombres ebrios. Pero concentrémonos por ahora en las pruebas materiales. El misterio central de este caso es por qué el capitán Denny se internó en el bosque. ¿Qué debía de temer de Wickham? Denny era más corpulento y más fuerte, e iba armado. Si su intención era regresar a pie a la posada, ¿por qué no hacerlo por el camino? Teóricamente, el cabriolé podría haberlo adelantado, pero, como ya he comentado, no puede decirse que el hombre estuviera en peligro. Wickham no le habría atacado estando su esposa en el vehículo. Podría aducirse que Denny se sintió impulsado a alejarse de Wickham, y de forma inmediata, a causa de la incomodidad que sentía ante el plan de su acompañante de dejar a su esposa en Pemberley sin que esta hubiera sido invitada al baile, y sin haber avisado a la señora Darcy. Dicho plan resultaba a todas luces inapropiado y desconsiderado, pero no por ello justificaba que Denny abandonara el cabriolé de ese modo tan dramático. El bosque estaba a oscuras, y él no llevaba luz de ninguna clase. Su acción me resulta incomprensible.
»Y existen pruebas más contundentes. ¿Dónde están las armas? Sin duda hubieron de ser dos. El primer golpe en la frente causó poco más que una hemorragia que impidió a Denny ver dónde se encontraba, y que lo dejó tambaleante. La herida en la parte posterior del cráneo fue provocada por otra arma, pesada y de canto redondeado, tal vez una piedra. Y, a partir del relato de quienes han visto la herida, entre ellos usted mismo, señor Darcy, esta es tan profunda y larga que un hombre supersticioso podría decir que no la causó una mano humana, y mucho menos la de Wickham. Dudo que este fuera capaz de levantar una piedra de semejante peso hasta la altura necesaria, y que pudiera soltarla con la puntería precisa. ¿Y hemos de suponer que fue el azar quien la dispuso tan convenientemente, tan a mano? Además, están los rasguños en la frente y las manos de Wickham. Sin duda sugieren que este pudo perderse en el bosque después de tropezarse por primera vez con el cuerpo sin vida del capitán Denny.
– ¿De modo que usted cree -quiso saber el coronel Fitzwilliam- que, si se presenta ante el tribunal del condado, será absuelto?
– Creo que, con las pruebas disponibles hasta el momento, así debería ser, aunque siempre existe el riesgo, en casos en los que no aparece ningún otro sospechoso, de que los miembros del jurado se pregunten: «Si no lo hizo él, ¿quién lo hizo?» A un juez o a los abogados defensores les resulta difícil alejar esa visión de los miembros del jurado sin, al mismo tiempo, inculcarla en sus mentes. A Wickham va a hacerle falta un buen abogado.
– Esa habrá de ser responsabilidad mía -comentó Darcy.
– Le sugiero que se ponga en contacto con Jeremiah Mickledore -dijo Alveston-. Es brillante en este tipo de casos, y cuando intervienen jurados. Pero solo acepta los casos que le interesan, y no le gusta nada salir de Londres.
– ¿Existe alguna posibilidad de que este caso pueda ser derivado a la ciudad? -preguntó Darcy-. De otro modo, no será visto hasta que se presente ante el tribunal itinerante del condado de Derby, la próxima cuaresma, o en verano. -Se volvió hacia el abogado-. Refrésqueme la memoria sobre el procedimiento, se lo ruego.
– Por lo general -le explicó Alveston-, el estado prefiere que los acusados sean juzgados en su jurisdicción. El argumento es que de ese modo la gente ve que se imparte justicia. Si se acepta un traslado, este suele llegar como máximo al condado siguiente, y para ello tendría que existir algún motivo fundado, algún asunto serio que impidiera garantizar un juicio justo en la jurisdicción correspondiente, asunto relacionado con la imparcialidad del tribunal, algún posible engaño a los miembros del jurado, el posible soborno a algún juez… Por otra parte, podría existir un prejuicio local evidente contra el acusado que impidiera una vista justa. Es el fiscal general el que tiene atribuciones para asumir el control y cancelar la acusación criminal, lo que, en el caso que nos ocupa, significa que este puede trasladarse a otra parte si él así lo aprueba.
– De modo que la decisión quedará en manos de Spencer Percival -dedujo Darcy.
– Exacto. Tal vez podría aducirse quedado que el delito se cometió en la propiedad de un magistrado local, él y su familia podrían verse implicados sin motivo o podría darse pie a habladurías en la zona, insinuaciones sobre la relación entre Pemberley y el acusado que podrían interferir en la causa de la justicia. No creo que fuera fácil lograr un traslado del caso, pero el hecho de que Wickham esté relacionado por matrimonio tanto con usted como con el señor Bingley es un factor que podría complicar las cosas y que podría pesar en la decisión del fiscal general. Sus decisiones no se basan en sus deseos personales, sino en si el traslado del caso iría en bien de la justicia. Independientemente de dónde se celebre el juicio, creo que le convendría contar con la defensa de Mickledore. Fui su asistente hace unos dos años y creo que podría convencerlo. Le sugiero que le envíe una carta urgente explicándole los hechos, y yo abordaré el tema con él cuando regrese a Londres, cosa que haré en cuanto termine la instrucción.
Darcy aceptó la propuesta, y le dio las gracias.
– Creo, caballeros -prosiguió Alveston-, que deberíamos refrescar la memoria sobre la declaración que realizaremos al ser interrogados acerca de las palabras que pronunció Wickham cuando llegamos junto a él y lo hallamos arrodillado sobre al cuerpo. Sin duda, se trata de algo crucial para el caso. Es evidente que debemos decir la verdad, pero será interesante constatar si nuestra memoria coincide en las palabras exactas de Wickham.
Sin esperar a que ninguno de los dos hablara, el coronel Fitzwilliam dijo:
– Es natural que causaran una honda impresión en mí, y creo ser capaz de reproducirlas con exactitud. Wickham dijo: «Está muerto. Dios mío, Denny está muerto. Era mi amigo, mi único amigo, y lo he matado. Es culpa mía.» Es opinable, claro está, lo que quiso decir con eso de que la muerte de Denny fuera culpa suya.