La música seguía brotando de todos los bronces y tambores y violines, a kilómetros de distancia, a través de la pared. La ventana del dormitorio estaba abierta. Me acerqué, y vi que había bastante altura hasta los autos y los ómnibus y los chelovecos que caminaban abajo. Criché al mundo: -Adiós, adiós, que Bogo los perdone por haber arruinado una vida. -Me subí al reborde, y la música seguía sonando a mi izquierda, y cerré los glasos y sentí el viento frío en el litso, y salté.
6
Salté, oh hermanos míos, y pegué fuerte en la vereda, pero no snufé, oh no. Si hubiese snufado no estaría aquí para escribir lo que escribí. Parece que no salté desde una altura suficiente para matarme. Pero me rompí la espalda y las muñecas y las nogas y sentí un dolor muy bolche antes de desmayarme, hermanos, y vi los litsos sorprendidos y desconcertados de los chelovecos de la calle que me miraban desde arriba. Y justo antes de desmayarme videé muy claro que en todo el horrible mundo no había un solo cheloveco que me apoyase, y que la música a través de la pared había sido preparada por los que se suponía eran mis nuevos drugos, y que querían una vesche así para imponer la política que a ellos les interesaba, horrible y vanidosa. Todo eso se me pasó por la golová en un millonésimo de minuta antes que desaparecieran el mundo y el cielo y los litsos de los chelovecos que me miraban desde arriba.
Cuando volví a la chisna, después de un hueco negro negro que a lo mejor duró un millón de años, yo estaba en un hospital, todo blanco y con ese vono de los hospitales, todo ácido y pulido y limpio. Esas vesches antisépticas que usan en los hospitales tendrían que tener un vono de veras joroschó a cebollas fritas o a flores. Muy despacio empecé a entender quién era yo, y me tenían todo envuelto en cosas blancas, y no podía sentir nada en el ploto, ni dolor ni sensación ni otras vesches. Me habían vendado la golová, y tenía como unos pedazos de tela pegados al litso, y las rucas también todas vendadas, y pedacitos de madera atados a los dedos, algo así como si fueran flores que hay que tener derechas, y mis pobres y viejas nogas también estaban estiradas, y por todos lados vendas y jaulas de alambre, y en la ruca derecha, cerca del plecho, el crobo rojo rojo goteaba de un frasco boca abajo. Pero yo no sentía nada, oh hermanos míos. Había una enfermera sentada al lado de mi cama, y leía un libro impreso con letras muy oscuras, y se podía videar que era un cuento porque había un montón de comas invertidas, y mientras leía respiraba fuerte uh uh uh por la emoción, así que seguramente era un cuento acerca del viejo unodós unodós. Esta enfermera era una débochca de veras joroschó, con una rota muy roja y largas pestañas en los glasos, y debajo del uniforme muy almidonado se podía videar que tenía unos grudos realmente joroschó. Así que le dije: -¿Qué tal, hermanita? Ven y acuéstate un ratito con tu malenco drugo en esta cama. -Pero los slovos no me salieron nada joroschó, era como si yo tuviera la rota toda rígida, y sentí con la yasicca que algunos de mis subos ya no estaban. Pero la enfermera pegó un salto y el libro cayó al suelo, y ella dijo:
– Oh, recuperó el sentido.
Era mucho hablar para una malenca ptitsa como ella, y quise decírselo, pero los slovos no se formaron, y sólo salió algo como er er er. La enfermera se marchó y me dejó odinoco, y entonces pude videar que estaba en un malenco cuarto para mí solo, y no en una de esas salas largas como la que conocí cuando era málchico muy pequeño, llena de vecos starrios moribundos que tosían, de modo que uno deseaba sanarse pronto. Difteria era lo que yo tenía entonces, oh hermanos míos.
Según parece ahora no podía mantenerme consciente mucho tiempo, pues volví a dormirme casi en seguida, muy scorro, pero dos minutos más tarde tuve la seguridad de que esta ptitsa enfermera había vuelto con varios chelovecos de chaquetas blancas, y que me videaban con el ceño muy fruncido, haciendo hum hum hum frente a Vuestro Humilde Narrador. Y estoy seguro que con ellos estaba el viejo chaplino de la staja goborando: -Oh, hijo mío, hijo mío -y despidiendo un vono muy rancio de whisky y diciendo luego:- Pero no quise quedarme allí, oh no. De ningún modo podía aceptar lo que estos brachnos les están haciendo a los pobres prestúpnicos. Así que me fui y ahora predico sermones denunciando todo, mi pequeño y bienamado hijo en J. C.
Más tarde desperté de nuevo, y alrededor de la cama estaban los tres, los vecos de la casa de donde yo había saltado, es decir D. E. da Silva, qué sé yo cuántos Rubinstein y Z. Dolin. -Amigo -estaba diciendo uno de esos vecos, pero no pude videar o slusar joroschó quién era-, amiguito -seguía diciendo la golosa-, la gente arde de indignación. Has destruido las posibilidades de reelección de esos horribles e infatuados villanos. Has prestado un buen servicio a la Libertad. -Traté de decir:
– Si hubiese muerto habría sido todavía mejor para ustedes, brachnos políticos, ¿verdad, drugos falsos y traidores? -Pero lo único que me salió fue er er er. Entonces me pareció que uno de los tres desplegaba un montón de recortes de gasettas, y pude videarme en una horrible fotografía, todo cubierto de crobo y tendido en una camilla que llevaban dos vecos, y me pareció recordar algo así como fogonazos que seguramente eran de los vecos fotógrafos. Con un glaso pude leer los titulares de los recortes, que temblaban en la ruca del cheloveco, cosas como NIÑO VÍCTIMA DEL CRIMINAL PLAN DE REFORMA y GOBIERNO ASESINO, y aparecía la foto de un veco que me pareció conocido, y decía QUE LO ECHEN, y seguro que era el ministro del Inferior o Interior. En eso la ptitsa enfermera dijo: