El juez, irritado, declaró:
– Son demasiados los juicios en los que las pruebas definitivas llegan con retraso. Con todo, parece que en este caso la culpa no es suya, y acepto sus disculpas. Ahora me reuniré con mis consejeros para determinar cuál ha de ser el siguiente paso. El acusado será trasladado de nuevo a la cárcel en la que estaba internado, a la espera de que el perdón real que otorga la Corona sea visto por el secretario de Interior, el canciller, el jefe del Tribunal Supremo y otros altos cargos. Yo mismo, en tanto que juez del caso, tendré voz en el asunto. A la luz de este documento, no pronunciaré ninguna sentencia, pero el veredicto del jurado debe seguir vigente. Pueden estar convencidos, caballeros, de que los tribunales ingleses no condenan a muerte a un hombre cuya inocencia se haya demostrado.
Se oyó algún murmullo, pero la sala empezó a despejarse. Wickham estaba de pie, agarrado con fuerza a la barandilla, con los nudillos muy blancos, inmóvil, en un estado próximo al trance. Uno de los policías le separó los dedos uno a uno, como si se tratara de un niño. Entre el banquillo de los acusados y la puerta lateral se abrió un pasadizo de cuerpos, y Wickham, sin volverse una sola vez a mirar, fue conducido de nuevo a su celda.
LIBRO VI
1
Habían convenido en que Alveston estuviera presente, acompañando al señor Mickledore, por si resultaba de utilidad durante los trámites del indulto, y permaneció en la antesala del tribunal cuando Darcy, impaciente por reunirse con Elizabeth, emprendió en solitario el camino de regreso a Gracechurch Street. Hacia las cuatro Alveston regresó para informar de que, según se esperaba, el procedimiento para obtener el perdón real culminaría en un par de días, por la tarde, y que llegado el momento él acompañaría a Wickham en su salida de la prisión y lo llevaría hasta allí. Se confiaba en poder llevar a cabo la operación de una manera discreta, con la menor repercusión pública posible. Un coche alquilado esperaría junto a la puerta trasera de la cárcel de Coldbath, y otro, solo para despistar, quedaría estacionado ante la delantera. Suponía una ventaja haber mantenido en secreto que Darcy y Elizabeth se alojaban en casa de los Gardiner y que no se habían instalado, como se esperaba, en alguna posada elegante. Así, si la hora exacta de la liberación de Wickham lograba mantenerse al margen del conocimiento público, era bastante posible que llegara a Gracechurch Street sin ser visto. Por el momento, había regresado a la cárcel de Coldbath, pero su capellán, el reverendo Cornbinder, con quien había trabado amistad, había dispuesto que se alojara con él y su esposa la noche de su liberación. Wickham había expresado su deseo de dirigirse allí inmediatamente después de que contara su historia a Darcy y al coronel, rechazando la invitación de los Gardiner para que se instalara en Gracechurch Street. A ellos les había parecido que cursar la invitación era lo correcto, pero les alivió saber que él declinaba el ofrecimiento.
– Parece un milagro que Wickham haya salvado la vida -comentó Darcy-. Pero, en cualquier caso, el veredicto fue perverso e irracional, y no deberían haberlo considerado culpable.
– Discrepo -dijo Alveston-. Lo que el jurado consideró una confesión fue repetido dos veces y fue creído. Además, quedaban muchas cosas sin explicación. ¿Habría abandonado el capitán Denny el cabriolé y se habría adentrado en un bosque que no conocía, en una noche de tormenta, solo para evitar el bochorno de presenciar el momento en que la señora Wickham llegara a Pemberley? Ella es, de hecho, hermana de la señora Darcy. ¿No resultaba más probable que Wickham se hubiera visto envuelto en algún negocio ilegal en Londres y que Denny, al no querer seguir siendo su cómplice, hubiera de ser quitado de en medio antes de que abandonaran Derbyshire?
»Pero había algo más que habría influido en el veredicto del jurado, y que yo solo supe hablando con uno de sus miembros mientras me encontraba en la sala. Al parecer, el portavoz tiene una sobrina viuda a la que aprecia mucho, cuyo esposo participó y murió en la rebelión de Irlanda. Desde entonces, el hombre siempre ha sentido un odio profundo por el ejército. De haberse divulgado el dato, no hay duda de que Wickham habría podido solicitar la recusación de ese miembro concreto del jurado, pero los apellidos no coincidían, y habría sido muy poco probable que el secreto hubiera llegado a saberse. Wickham dejó claro antes del inicio del juicio que no tenía intención de recusar la selección del jurado, a pesar de estar en su derecho de hacerlo, ni de aportar tres testigos propios que declararan sobre su personalidad. Desde el principio pareció mostrarse optimista y a la vez fatalista. Había sido un militar destacado, herido en acto de servicio, y aceptaba ser juzgado en su país. Si su declaración prestada bajo juramento no se consideraba suficiente, ¿adónde podría acudir en busca de justicia?
– Con todo -intervino Darcy-, hay algo que me preocupa y sobre lo que me gustaría conocer su opinión. ¿Cree usted, Alveston, que un hombre a punto de morir habría sido capaz de atestar aquel primer golpe?
– Sí -respondió el abogado-. En el ejercicio de mi profesión he visto casos en que personas gravemente enfermas han hallado una fuerza asombrosa cuando han tenido que recurrir a ella. El golpe fue superficial, y después no se adentró mucho en el bosque, aunque no creo que regresara a la cama sin ayuda. Me parece probable que dejara la puerta de la cabaña entornada y que su madre apareciera, lo encontrara allí y lo ayudara a entrar en casa y a meterse en la cama. Seguramente fue ella la que limpió el mango del atizador y quemó el pañuelo. Pero considero, y estoy seguro de que usted coincidirá conmigo, que no serviría a la causa de la justicia divulgar estas sospechas. No hay pruebas y nunca las habrá, y creo que debemos alegrarnos del perdón real que va a ser otorgado, y de que Wickham, que a lo largo de todo el episodio ha demostrado un valor considerable, quede en libertad. Esperemos que emprenda una vida de más éxitos.
La cena se sirvió temprano y comieron prácticamente en silencio. Darcy había supuesto que el hecho de que Wickham se hubiera librado de la horca actuaría como bálsamo y haría que las demás inquietudes se relativizaran, pero, superado su mayor temor, las preocupaciones menores asomaban a su mente. ¿Qué relato oirían cuando llegara Wickham? ¿Cómo iban a evitar Elizabeth y él el horror de la curiosidad pública mientras siguieran en casa de los Gardiner, y qué papel había desempeñado el coronel en todo aquel misterioso asunto, si es que había desempeñado alguno? Sentía la necesidad imperiosa de regresar a Pemberley, pues una premonición -que él mismo consideraba poco razonable- le decía que las cosas no iban bien. Sabía que, como él, Elizabeth llevaba varios meses sin poder dormir como era debido, y que parte del peso de aquella sensación de desastre inminente, que ella también compartía, era el resultado del gran cansancio de cuerpo y alma que lo invadía. El resto del grupo parecía contagiado por una culpa similar, la de no alegrarse ante una liberación aparentemente milagrosa. El señor y la señora Gardiner se mostraban solícitos, pero la deliciosa cena que ella había ordenado quedó casi intacta, y los invitados se retiraron a sus habitaciones poco después de que se sirviera el último plato.
Al día siguiente, durante el desayuno, fue evidente que los ánimos de todos habían mejorado. La primera noche sin imágenes siniestras había traído el descanso y un sueño más profundo, y parecían más dispuestos a enfrentarse a lo que el día pudiera depararles. El coronel seguía en Londres y poco después llegó a Gracechurch Street. Tras mostrar sus respetos al señor y a la señora Gardiner, dijo: