– Bien, drugos míos -dije-, ahora sabemos cómo están las cosas. ¿Sí, Pete?
– Yo nunca dije nada -contestó Pete-. Nunca goboré ni un slovo. Mira, el viejo Lerdo se está desangrando y morirá.
– No -repliqué-. Sólo se muere una vez, y el Lerdo murió antes de nacer. Ese crobo colorado parará muy pronto. -Porque en realidad no le había cortado los cables principales, y sacando un tastuco limpio del carmano le vendé la ruca al pobre, viejo y moribundo Lerdo, que aullaba y gemía, y el crobo paró como yo había dicho, oh hermanos míos. Así que ahora sabían quién era el amo y líder, o así lo creía yo.
No se necesitó mucho para calmar a los dos soldados heridos en la comodidad del Duque de Nueva York, con grandes brandies (pagados con el dinero de mis drugos , pues yo había entregado el mío a mi pe) y una lavada con los tastucos mojados en la jarra de agua. Las viejas ptitsas con las que habíamos sido tan joroschós la noche anterior estaban otra vez allí, y seguían con los -Gracias, muchachos- y -Dios los bendiga, chicos-como si no pudieran parar, a pesar de que no habíamos repetido la escena samantina . Pero Pete dijo-: ¿Qué quieren tomar, chicas? -y les pagó café y menjunjes, pues aparentemente tenía bastante dengo en los carmanos, así que insistieron más alto que antes con -Dios los bendiga y les dé salud, muchachos- y -Nunca les jugaremos sucio- y -Son los mejores muchachos que pisan la tierra, eso son. -Finalmente dije a Georgie:
– Ahora estamos lo mismo que antes, ¿sí? olvidemos lo pasado, ¿cierto?
– Cierto cierto cierto -dijo Georgie. Pero el viejo Lerdo parecía un poco aturdido, y hasta llegó a decir: -¿Saben?, podría habérsela dado a ese bastardo con mi usy, pero se me interpuso un veco -como si hubiese estado dratsando con otro y no conmigo. Dije entonces:
– Bueno, Georgie querido, ¿qué estás pensando? -Oh -dijo Georgie-, esta noche no. Por favor, no esta naito .
– Eres un cheloveco grande y fuerte -afirmé-, como todos nosotros. No somos niños, ¿verdad, Georgie querido? Vamos, dime, ¿qué pensabas hacer?
– Podría haberle sacado los glasos realmente joroschó -dijo el Lerdo, y las viejas bábuchcas continuaban la cantinela: -Ah, gracias, muchachos.
– Se trata de esa casa -dijo Georgie-. La que tiene las dos lámparas afuera. La del nombre glupo .
– ¿Que nombre glupo?
– La Mansión o la Manse, o cualquier otra idiotez así. Donde vive una ptitsa muy starria con los gatos, y todas esas vesches muy starrias y valiosas.
– ¿Por ejemplo?
– Oro y plata y joyas. Fue lo que dijo Will el Inglés. -Video -comenté-. Video joroschó. -Sabía de qué hablaba: los barrios viejos, poco más allá del edificio Victoria. Bien, el líder verdaderamente joroschó sabe cuándo tiene que ceder y mostrarse generoso. -Muy bien, Georgie -dije-. Una idea excelente, y la seguiremos. Salgamos ahora mismo. -Y cuando salíamos, las viejas bábuchcas repetían: -No hablaremos, muchachos. Ustedes estuvieron aquí sin moverse. -Y yo les dije: -Magnífico, muchachas. Volveremos a pagarles tragos en diez minutos.
Así, al frente de mis tres drugos, marché en busca de mi propia perdición.
6
Pasando el Duque de Nueva York, en dirección al este, se levantaban edificios de oficinas, luego la starria y carcomida biblio y el bolche edificio llamado Victoria, seguramente por alguna victoria; y luego se llegaba a las casas starrias de la llamada ciudad vieja. Aquí se levantaban algunos de los antiguos domos realmente joroschós , hermanos míos, habitados por liudos starrios, viejos coroneles ladradores armados de bastones y viejas ptitsas enviudadas y damas sordas starrias aficionadas a los gatos y que, hermanos míos, no habían sentido el toque de ningún cheloveco en todos los días de la purísima chisna . Y en esas casas había, es cierto, vesches starrias que valían dinero en el mercado turístico: cuadros y joyas y otras calas starrias de la misma clase, de la época anterior al plástico. Así que nos acercamos discretamente al domo llamado Manse, y afuera había focos de luz sobre postes de hierro, como guardando los dos costados de la entrada, y también una luz más penumbrosa en uno de los cuartos de abajo, así que buscamos un lugar oscuro en la calle para mirar por la ventana dentro de la casa. Esta ventana tenía barrotes de hierro, como una prisión, pero pudimos videar claramente lo que pasaba adentro.