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– No le mandes esa carta.

La voz de Gonzalo suena sosegada pero firme a través de la línea telefónica. Es mediodía. Gonzalo ha leído el correo electrónico que le envió Zoe y no ha tardado en llamarla a su casa.

– Bórrala. Hazme caso. Yo sé lo que te digo.

Zoe escucha en silencio, todavía en ropa de dormir, tendida en la cama sin energías para nada, pues ha pasado la noche en vela. Temprano en la mañana, ha fingido dormir mientras Ignacio se duchaba, se vestía para ir al trabajo y salía de prisa. Una escena más en el gran teatro que es mi vida, ha pensado, haciéndose la dormida para que su esposo creyera que todo estaba bien.

– Pero tú me dijiste que es mejor que deje a Ignacio si ya no lo quiero.

Tiene ganas de llorar pero se contiene. Cuando necesita que Gonzalo le dé fuerzas y sea cómplice de sus desvaríos, siente que él la deja sola y le da la espalda, como ahora.

– La carta es un error. No le digas que te has enamorado de otro hombre. Se va a volver loco. Va a torturarte hasta que le digas quién es. Y tú vas a ceder y se lo terminarás contando. Y entonces todo se va a complicar muy feo. Yo conozco a Ignacio mejor que tú. Si le dices que te has enamorado de mí, te va a destruir y me va a destruir a mí también. No va a poder resistir esa humillación.

Zoe se defiende a duras penas:

– Pero yo no le digo en la carta que eres tú.

– No seas ingenua -escucha la voz algo crispada de Gonzalo-. No hace falta que se lo digas. Ignacio no es tonto. Ya me tiene celos. Ya sospecha algo de nosotros. Si le dices que estás enamorada de otro hombre y le ocultas de quién se trata, va a pensar en mí inmediatamente y perderá el control.

– ¿Tienes miedo de que Ignacio sepa la verdad?

– No es que tenga miedo. Es que por el momento no conviene.

– ¿Por qué no conviene?

– Porque Ignacio es vengativo y nos va a declarar una guerra enloquecida hasta el final y tú vas a ser la primera víctima.

– En el fondo tienes miedo porque no me quieres, Gonzalo. No estás seguro de querer estar conmigo.

– No te pongas tonta, Zoe. Tú sabes que te quiero, pero hay que saber hacer las cosas bien, sin perder la cabeza. Ahora mismo, lo mejor es seguir viéndonos a escondidas, sin que nadie se entere.

– Eso es lo mejor para ti, no para mí.

– ¿Por qué dices eso?

– Porque ya no aguanto dormir con Ignacio. No aguanto hacer el amor con él. Es una tortura. Me lleno de odio. Me siento un asco.

– Te entiendo, no te desesperes -dice él, con una voz tierna, al notar que ella está a punto de quebrarse y romper a llorar-. Entiendo que estés harta de Ignacio. Lo que debes hacer es muy simple: dile que quieres estar un tiempo sola, pero no le digas que te has enamorado de otro hombre.

– Quizás tienes razón.

– Claro. No le sueltes toda la información de golpe, no conviene. Poco a poco es mejor. Dile que estás un poco deprimida, que necesitas estar un tiempo sola. Pídele que se mude a un hotel. No te vayas de la casa. No te conviene, pregúntale a un abogado, si quieres. Es mejor que se separen un tiempo y que te quedes en la casa.

– Pero no me provoca para nada quedarme en esta casa. Todo huele a él. Todo me recuerda a él. Quiero cambiar mi vida, Gonzalo. Quiero estar contigo.

– Nos podemos ver todos los días, pero no podemos vivir juntos, Zoe. Ya te lo expliqué. Quizás algún día, más adelante, pero no todavía.

– Nunca vas a querer vivir conmigo, no me engañes.

– No sé. No digas eso. Por ahora, creo que es mejor que no le digas a Ignacio que estás enamorada de otro hombre y que quieres irte de tu casa. Estás cometiendo dos errores grandes. Te van a costar caro. Si no aguantas más estar con él, háblale con cariño y pídele una separación temporal en los términos más cordiales.

– ¿Y si no quiere? ¿Y si no le da la gana de irse a un hotel? ¿Tú crees que tan fácilmente va a aceptar irse a vivir tres meses a un hotel sólo porque yo se lo pido?

– Si no quiere una separación amigable y se niega a dejarte la casa, entonces ándate de viaje un tiempo, pero no caigas en la tentación de confesarle que estás acostándote con otro hombre, porque va a sospechar en seguida que soy yo y nos va a caer encima con todo su odio y su despecho.

– No tengo ganas de irme de viaje sola, Gonzalo. No te entiendo. ¿Me estás diciendo que quieres que me vaya de viaje sola tres meses? ¿Tienes miedo a estar conmigo, a que se sepa la verdad sobre nosotros?

– Zoe, no digas tonterías, no pierdas la cabeza. No es que tenga miedo a que se sepa la verdad. Me importa tres carajos que Ignacio se entere de que nos estamos acostando juntos. Es más: me encantaría verle la cara cuando se entere. Pero hay que hacer las cosas con inteligencia, sin precipitarnos, gradualmente.

– ¿Gradualmente? ¿Qué significa gradualmente, me puedes explicar?

– Primero, te separas de Ignacio y estás un tiempo sola. Mientras tanto, nos seguimos viendo, pero en secreto. Después, planeas bien tu divorcio, consigues un buen abogado, le sacas el mejor divorcio que puedas a Ignacio, porque te puedo asegurar que él va a pelear para darte lo menos posible. Y ya cuando estés divorciada y tengas la mitad de la fortuna, ahí vemos qué hacemos nosotros. Pero, en el camino, nadie se debe enterar de que estamos acostándonos, ni Ignacio ni nadie.

– ¿Por qué? Te da vergüenza, ¿no? En el fondo, soy una amante más para ti, ¿no es cierto?

Ahora Zoe se ha alterado y Gonzalo intenta calmarla:

– No digas eso, tontita. Lo digo por tu bien. Si Ignacio y su ejército de abogados, que son unos tiburones, saben que te estás acostando conmigo, con tu cuñado, te van a despedazar y vas a perder todos los juicios de divorcio y te vas a quedar sin un centavo en la calle. ¡No te conviene que Ignacio sepa que lo estás engañando conmigo! ¿No te das cuenta de eso?

– Sí, me doy cuenta -parece tranquilizarse Zoe-. ¿Qué me aconsejas, entonces?

– Que borres la carta. Que no le digas nada a Ignacio. Que te calmes y hagas tu yoga y vengas a verme más tarde al hotel.

– Sinvergüenza.

– Y que le pidas a Gonzalo que te deje sola en la casa un tiempo. Pero no le digas ni una palabra de que hay otro hombre en tu vida. Te lo preguntará. Niégalo. Dile que estás confundida y necesitas un tiempo sola. Nada más.

– Entiendo.

– Y si se pone muy necio, que es lo que seguramente hará, porque Ignacio no puede tolerar la idea de que alguien no se muera de amor por él, entonces dile que vas a viajar sola un tiempo a pasearte por ahí. Viaja. Ándate lejos, a algún lugar bonito, y descansa de él.

– ¿Y tú? ¿Y nosotros? ¿No te das cuenta de que quiero dejarlo para estar contigo?

– Si viajas, yo puedo inventarme un viaje y darte el encuentro, pero tendríamos que hacerlo con mucho cuidado, porque Ignacio sospecharía si tú viajas y yo también. Lo conozco. Va a contratar un detective. Te va a seguir. Se va a poner loquito. Es mi hermano y sé cómo reaccionará.

– No es una mala idea hacer un viaje juntos. Sería divertido.

– Pero no juntos, Zoe. Tú viajas sola y yo te encuentro allá.

– Yo sé, yo sé. No tienes que repetírmelo como si fuera una idiota.

– Y no le dices nada a Ignacio sobre mí. Ni una palabra.

– ¡Ya entendí! ¡No seas pesado!

– Pero lo ideal no es que viajemos, porque podría verse sospechoso. Lo ideal es que, si no aguantas más a Ignacio, te separes de él, pero tú quedándote en la casa, porque supongo que si algún día terminan divorciándose, vas a querer quedarte con tu casa, ¿no?