—Palabras de un benévolo y viejo barón. Supongo que nuestra familia ha brindado líderes a este distrito por mucho tiempo.
—Desde que el emperador Wu-ti escogió a mi honrado antepasado Yen Chi después de sus servicios contra los bárbaros del Norte.
—¡Ah, ésos fueron días de gloria! —suspiró Ts'ai Li—. Nosotros, herederos empobrecidos, sólo podemos luchar contra un creciente caudal de problemas.
Yen Ting-kuo se balanceó sobre los talones, se aclaró la garganta y miró a su huésped.
—Sin duda mi señor guía ese esfuerzo —dijo—, habiendo realizado un viaje tan largo y arduo. ¿En qué podemos contribuir a sus rectos propósitos?
—Ante todo necesito información, y tal vez un guía. A la capital han llegado ciertos rumores sobre un sabio, un verdadero santo, que vive en vuestros dominios.
—¿Qué? —exclamó Yen Ting-kuo, asombrado.
—Historias de viajeros, pero hemos interrogado a varios de ellos, y sus descripciones coinciden. Predica el Tao, y su virtud parece haberle proporcionado gran longevidad. —Ts'ai Li titubeó—. ¿Inmortalidad, acaso? ¿Qué sabéis, subprefecto? —Ya. —Yen Ting-kuo frunció el ceño—. Entiendo. El que se hace llamar Tu Shan.
—¿Sois escéptico, entonces?
—No concuerda con mi idea de un santo, inspector —masculló Yen Ting-kuo—. Por aquí hay muchos que afirman ser tal cosa, pues la gente sencilla es demasiado crédula, especialmente en tiempos turbulentos. Vagabundos sin amo, que en vez de trabajar mendigan o lisonjean para ganarse la vida. Se atribuyen poderes tremendos. Los campesinos juran que han visto a uno de ellos curar a los enfermos, exorcizar demonios, resucitar a los muertos y cosas por el estilo. He examinado algunos casos sin hallar pruebas de nada, excepto de que a menudo el vagabundo se apropia del dinero de los hombres y del cuerpo de las mujeres, convenciéndolos de que ése es el Camino, antes de continuar la marcha.
Ts'ai Li entornó los ojos.
—Sabemos que hay charlatanes —dijo—. También sabemos que hay vulgares wu, magos tradicionales, honestos pero analfabetos y muy supersticiosos. En verdad, sus creencias y prácticas han contaminado las otrora puras enseñanzas de Lao Tse. Es lamentable.
—¿Acaso la corte no sigue los preceptos del gran K'ung Fu Tse?
—Exacto. Aun así, subprefecto, la sabiduría y la fortaleza escasean. Debemos buscarlas donde las podamos encontrar. Lo que hemos oído sobre el tal Tu Shan induce al Único a creer que será una voz deseable entre los consejeros imperiales.
Yen Ting-kuo miró la taza como buscando una revelación confortante.
—La gente como yo no es quien para cuestionar al Hijo del Cielo —dijo al fin—. Y sin duda ese sujeto es inofensivo. —Rió—. Tal vez sus consejos no resulten peores que los de otros. Ts'ai Li lo miró en silencio antes de susurrar:
—¿Insinúas, subprefecto, que el emperador ha recibido mal asesoramiento en el pasado?
Yen Ting-kuo palideció, se sonrojó y se apresuró a responder:
—No quise ser irrespetuoso, mandarín.
—Claro que no. Por supuesto —murmuró Ts'ai Li—. Aunque, entre nosotros, la insinuación es muy atinada.
Yen Ting-kuo lo miró desconcertado.
—Reflexionad —lo exhortó Ts'ai Li—. Hace diez años que el glorioso Wang Mang recibió el Mandato del Cielo. Ha decretado muchas reformas y ha buscado por todos los medios mejorar la situación de su pueblo. Pero cunde la inquietud. Así como cunden la pobreza en el interior y la arrogancia de los bárbaros en el exterior. —Tácitamente daba a entender: Muchos, cada vez más, afirman que los Hsin no constituyen una nueva dinastía sino una mera usurpación, un producto de las intrigas palaciegas, y que es hora de devolver a los Han el poder que les corresponde—. Es obvio que se necesita mejor asesoramiento. La inteligencia y la virtud a menudo moran bajo el techo de un plebeyo.
—La situación ha de ser desesperada, si os enviaron tan lejos para seguir un mero rumor —exclamó Yen Ting-kuo. Y se apresuró a añadir—: Desde luego, vuestra exaltada presencia nos honra y nos deleita, mi señor.
—Sois muy gentil, subprefecto —dijo Ts'ai Li con voz cortante—. ¿Pero qué podéis decirme de Tu Shan?
Yen Ting-kuo desvió los ojos, frunció el ceño, se mesó la barba y habló despacio.
—Francamente, no puedo decir que sea un bribón. Investigo todas las cosas cuestionables que llegan a mis oídos, y no he sabido que defraudara a nadie ni que hiciera nada malo. Es sólo que… no concuerda con mi idea de lo que es un santo.
—Los buscadores del Tao pueden ser… un poco excéntricos.
—Lo sé. Aun así… Pero dejadme contaros. Se presentó entre nosotros hace cinco años, tras atravesar comunidades del norte y del este, habitando un tiempo en algunas de ellas. Con él viajaba un solo discípulo, un joven granjero. Desde entonces reclutó dos más, y rechazó a otros. Se ha instalado en una caverna del bosque, a tres o cuatro horas de marcha, junto a una cascada. Allí medita, o eso afirma. He ido allí, y Tu Shan ha transformado la caverna en una cómoda morada. No tiene lujos, pero no sufre escasez. Los discípulos han construido una cabaña en las cercanías. Cultivan grano, pescan, recogen avellanas, bayas y raíces. La gente les lleva otros obsequios, incluido dinero. Van allí a oír sus palabras y confiarle sus penas, pues él sabe escuchar, y recibir su bendición o simplemente pasar un rato en su silenciosa presencia. De cuando en cuando viene aquí y se está un par de días. Entonces ocurre lo mismo, salvo que bebe y come bien en nuestra única posada y se solaza en nuestra única casa de placer. Me han dicho que es un amante fogoso. Bien, no he oído decir que sedujera a la esposa ni a la hija de nadie. No obstante, su conducta no me parece piadosa, ni sus prédicas parecen tener mucho sentido.
—El Tao no se puede expresar en palabras.
—Lo sé. Aun así, aun así…
—Y en cuanto a hacer el amor, he oído que los entendidos en el Tao afirman que de ese modo, especialmente si se prolonga el acto todo lo posible, un hombre logra equilibrar su Yang con el Yin. Al menos, eso es lo que afirma una corriente de pensamiento, aunque me han dicho que otros no están de acuerdo. Pero no podemos esperar una conducta convencionalmente respetable en un hombre cuyo propósito en la vida es la iluminación.
Yen Ting-kuo sonrió amargamente.
—Creo que mi señor es más tolerante que yo.
—No, sólo deseo prepararme antes de partir, para comprender mejor lo que encuentre. —Ts'ai Li hizo una pausa—. ¿Qué sabéis de la vida anterior de Tu Shan? ¿Cuánta verdad hay en su presunta longevidad? Oí decir que tiene aspecto de hombre joven.
—Tiene el aspecto, el vigor y todo lo demás. ¿Un sabio no debería tener un aire más circunspecto? —Yen Ting-kuo aspiró—. Bien, he investigado acerca de esas afirmaciones. Aunque él no las hace en voz alta. De hecho, nunca menciona el asunto a menos que deba hacerlo por alguna razón, como para explicar que Chou P'eng, muerto hace mucho, fue su maestro. Pero tampoco ha intentado disimular. He podido interrogar a personas y visitar algunos sitios, cuando mis ocupaciones me llevaban por esos rumbos.
—Por favor, contadme qué habéis averiguado, para que pueda compararlo con el resto de mi información.
—Bien, es evidente que nació hace más de cien años. Fue en el distrito de las Tres Rocas Grandes, y pertenecía sólo a la clase de los artesanos. Siguió el oficio del padre, herrero, se casó, tuvo hijos, nada inusitado al margen de no envejecer. Eso lo transformó gradualmente en la maravilla del poblado, pero al parecer no sacó partido de ello. En cambio, cuando se casaron sus hijos y falleció su esposa, anunció que buscaría la sabiduría, la razón de su extraña condición y de todo lo demás en este mundo. Echó a andar, y no se volvió a oír hablar de él hasta que se hizo discípulo de Chou P'eng. Cuando murió ese viejo sabio, Tu Shan continuó viaje, enseñando y practicando el Tao tal como él lo entendía. No sé cuan fiel es a las enseñanzas de Chou P'eng. Tampoco sé cuánto tiempo piensa quedarse aquí. Tal vez él mismo no lo sepa. Le he preguntado, pero estas personas son hábiles para evadir preguntas que no desean responder.