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TERCERA PARTE

1

– ¿Y ahora qué pasa, eh?

Eso, hermanos míos, era lo que me preguntaba a la mañana siguiente, de pie fuera del edificio blanco que estaba como encajado en la vieja staja, vestido con mis platis nocturnos de dos años antes, a la luz gris del amanecer, con una malenca bolsa donde tenía mis pocas vesches personales y algo de dinero amablemente donado por las vonosas Autoridades para ayudarme a empezar la nueva vida.

El resto del día anterior había sido muy agotador, con las entrevistas grabadas para los telenoticiosos y las fotografías flash flash flash y nuevas demostraciones de cómo me repugnaba la ultraviolencia, y toda esa basura calosa. Y luego me tumbé en la cama, y en seguida, según me pareció, me despertaron para decirme que me fuese, que me marchase, que no querían ver más a Vuestro Humilde Narrador, oh hermanos míos. Y ahí estaba yo muy muy temprano en la mañana, con ese dinero malenco en el carmano izquierdo, haciendo sonar las monedas y preguntándome:

– ¿Y ahora qué pasa, eh?

Desayuno en un mesto, pensé, pues todavía no había comido en la mañana, ya que todos los vecos habían tenido tantas ganas de tolchocarme mostrándome el camino de la libertad. Sólo había piteado una chascha de chai. Esa staja se alzaba en un sector muy tétrico de la ciudad, pero por todas partes había malencos cafés para obreros, y pronto descubrí uno, hermanos míos. Era muy caloso y vonoso, con una lamparilla en el techo y la suciedad de las moscas como oscureciendo la luz, y algunos rabotadores tempranos que sorbían chai y devoraban unas salchichas repulsivas, atragantándose con trozos de klebo, trag trag trag, y luego crichando más. Los servía una débochca muy calosa, pero que tenía unos grudos muy bolches, y algunos de los vecos que estaban allí comiendo trataban de tocarla, y hacían ja ja ja y ella respondía je je je, y el espectáculo me dio náuseas, hermanos. Pero pedí unas tostadas y jalea y chai, todo muy cortésmente y con mi golosa de caballero, y me senté en un rincón oscuro a comer y pitear.

Mientras estaba en eso, entró un malenco enanito, vendiendo las gasettas de la mañana, un prestúpnico grasño y deforme con lentes gruesos de armazón de acero, los platis del color de un budín de grosellas starrio y rancio. Cuperé una gasetta, con la idea de meterme otra vez en la chisna normal videando lo que pasaba en el mundo. Me pareció que era una gasetta del gobierno, pues en la primera página sólo se hablaba de la necesidad de que los vecos volviesen a elegir al gobierno en la próxima elección general, que según decían se haría en unas dos o tres semanas. Había slovos muy sonoros acerca de lo que el gobierno había hecho, hermanos míos, en el último año o cosa así, con el aumento de las exportaciones, y la política exterior realmente joroschó y el mejoramiento de los servicios sociales y toda esa cala. Pero de lo que en realidad más se alababa el gobierno era de que en los últimos seis meses había mejorado la seguridad en las calles para todos los liudos amantes de la paz que andaban de noche, y esto gracias al aumento de los sueldos de la policía y al hecho de que la policía procedía ahora con mano dura contra los jóvenes matones, los ladrones, los pervertidos y toda esa cala. Lo que interesó bastante a Vuestro Humilde Narrador. Y en la segunda página de la gasetta había una fotografía borrosa de alguien que me pareció muy conocido, y que en definitiva no era otro que yo yo yo. Tenía una cara sombria y como atemorizada, pero eso era realmente por los fogonazos que hacían pop pop todo el tiempo. Debajo de mi foto se decía que yo era el primer graduado del nuevo Instituto Estatal de Recuperación de Criminales, curado de los malos instintos en sólo una quincena, y ahora un buen ciudadano temeroso de la ley y toda esa cala. Después vi que había un artículo muy elogioso sobre la Técnica de Ludovico, y de lo inteligente que era el gobierno, y toda esa cala. Después venía otra foto de un veco que me pareció conocido, y era este ministro del Inferior o Interior. Parece que había estado vanagloriándose un poco, y pronosticando una época sin delitos, en la que nadie tendria miedo a los cobardes ataques de los jóvenes matones y pervertidos y ladrones y toda esa cala. Así que hice ajjjjj y tiré al suelo la gasetta, y fue a cubrir las manchas de chai derramado y los gargajos horribles de los vonosos animales que venían al cafetín.

– ¿Y ahora qué pasa, eh?

Lo que ahora me proponía hacer, hermanos, era irme a casa y darles una bonita sorpresa a papapa y a ma, yo, el único hijo y heredero de regreso al seno de la familia. Allí podria recostarme en la cama de mi propia y malenca madriguera, y slusar un poco de buena música, y al mismo tiempo podria pensar lo que haria yo con mi chisna. El Encargado de Egresos me había dado el día anterior una larga lista de los empleos que yo podía probar, y había telefoneado a diferentes vecos acerca de mí; pero yo no queria, hermanos míos, ponerme a rabotar en seguida. Ante todo un malenco descanso, sí, y un poco de trabajo mental en la cama, oyendo la buena música.

Así que tomé el ómnibus al centro de la ciudad, y luego el que va a la avenida Kingsley, porque el edificio 18A está ahí cerca. Créanme, hermanos, si les digo que el corazón me hacía clop clop clop a causa de la excitación. Todo estaba tranquilo, pues era temprano y una mañana de invierno, y cuando entré en el vestíbulo del edificio no había ningún veco por ahí, sólo las chinas y los vecos nagos de la Dignidad del Trabajo. Lo que me sorprendió, hermanos, fue el modo como los habían limpiado, de modo que ya no les salían slovos sucios de las rotas a los Trabajadores Dignificados, ni se veían tampoco las partes indecentes del cuerpo que los málchicos de mente sucia aficionados al lápiz habían dibujado en los plotos desnudos. Y también me llamó la atención que el ascensor funcionara. Vino zumbando cuando apreté el nopca eléctrico; entré y me sorprendió de nuevo videar que todo estaba limpio dentro de la jaula.

Subí al décimo piso, y allí vi el 10-8 como estaba antes, y la ruca me tembló y se estremeció cuando saqué del carmano el pequeño quilucho . Metí firmemente el quilucho en la cerradura y lo hice girar; luego abrí y entré y me encontré con tres pares de glasos sorprendidos y casi atemorizados que me miraban, y eran pe y eme que estaban tomando el desayuno, pero también otro veco al que nunca había videado en toda mi chisna, un veco bolche y grueso en camisa y tirantes, muy en su casa, hermanos, tragando el chai con leche y munchmunchmunch los huevos y las tostadas. Y este veco extraño fue el primero que habló: