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—¡Claro!—convino Barnes.

Hércules Poirot le tendió la mano.

—Gracias—le dijo—. Me ha servido de gran ayuda.

4

De regreso, el detective se detuvo en el hotel Glengowrie Court.

Y como resultado de esta visita, a la mañana siguiente muy temprano llamó a Japp.

Bonjour, mon ami. Es hoy la vista de la causa, ¿verdad?

—Sí. ¿Va usted a ir?

—Me parece que no.

—Creo que no vale la pena.

—¿Piensa llamar a miss Sainsbury Seale como testigo?

—La adorable Mabelle, ¿por qué no puede llamarse sencillamente Mabel? ¡Estas mujeres me vuelven loco! No, no voy a llamarla. No es necesario.

—¿Ha sabido algo de ella?

—No. ¿Por qué?

—Por nada. Suposiciones. Puede ser que le interese saber que miss Sainsbury Seale salió del hotel Glengowrie Court hace dos noches, antes de cenar... y aún no ha vuelto.

—¿Qué? ¡Se ha escondido!

—Esa es una posible explicación.

—Pero ¿por qué? Sabe que no es sospechosa. Nos dijo la verdad. Cablegrafié a Calcuta antes de saber la causa de la muerte de Amberiotis, de otro modo no me habría molestado, y ayer noche me contestaron. La conocen hace años y todo es cierto..., excepto que desvirtuó algo su matrimonio. Se casó con un estudiante hindú y luego supo que había tenido otros enlaces. Así que volvió a usar su nombre de soltera dedicándose a buenas obras. Está en buenas relaciones con los misioneros, enseñaba declamación y los ayudaba en las representaciones teatrales de aficionados. En resumen, lo que yo llamo una mujer terrible, pero definitivamente fuera de sospecha de asesinato. Y ahora me dice que ha desaparecido. No lo entiendo. ¿No será que se ha cansado ya del hotel? Puedo averiguarlo.

Poirot le dijo:

—Su equipaje sigue allí. No se llevó nada consigo.

Japp lanzó una blasfemia.

—¿Cuándo se marchó?

—Cerca de las siete menos cuarto.

—¿Qué dicen en el hotel?

—Están muy angustiados.

—¿Por qué no avisan a la Policía?

—Porque, suponiendo que una dama quiere pasar la noche fuera (por raro que parezca en este caso), pudiera muy justamente ofenderse a su regreso al ver que llamaron a la Policía. La dueña, mistress Harrison, llamó a varios hospitales por si hubiera sufrido un accidente. Cuando yo fui pensaba dar parte. Mi aparición fue como una respuesta a sus plegarias. Me hice cargo de todo, explicándole que recurriría a la ayuda de un detective discreto.

—Y supongo que ese detective discreto será usted mismo, ¿verdad?

—Supone usted bien.

—De acuerdo. Me reuniré con usted en el hotel Glengowrie Court después del juicio.

5

Japp dijo, refunfuñando mientras aguardaba a la dueña del hoteclass="underline"

—¿Por qué habrá desaparecido esa mujer?

—Es curioso, ¿verdad?

No hubo tiempo para más comentarios. Mistress Harrison, propietaria del Glengowrie Court, estaba antes ellos, semillorosa y muy angustiada por miss Sainsbury Seale. ¿Qué pudo haberle ocurrido? Rápidamente expuso varias desgracias posibles: Pérdida de memoria, repentina indisposición, una hemorragia, atropello, robo, asalto, secuestro...

Se detuvo para respirar y murmuró:

—Una señora tan agradable..., que parecía encontrarse tan a gusto aquí...

A petición de Japp los acompañó hasta el dormitorio ocupado por la dama desaparecida. Todo estaba pulcro y ordenado. Los vestidos, colgados en el armario; el camisón, preparado sobre la cama; en un rincón, las dos modestas maletas de miss Sainsbury Seale, y bajo el tocador, una hilera de zapatos..., algunos deportivos, dos pares de fantasía adornados con lazos de ante y altos tacones; otros «salón» de raso negro para noche, prácticamente nuevos, y un par de zapatillas.

Poirot observó que los zapatos de vestir eran un número más cortos que los de día, factor que podía atribuirse a coquetería o a los juanetes. Preguntábase si habría tenido tiempo de coserse la hebilla de su zapato antes de salir. Ojalá fuera así, le desagradaba el desaliño en el vestir.

Japp se entretenía revisando unas cartas que encontró en un cajón del tocador. Hércules Poirot abrió otro lleno de ropa interior, volviéndolo a cerrar, murmurando que «por lo visto miss Sainsbury Seale prefería la ropa de lana.» Se dispuso a abrir otro cajón lleno de medias.

—¿Ha encontrado algo, Poirot? Poirot repuso, mostrándole un par:

—De la talla diez, seda barata; probablemente le costaron dos chelines y once peniques.

Japp dijo:

—No pensará presentarlas como prueba. Aquí hay dos cartas de la India, y un par de recibos de una organización benéfica. Un personaje muy estimable miss Sainsbury Seale.

—Pero con muy poco gusto para vestir —comentó Poirot.

—Puede ser que lo considere mundano —Japp anotaba una dirección de una carta fechada meses antes—. Esta gente acaso sepa algo de ella. Su amistad parece bastante íntima.

Ya no había más que investigar en el hotel Glengowrie Court. Les dijeron que miss Sainsbury Seale no parecía preocupada ni excitada cuando salió, y todo, les hizo suponer que pensaba regresar, puesto que al tropezarse en el vestíbulo con su amiga, mistress Bolitho, le gritó:

—Después de cenar te enseñaré ese punto que te dije.

Además, en el hotel era costumbre avisar en el comedor si se comía o cenaba fuera, y la señorita en cuestión no lo hizo. Todo indicaba que había pensado volver a la hora de la cena, que servían de siete y media a ocho y media.

Mas no regresó. Se fue por la calle Cromwell para desaparecer.

Japp y Poirot se dirigieron a la dirección de la carta hallada, West Hampstead.

Era una casa de buen aspecto y los Adams gente simpática y con mucha familia. Habían vivido en la India durante muchos años, y hablaron con cariño de miss Sainsbury Seale. Sin embargo, no les sirvieron de ayuda.

Dejaron de verla un mes antes, más exactamente desde que regresaron de las vacaciones de Pascua. Entonces se hospedaba en un hotel cerca de la plaza Rusell. Mistress Adams les dio la dirección y otra de unos amigos angloindios que vivían en Streatham.

Los dos hombres fracasaron en ambos lugares. Miss Sainsbury Seale se hospedó en el hotel, pero la recordaba vagamente como una señora apacible que había vivido en el extranjero. La familia de Streatham tampoco pudo ayudarlos. No había visto a la dama desde febrero.

Quedaba la posibilidad de un accidente, pero también fue descartado. No había ingresado en ningún hospital nadie que respondiera a sus características.

Miss Sainsbury Seale se había desvanecido en el aire.

6

A la mañana siguiente Poirot se dirigía al hotel Holborn Paiace para preguntar por mister Howard Raikes.

No le habría sorprendido que también mister Raikes se hubiese marchado una tarde, sin regresar. Sin embargo, Howard Raikes todavía se hallaba en el Holborn Palace y, según le dijeron, desayunándose.

La aparición de Hércules Poirot ante la mesa pareció proporcionar un dudoso placer a mister Raikes. Aunque su aspecto no era tan feroz como recordaba el detective, su ceño era formidable. Mirándole de frente le preguntó:

—¿Qué diablos le trae por aquí?

—¿Me permite?

Hércules Poirot acercó una silla perteneciente a otra mesa.

—¡Qué más me da! ¡Siéntese y haga como si se encontrase en su casa!—le dijo mister Raikes.

Poirot, sonriente, se tomó el permiso.

—Bien, ¿qué es lo que desea?

—¿Me recuerda usted bien, mister Raikes?

—No lo he visto en mi vida.

—Está usted equivocado. No hace ni tres días que estuvimos sentados en la misma estancia durante cinco minutos por lo menos.

—No puedo recordar a todo el que tropiezo por esas malditas reuniones.