»Un día después de la muerte del capitán Denny, Louisa vino a verme y me preguntó si podía contarme algo confidencialmente. La llevé a mi salita, donde se derrumbó y se mostró profundamente angustiada. Con mucha paciencia y gran dificultad, logré que se calmara y me contó su historia. Hasta que el coronel visitó la cabaña la noche de la tragedia, ella no supo que el padre de su hijo era el señor Wickham, y me temo, señora, que se sintió profundamente engañada por la historia que él le había explicado. No quería volver a verlo y había empezado a ver con malos ojos al niño. El señor Simpkins y su hermana ya no lo querían, y Joseph Billings, al saber de la existencia del bebé, se negó a casarse con ella si, al hacerlo, debía de asumir la responsabilidad sobre el hijo de otro hombre. Ella le confesó que había tenido un amante, pero el nombre del señor Wickham no se ha pronunciado en ningún momento y, en mi opinión y en la de Louisa, no debe pronunciarse jamás, para ahorrar al señor Bidwell la vergüenza y el disgusto. Louisa buscaba desesperadamente un hogar para Georgie, donde lo trataran con afecto, y por eso vino a verme y yo me alegré de poder ayudarla. Tal vez recuerde, señora, haberme oído hablar de la viuda de mi hermano, la señora Goddard, que durante algunos años ha dirigido con éxito una escuela en Highbury. Una de sus internas, la señorita Harriet Smith, se casó con un granjero del lugar, Robert Martin, y lleva una vida feliz. Son padres de tres hijas y de un hijo, pero el médico le ha comunicado que probablemente no pueda concebir más, y ella y su esposo desearían uno más, varón también, para que sea compañero de juegos del que ya tienen. El señor y la señora Knightley de Donwell Abbey son la pareja más importante de Highbury, y ella es amiga de la señora Martin, y siempre ha mostrado un sincero interés por sus hijos. Tuvo a bien enviarme una carta, que se suma a las que recibí de la señora Martin, en la que me garantizaba su ayuda y su interés permanente por Georgie si este se instalaba en Highbury. A mí me pareció que no podría encontrar lugar mejor y, en consecuencia, se dispuso que regresara lo antes posible junto a la señora Simpkins para que pasaran a recogerlo por Birmingham y no por Pemberley, donde el carruaje enviado por la señora Knightley llamaría más la atención. Todo se desarrolló exactamente según lo acordado, las cartas que he recibido desde entonces me confirman que el pequeño se ha aclimatado bien, es un niño feliz y cariñoso, al que su nueva familia adora. He conservado, por supuesto, toda la correspondencia para que pueda verla. A la señora Martin le preocupó saber que Georgie no había recibido su primera agua bendita, y pidió que lo bautizaran en la iglesia de Highbury, donde le han puesto el nombre de John, en honor al padre de la señora Martin.
»Siento no habérselo contado antes, pero prometí a Louisa que todo esto quedaría en el más estricto secreto, a pesar de que yo le dejé claro que usted, señora, debía ser puesta al corriente. La verdad habría disgustado sobremanera a Bidwell, que cree, como todos en Pemberley, que el pequeño Georgie ha regresado junto a su madre, la señora Simpkins. Espero haber obrado bien, señora, pero sé lo desesperada que estaba Louisa por que su padre nunca averiguara que había tenido un hijo, y por qué este fuera criado por personas que lo quisieran. No desea volver a verlo, ni saber de él con regularidad, y de hecho ignora a quién ha sido entregado. A ella le basta con saber que alguien se ocupará de atender y dar afecto a su hijo.
– No podría haber actuado mejor -dijo Elizabeth-, y no tema, mantendré su secreto. Le agradecería que me diera permiso para hacer una excepción: el señor Darcy debe saberlo. Sé que la confidencia no saldrá de su boca. ¿Y Louisa ha reanudado su compromiso con Joseph Billings?
– Sí, señora, y el señor Stoughton lo ha liberado algo de sus obligaciones para que pueda pasar más tiempo con ella. Creo que el señor Wickham la descentró, pero, si sintió algo por él, hoy se ha convertido en odio, y ahora parece impaciente por emprender la nueva vida que la aguarda junto a Joseph en Highmarten.
A pesar de todos sus defectos, Wickham era un hombre listo, apuesto y afectuoso, y Elizabeth se preguntaba si, durante el tiempo que habían pasado juntos, Louisa, muchacha a la que el reverendo Oliphant consideraba muy inteligente, habría tenido ocasión de atisbar una vida distinta y más emocionante, aunque no había duda de que se había obrado de la mejor manera para el pequeño, y probablemente también para ella. Sería camarera en Highmarten, esposa del mayordomo, y con el transcurrir del tiempo Wickham no sería más que un recuerdo borroso. Por eso a Elizabeth le pareció irracional y extraño constatar que sentía una punzada de tristeza.
Epílogo
Una mañana de principios de junio, Elizabeth y Darcy estaban desayunando en la terraza. El día radiante se extendía ante ellos lleno de expectativas de amistad y diversión compartida. Henry Alveston había conseguido posponer momentáneamente sus responsabilidades en Londres, y había llegado la noche anterior, y los Bingley iban a acompañarlos en el almuerzo y la cena.
– Me encantaría, Elizabeth -dijo Darcy-, que vinieras conmigo a dar un paseo por la orilla del río. Quiero contarte algunas cosas, asuntos que llevan mucho tiempo ocupando mi mente y que debería haber compartido antes contigo.
Elizabeth aceptó y, cinco minutos después, los dos caminaban por el césped, en dirección al sendero del río. Iban en silencio y no dijeron nada hasta que cruzaron el puente instalado en el punto en que el cauce se estrechaba y que llevaba hasta el banco que lady Anne había ordenado instalar cuando esperaba su primer hijo, para que le sirviera de descanso. Desde allí se disfrutaba de una vista espléndida del agua y la mansión, vista que ambos adoraban y a la que sus pasos, instintivamente, los conducían siempre. El día había amanecido cubierto de la neblina matutina que, según el jardinero, presagiaba siempre una jornada calurosa, y los árboles, cuyas hojas habían perdido ya aquel verde tan tierno de la primavera, se erguían exuberantes, rodeados de flores estivales y, sumándose al centelleo del río, orquestaban una celebración viva de belleza y plenitud.
Qué alivio que la tan esperada carta de América hubiera llegado a Longbourn, y que Kitty hubiera escrito una copia para Elizabeth, que le habían entregado aquella misma mañana. Wickham había escrito solo un relato breve, que Lydia complementaba con unas pocas líneas garabateadas. Sus primeras impresiones sobre el Nuevo Mundo eran de asombro. Wickham comentaba, sobre todo, aspectos de los magníficos caballos y de los planes del señor Cornbinder y los suyos propios para criar animales de carreras, mientras que Lydia contaba que Williamsburg suponía, en todos los sentidos, una mejora respecto del soporífero Meryton, y que ya había trabado amistad con algunos oficiales -y con sus esposas- destinados a una guarnición cercana. Parecía que Wickham había encontrado al fin una ocupación con visos de continuidad. Que pudiera retener a su esposa era otra cuestión, y sobre ese particular los Darcy se alegraban de encontrarse separados de ellos por tres mil millas de océano.
– He estado pensando en Wickham y en el viaje que él y nuestra hermana han emprendido y, por primera vez, sinceramente, les deseo lo mejor. Confío en que el gran descalabro al que ha sobrevivido le lleve a reformarse tal como anticipa el reverendo Cornbinder, y en que el Nuevo Mundo siga satisfaciendo sus expectativas, pero el pasado sigue pesando en mí, y ahora mi único deseo es no volver a verlo nunca. Su intento de seducir a Georgiana fue tan abominable que no podré volver a pensar en él sin sentir repugnancia. He intentado apartar de mi mente toda esa experiencia, fingir que no sucedió, y creía que me resultaría más fácil si Georgiana y yo no mencionábamos nunca el asunto.