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– ¿Quién es usted, amigo? ¿Dónde consiguió esa llave? Afuera, antes de que le aplaste la cara. Salga y golpee. Explique qué lo trae, pronto.

Pe y eme se quedaron como petrificados, y pude videar que no habían leído la gasetta, y recordé entonces que la gasetta llegaba cuando papapa ya había salido para el trabajo. Pero entonces eme dijo: -Oh, te fugaste. Huiste. ¿Qué haremos ahora? Vendrá la policía, oh oh oh. Oh, muchacho perverso y malvado, que así -nos avergüenzas. -Y créanlo o bésenme los scharros, comenzó la función de buuu buuu. Así que empecé a explicar la cosa, podían telefonear a la staja si querían, y mientras tanto el desconocido estaba ahí sentado, frunciendo el ceño y mirando como si pudiera aplastarme el litso con el puño peludo, bolche y carnoso. Así que dije:

– ¿Qué le parece si me contesta unas cuantas, hermano? ¿Qué está haciendo aquí y por cuánto tiempo? No me gustó el tono de lo que acaba de decir. Andese con cuidado. Vamos, hable. -Era un veco de tipo obrero, muy feo, de unos treinta o cuarenta años, y ahora me miraba con la rota abierta, sin goborar slovo . Entonces mi pe dijo:

– Todo esto es un poco desconcertante, hijo. ¿Por qué no nos escribiste que venías? Creímos que pasarían por lo menos cinco o seis años antes que te soltaran. No quiero decir -agregó, y su tono era muy sombrío- que no nos agrade mucho verte otra vez, y además libre.

– ¿Quién es éste? -pregunté-. ¿Por qué no me habla? ¿Qué hace aquí?

– Es Joe -dijo mi ma-. Ahora vive aquí. Es nuestro pensionista. Oh, Dios Dios Dios.

– Tú -intervino este Joe-, sé bastante de ti, muchacho. Sé lo que hiciste, y que les destrozaste el corazón a tus pobres y doloridos padres. Así que regresaste, ¿eh? Volviste para amargarles otra vez la vida, ¿no? Tendrás que pasar sobre mi cadáver, porque me han permitido ser un hijo más que un inquilino. -Yo casi hubiese podido smecarme a todo trapo al oír eso si el viejo rasdrás interior no me hubiese provocado una sensación de náusea, porque este veco parecía tener casi la misma edad que mi pe y mi eme, y ahí estaba tratando de abrazar a mi llorosa ma con una ruca protectora de hijo, oh hermanos míos.

– Ajá -dije, y sentí que yo mismo estaba próximo a llorar-. De modo que así son las cosas. Bien, le doy cinco largos minutos para sacar de mi cuarto todas sus horribles y calosas vesches. -Y me fui al cuarto, y este veco era un malenco demasiado lento para detenerme. Cuando abrí la puerta se me fue a la alfombra el corazón, pues videé que ya no era más mi cuarto, hermanos. Habían quitado de las paredes todas mis banderas, y este veco había puesto fotografías de boxeadores, y también un equipo sentado con las rucas cruzadas y al frente como un escudo de plata. Y entonces videé qué otra cosa faltaba. Mi estéreo y mis estantes de discos ya no estaban allí, ni el cofre cerrado que guardaba las botellas y las drogas y dos jeringas brillantes y limpias.- Alguien estuvo haciendo un trabajo vonoso y sucio -criché-. ¿Qué hizo con mis vesches personales, horrible bastardo? -Le estaba hablando a Joe, pero fue mi pe el que contestó:

– La policía se lo llevó todo, hijo. ¿Sabes?, el nuevo reglamento acerca de la indemnización a las víctimas.

Me costó mucho no enfermarme de veras, pero la golová me dolía de lo peor, y sentía la rota tan seca que me vi obligado a beber scorro un trago de la botella de leche que estaba sobre la mesa, y este Joe dijo: -Modales de cerdo sucio.

– Pero la ptitsa murió -dije-. Ésa murió.

– Fue por los gatos, hijo -dijo mi pe con gesto dolorido-, que no tenían quien los cuidara hasta que se leyera el testamento, de manera que había que alimentarlos. Por eso la policía vendió tus cosas, ropas y todo, para que los cuidasen. Así es la ley, hijo. Pero a ti nunca te preocupó mucho la ley.

Aquí tuve que sentarme, y este Joe dijo: -Pide permiso antes de sentarte, cerdo sin educación -y yo le respondí scorro con-: Cierra tu sucio y gordo agujero -y me sentí enfermo. En seguida procuré mostrarme razonable y cordial, en bien de mi salud, así que les dije-: Ése es mi cuarto, ¿verdad? Ésta es mi casa también. ¿Qué opinan ustedes, pe y eme? -Pero los dos parecían contrariados, mi eme un poco conmovida, el litso todo arrugado y húmedo por las lágrimas, y luego mi pe dijo:

– Hay que pensarlo, Alex. No podemos echar a Joe, así de buenas a primeras, ¿no es cierto? Quiero decir que Joe tiene un contrato de trabajo, creo que por dos años, y nosotros llegamos a un arreglo, ¿no es verdad, Joe? Quiero decir, hijo, pensamos que estarías mucho tiempo en la cárcel, y ese cuarto de nada servía. -En el litso se le veía que estaba un poco avergonzado. Así que me limité a sonreír y medio asentí.

– Ya video todo -dije-. Ustedes se acostumbraron a un poco de paz y a un poco de dengo extra. Así son las cosas. Y el hijo que tuvieron no es ni fue otra cosa que una molestia terrible. -Y entonces, hermanos míos, créanme o bésenme los scharros, me eché a llorar, y a sentirme muy compadecido de mí mismo. Así que mi pe dijo:

– Bien, ya ves, hijo, Joe pagó el alquiler del mes próximo. Es decir, no importa lo que hagamos, pero no podemos decirle a Joe que se marche, ¿no es así, Joe? -Y este Joe contestó:

– Yo tengo que pensar en ustedes dos, que han sido para mí como un padre y una madre. ¿Sería justo o equitativo que me fuese y los dejase a merced de las dulces atenciones de este joven monstruo, que nunca fue un verdadero hijo? Ahora está llorando, pero eso no es más que maña y trampa. Que se vaya y busque un cuarto por ahí. Que comprenda sus errores, y que un mal muchacho como él no merece una mamá y un papá como los que tuvo.

– Muy bien -dije, poniéndome de pie, y las lágrimas seguían corriéndome-. Ahora sé cómo están las cosas. Nadie me quiere ni me desea. He sufrido y sufrido y sufrido y todos quieren que siga en lo mismo. Ahora lo entiendo.

– Hiciste sufrir a otros -observó este Joe-. Es justo que ahora tú también sufras. Me han contado todo lo que hiciste, sentado aquí por la noche a la mesa familiar, y bastante que me impresioné. Cuando conocí tu historia, me sentí enfermo de veras.

– Quisiera -dije- estar otra vez en la prisión. La vieja y querida staja. Ahora me marcho. No volverán a videarme. Seguiré mi propio camino, muchas gracias. y que les pese en la conciencia.

– No lo tomes así, hijo -contestó mi pe, y mi eme empezó otra vez buuujuuujuuu, con el litso todo retorcido y realmente feo, y este Joe le volvió a poner la ruca sobre los hombros, y la palmeaba y le decía vamos vamos vamos como verdadero besuño. y fui vacilando hacia la puerta y salí, dejándolos que se las arreglaran a solas con esa culpa horrible que ellos sentían, oh hermanos míos.

2

lteando por la calle como sin rumbo fijo, hermanos, en esos platis nocturnos que llamaban la atención de los liudos cuando me cruzaba con ellos, sintiendo mucho frío también, pues era un día de invierno bastardo, lo único que yo deseaba era alejarme de todo y no tener que pensar más en ninguna vesche. Así que tomé el ómnibus al centro, y luego volví caminando hacia la plaza Taylor, y allí estaba la disquería MELODÍA a la que yo solía favorecer con mis inestimables compras, oh hermanos míos, y parecía más o menos el mismo tipo de mesto, y al entrar esperé videar allí al viejo Andy, el veco calvo y muy delgado, siempre servicial, a quien yo había cuperado discos en otras épocas. Pero Andy no estaba ahora, hermanos, y sólo se oían los gritos y las crichadas de los málchicos y las ptitsas nadsats -adolescentes- que slusaban una nueva y horrible canción pop y también la bailaban, y el veco que estaba detrás del mostrador no era mucho más que un nadsat también él, y hacía sonar los huesos de la ruca y smecaba como besuño. Así que me acerqué y esperé hasta que se dignó verme, y ahí le dije: