Gonzalo suele ponerse melancólico cuando bebe una copa y esta noche no es la excepción. Detrás de su apariencia de hombre duro y solitario, esconde una cierta ternura que ahora lo asalta en esa barra que ha elegido porque sabe que ella no aparecerá allí. Le pide el teléfono a su amigo, el chico que quiere ser músico y sirve los tragos, y la llama, tragándose el orgullo, humillándose un poco porque le gustaría ser más fuerte, saber llevar mejor la soledad, pero no puede, y en eso también se siente disminuido cuando recuerda a Ignacio, pues no ignora que su hermano resiste la soledad y el infortunio con más firmeza que él. Si no fuera así, yo no sería un pintor, piensa. Soy jodidamente débil y sensible en las cosas del corazón. Me gustaría ser más cínico pero no puedo. Necesito hablar con ella y decirle que, a pesar de todo, la extraño.
Laura contesta al segundo timbre. Más que una voz triste, la suya parece apurada.
– Soy Gonzalo -dice él-. ¿Puedes hablar?
– Sí -dice ella-. Vengo saliendo del ensayo.
– ¿Cómo te fue?
– Muy bien.
Gonzalo advierte que ella mide sus palabras, trata de mantener una cierta distancia, pero también que no parece guardarle rencor. No está molesta, quiere verme, pero se hace la molesta, piensa. Es normal. La cagué.
– No me puedo perder el estreno -dice-. Iré de todas maneras.
Sabe que es la mejor manera de disculparse y decirle que, a su manera, la sigue queriendo y no desea perdera de vista. Sabe que Laura se emociona cuando la toman en serio como actriz. No hay manera más segura de hacerla feliz que diciéndole lo gran actriz que es, piensa.
– Ojalá puedas venir. Me encantaría -dice Laura, con una voz más animada.
– ¿Cómo se te ocurre que me perdería tu estreno? -trata de sonar risueño Gonzalo-. Iré aunque no me invites.
– Qué bueno -dice ella, y guarda silencio, como alejándose un poco.
– Me gustaría verte -dice él, y hace señas al chico del bar para que le sirva otra copa, y mueve la pierna derecha con una especie de temblor nervioso, como un tic.
– No sé si me hace bien seguir viéndote, Gonzalo. Yo también quiero verte, pero estoy tratando de olvidarte.
Gonzalo no tolera bien la idea de que una mujer que lo ha amado consiga olvidarlo. Le recuerda demasiado a Mónica, que lo dejó cuando menos se lo esperaba, y le duele. Pase lo que pase con Laura, no quiere que ella lo olvide.
– La cagué la otra noche -dice, y lo siente de veras-. Me porté como un patán. Lo siento.
– Pero me dijiste la verdad y tengo que aceptarla aunque me duela -dice ella, con una cierta resignación que él encuentra digna-. Quizás deberíamos tratar de ser amigos.
– Me gustaría verte, Laura.
– A mí también me gustaría hablar contigo. No quiero que estemos peleados. Todo se me hace más difícil. Tú sabes lo importante que eres para mí.
– Necesito verte. Te extraño. Quiero verte ahora mismo. ¿Puedes?
– Estoy camino a mi casa. Quiero ducharme y cambiarme. Si quieres, nos vemos luego.
Acuerdan encontrarse en el bar donde Gonzalo acaba de romper su promesa, probando la segunda copa y haciéndole un guiño de agradecimiento al chico de la barra. Laura prefiere no ir al taller -tiene miedo de que la lleve a la cama sin decirle una palabra y que no pueda resistirse, piensa Gonzalo, cuando ella le dice que mejor se encuentran en la calle- y para él no es una opción visitarla, porque ella vive con sus padres y en esa casa no tendrían privacidad. Gonzalo devuelve el teléfono al chico del bar y le pregunta cuánto debe por la llamada, pero su amigo se rehúsa a cobrarle y dice que la segunda copa va por cuenta suya, para celebrar la reconciliación con Laura.
– No sé qué hacer con ella -le confiesa Gonzalo-. La quiero, no me gustaría perderla, pero tampoco me atrevo a comprometerme formalmente y decirle que nos vamos a casar, y ella se molesta por eso. No sé qué hacer.
– Miéntele un poco -dice el chico del bar, con una sonrisa maliciosa. Es un muchacho delgado, de pelo oscuro y nariz afilada, y está vestido todo de negro porque suele decir que un músico verdadero sólo debería vestirse de negro-. Dile lo que quiere oír.
– Eres un cabrón -se ríe Gonzalo-. Ustedes, los chicos de ahora, son todos unos cínicos hijos de puta. Yo no sé mentir tan bien. No tengo cara dura para mentir.
– Ensaya conmigo -se ríe el chico de la barra-. Dile que es el amor de tu vida, que no puedes vivir sin ella y que en un año, si todo va bien, se casan. Con eso ganas tiempo y apagas el incendio. Porque eso es lo que quieres, ¿no? ¿Seguir tirando con ella y no amarrarte?
– Sí. No sé estar solo. Por ahora, la extraño. Me gusta el sexo con ella. Es fantástica. Pero de matrimonio, no quiero ni hablar.
– Dile que en un año se casan, si todo va bien. Hazme caso. Miéntele un poquito.
– Eres un canalla -ríe Gonzalo, y piensa que no es mala idea ganar tiempo con una mentira.
– Dímelo a mí. Ensaya. Dilo con convicción. Que no se note que es una mentira para salir del paso y llevártela a la cama.
– En un año nos casamos, mi amor -dice Gonzalo, falseando la voz, haciéndola cursi y afeminada, y ríen los dos.
– Si todo va bien -añade el chico del bar-. Te faltó decir: si todo va bien. Ése es tu seguro de vida. Cuando le digas que no te casarás con ella, tienes que recordarle esas palabras.
– Eres un pájaro de mal agüero -dice Gonzalo, y mira a ese chico con cariño, porque le recuerda a sí mismo. Yo, a tu edad, estaba tan perdido como tú, piensa, pero en el fondo sabía que sólo la pintura me salvaría del caos que era mi vida, y por eso me gusta que sueñes con ser músico-. Deberías tener un programa de consejos sentimentales en la televisión. Ganarías dinero.
– Yo no quiero ganar dinero -dice el chico de la barra, con una seriedad que sorprende a Gonzalo-. Yo quiero grabar mi disco.
– Lo vas a conseguir, no te rindas, sigue tratando -dice Gonzalo, y al decir esas palabras piensa que tal vez el chico de la barra no se ha enamorado nunca, porque suele ser muy cínico para hablar de mujeres, y piensa luego que tal vez ni siquiera le gusten demasiado las mujeres.
Media hora más tarde, cuando Gonzalo ha bebido ya tres copas y no se enorgullece de esa debilidad de su carácter -pues sabe que después de la segunda copa corre el riesgo de ponerse un poco violento-, Laura llega al bar y él, desde la barra, la mira y se queda asombrado de ver lo guapa que está con esos pantalones ajustados y esa casaca de cuero negra que era suya y él le regaló. Si se ha puesto mi casaca de cuero es porque sabe que esta noche nos vamos a acostar juntos, piensa, sonriéndole. Si lleva esa casaca es porque todavía me quiere y necesita tirar conmigo. Laura sólo se pone cuero encima cuando está caliente. Me alegro. Por eso estamos juntos, después de todo. Porque nos encanta tirar.
– Qué bueno que viniste -dice Gonzalo, y la abraza.
– Sí, qué bueno verte -dice ella, y se lo dice al oído, con dulzura, demorando el abrazo, y él siente que no será necesario pedirle muchas disculpas, porque ella está contenta y lo ha perdonado.