– ¿Por qué no dejas a Ignacio? -le pregunta Gonzalo.
Durante la cena, es Zoe quien ha hablado más, quejándose de las pequeñas miserias de su vida matrimonial, burlándose de las manías y extravagancias de su marido, revelando entre risas algunos episodios íntimos que dejan en ridículo a Ignacio, lamentándose del futuro tan previsible y aburrido que le aguarda con él. Gonzalo la ha escuchado con una sonrisa cómplice y ahora ha formulado la pregunta obvia que ella habría preferido no escuchar.
– Porque no me atrevo. Porque soy una cobarde.
Zoe ha dicho la verdad y siente que ésa es una de las razones por las que disfruta tanto de la compañía de Gonzalo: que le puede decir toda la verdad, puede ser ella misma, sin imposturas ni sonrisas fingidas.
– Pero es obvio que no estás enamorada de él. Deberías decírselo y separarte un tiempo, a ver cómo te sientes. No tiene sentido que te calles, que te lo guardes todo y que sigas pasándola mal. No le tengas miedo. Dile que necesitas un descanso. Sepárate un tiempo.
– No estoy enamorada de él, pero lo sigo queriendo y me daría mucha pena hacerlo sufrir.
– ¿Y no te da pena quedarte en un matrimonio que te hace infeliz? ¿No sería mejor hablar todo con Ignacio?
– ¿Qué le voy a decir? ¿Que me aburro con él? ¿Que ya no me provoca sexualmente? ¿Que me gustas tú?
– Yo no tengo ningún problema en que le digas todo lo que quieras.
– ¡Estás loco, Gonzalo! ¿Cómo se te ocurre que le podría decir esas cosas a Ignacio? Él está enamorado de mí. Ni siquiera sospecha que yo estoy harta de nuestro matrimonio, que tú me gustas. Le rompería el corazón. Destrozaría su mundo perfecto. No sería justo que le hiciera tanto daño. Ignacio no es malo conmigo. Me quiere a su manera. El problema no es que no me quiera, es que no sabe hacerme feliz.
– ¿No sabe o no puede?
– Da igual. Quizás tampoco trata, pero el hecho es que yo me aburro con él.
– Entonces, déjalo. Sé valiente, acepta la verdad, cuéntasela sin muchos rodeos y déjalo.
– No quiero. No me atrevo.
– Si te da miedo hablarle de mí, no le digas nada. Puedo entender eso. Podemos vernos en secreto, sin que él se entere. Ignacio es un tonto y nunca se dará cuenta de que hay algo entre nosotros. Pero no tienes que hablarle de mí para separarte. Simplemente dile que estás descontenta y que necesitas estar un tiempo sola.
– Sería peor.
– ¿Por qué?
– Porque yo no quiero estar sola. Quiero estar contigo. Gonzalo se acerca y la besa.
– Puedes estar conmigo todo lo que quieras.
– No debemos. Es peligroso. Ignacio no debe enterarse. Y yo me siento mal.
– ¿Por qué te sientes mal? No le estamos haciendo daño a nadie.
– Me siento mal porque sólo una loca se podría enamorar de su cuñado. Tú eres el hermano de mi marido, Gonzalo. No sé cómo puedo estar acá contigo, besándonos. Jamás pensé que mi matrimonio terminaría así.
– No exageres. Tómalo con calma. No eres una loca. Es normal que pasen estas cosas.
– No es normal. Lo normal que es una mujer sea feliz con su marido y no esté coqueteando a escondidas con el hermano de su marido.
– Bueno, pero tú no eres feliz con Ignacio, admítelo.
– Pero tampoco puedo estar contigo. Me gustaría estar contigo. Tú sabes cuánto me gustas. No lo puedo evitar. Me muero de ganas de llevarte a mi cama y pasar la noche contigo.
– Entonces, hazlo.
– No, no lo voy a hacer. Porque no me lo perdonaría.
– ¿Por qué? Si es lo que te provoca. Si sabes que la pasaríamos bien. ¿Qué te asusta? ¿Que Ignacio se entere? ¿O lo que de verdad te asusta es que terminemos juntos tú y yo?
Zoe se queda en silencio, pensativa.
– Ignacio no se va a enterar. Está demasiado enamorado de mí. Confía en mí. Yo sé mentirle. Ni se sospecha esto.
– No te equivocas. Conozco a mi hermano. Si hacemos las cosas con cuidado, no se va a enterar nunca.
– Lo que más me asusta es enamorarme de ti. No quiero enamorarme, Gonzalo. Sé que todo terminaría mal.
– ¿Por qué dices eso? ¿Por qué eres tan pesimista?
– Lo sé. Estoy segura. Tú sólo quieres una aventura conmigo. Tú vas a seguir viviendo solo. Tú eres un mujeriego incorregible y no vas a cambiar. Reconócelo, Gonzalo. Yo no soy la mujer de tu vida. Sólo me ves como una aventura más, una aventura prohibida porque soy la mujer de tu hermano, tu hermano con el que nunca te has llevado bien.
– No. Te equivocas. No te veo como la mujer de mi hermano. Te veo como una mujer. Una mujer que me vuelve loco.
– Gonzalo -suspira Zoe, y lo besa y tiene ganas de callarse, no enredarse más en palabras y decirle con su cuerpo, con sus caricias, cuánto lo necesita, cuánto lo desea.
– No te compliques tanto, Zoe. No pienses tanto estas cosas. Déjate llevar por tu corazón. Haz lo que te haga feliz. No le des tantas vueltas, que te mareas.
– Tienes razón. Estoy hablando mucho. Pero tengo miedo, Gonzalo. Y contigo sí puedo hablar. Por eso me gusta estar contigo. Con Ignacio no puedo hablar estas cosas. Tú me escuchas. Tú me entiendes.
– Claro que te entiendo. Y me da pena que la estés pasando mal. Yo sólo quiero ayudarte. No quiero ser un problema más para ti, Zoe.
– Me ayudas escuchándome. Me ayudas estando acá conmigo.
– Yo, encantado de verte donde quieras, cuando quieras. Me importa un carajo si Ignacio se entera. Tú eres mi amiga, no mi cuñada. Si algún día dejas a Ignacio, seguirías siendo mi amiga.
– Yo no soy tu amiga, Gonzalo. No quiero ser sólo tu amiga.
– ¿Qué eres, entonces? ¿Qué quieres ser?
– Quiero que me beses.
Sentado al lado de ella, Gonzalo la besa, acaricia su pelo, la mira con ternura, vuelve a besarla, desliza una mano por esos muslos que el vestido no alcanza a cubrir.
– No, Gonzalo -lo detiene ella, y retira la mano de su cuñado-. No me tientes. No podemos.
– ¿Sólo podemos besarnos?
– Sí. No quiero que esto termine mal.
Gonzalo se aleja un poco, bebe un trago, cruza las manos detrás de su cabeza, se estira.
– Como quieras -dice-. No quiero hacer nada que te incomode. Pero no te entiendo.
– Yo tampoco me entiendo. Nunca me he entendido. Sólo te pido que no te molestes conmigo.
– ¿Cómo se te ocurre que me podría molestar contigo? Sólo me da pena verte tan confundida. Yo creo que deberías atreverte a dejar un tiempo a Ignacio y a hacer conmigo lo que te provoque, sin tantas culpas en la cabeza. Soy un hombre, soy tu amigo. Si te gusto, si crees que puedes ser feliz conmigo, ¿por qué privarte de eso? No soy tu cuñado, ésas son tonterías. Mírame como un hombre. Yo te miro así. Eres una mujer, mi amiga Zoe. Me gustas. Quiero llevarte a mi cama. Quiero hacerte el amor. Quiero dormir contigo.
– No sigas, Gonzalo. No me hagas sufrir. Tú sabes que yo también quiero todo eso.
– ¿Entonces por qué te reprimes, por qué te castigas de esa manera? ¿Sólo para no engañar al tonto de Ignacio? ¿Cómo sabes que ahora mismo no está tirando con alguien en ese viaje de negocios?
– No digas eso. Ignacio es incapaz de sacarme la vuelta. No le interesa el sexo. Puede pasarse semanas sin hacer nada. Es un témpano. A veces siento que el sexo no le provoca. Punto. Es como si tener sexo conmigo fuese una obligación, algo que tiene que cumplir para sentirse un buen marido. ¿Puedes creer que ahora sólo hacemos el amor los sábados en la noche?