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«La Antártida, liberada de hielos en las tres cuartas partes de su superficie, resultó ser el tesoro minero de la humanidad, pues guardaba intactas las riquezas del subsuelo, a diferencia de los otros continentes, donde habían sido muy mermadas a causa del derroche insensato de metales en las continuas guerras devastadoras. A través de la Antártida se consiguió cerrar el circuito de la Vía Espiral.

«Antes del cambio radical del clima, se habían abierto ya grandes canales y cortado las cadenas montañosas para equilibrar la circulación de las aguas y del aire. Bombas dieléctricas perpetuas ayudaron a irrigar incluso los desiertos de las altas mesetas del Asia.

«Las posibilidades de obtener productos alimenticios aumentaron en muchas veces, nuevas tierras se hicieron habitables. Los cálidos mares interiores empezaron a utilizarse para la obtención de algas ricas en albúminas.

«Las viejas naves interplanetarias, por peligrosas y frágiles que fueran, permitieron llegar a los planetas más cercanos de nuestro sistema. La Tierra fue rodeada de un cinturón de satélites artificiales desde los que los hombres estudiaron de cerca el Cosmos. Y entonces, hace cuatrocientos ocho años, ocurrió un acontecimiento tan importante, que marcó una nueva era en la existencia de la humanidad: la Era del Gran Circuito (EGC).

«Hacía mucho que el pensamiento humano venía luchando por lograr la transmisión de imágenes, sonidos y energía a larga distancia. Centenares de miles de sabios eminentes trabajaron en una institución que se sigue denominando hoy día Academia de Emanaciones Dirigidas, hasta que consiguieron la transmisión dirigida de energía a grandes distancias sin conductores de ningún género. Ello fue posible cuando hallaron el medio de eludir la ley que determina que el flujo de energía es proporcional al seno del ángulo de divergencia de los rayos. Entonces, haces de rayos paralelos permitieron establecer una comunicación permanente con los satélites artificiales y, por ende, con todo el Cosmos. La capa de atmósfera ionizada que protegía la vida venía siendo una eterna barrera para las transmisiones y recepciones de los espacios siderales. En tiempos muy remotos, a fines de la Era del Mundo Desunido, los hombres de ciencia terrestres habían establecido que potentes emanaciones radiactivas se precipitaban desde el Cosmos sobre la Tierra. En unión de la radiación general de las constelaciones y galaxias nos llegaban por el Gran Circuito llamamientos y mensajes del Cosmos, que se recibían intermitentes y confusos. En aquel tiempo no los comprendíamos todavía, aunque habíamos aprendido ya a captar esas enigmáticas señales que eran tomadas por radiaciones procedentes de materia muerta.

«El sabio Kam Amat, de origen indio, tuvo la idea de hacer experiencias en los satélites artificiales con receptores de imágenes. Realizando sus ensayos con infinita paciencia, durante decenas de años, halló nuevas y nuevas combinaciones de diapasones.

«Kam Amat captó al fin una emisión del sistema planetario de una estrella doble que llevaba de antiguo el nombre de la 61 del Cisne. En la pantalla apareció un ser no semejante a nosotros, pero indudablemente humano, y señaló a una inscripción hecha con símbolos del Gran Circuito. La inscripción no pudo ser descifrada hasta noventa años más tarde. Hoy, traducida a nuestra lengua terrestre, orna el monumento a Kam Amat.

Reza así: «¡Un saludo a vosotros, hermanos, que habéis entrado en nuestra familia!

Separados por el espacio y el tiempo, ya nos hemos unido, merced a la razón, en el circuito de la gran fuerza.» «El lenguaje de símbolos, planos y mapas del Gran Circuito resultó ser fácilmente comprensible, dado el nivel de desarrollo de la sociedad humana. Al cabo de doscientos años pudimos ya mantener conversaciones, mediante las máquinas de traducir, con los sistemas planetarios de las estrellas más cercanas, así como recibir y transmitir verdaderos cuadros de la muy diversa vida de otros mundos. Recientemente, hemos recibido noticias de catorce planetas de Deneb, importante centro de vida de la constelación del Cisne, astro gigantesco, cuatro mil ochocientas veces más luminoso que el Sol y que se encuentra a ciento veintidós parsecs de la Tierra. La evolución del pensamiento, aunque siguiendo otro camino, ha alcanzado allí nuestro mismo nivel.

«En cuanto a los viejos mundos, los cúmulos globulares de nuestra Galaxia y la inmensa región habitada que rodea su centro, nos llegan de aquella inconmensurable lejanía extraños cuadros y escenas todavía incomprensibles para nosotros por no haber sido aún descifrados. Una vez grabados por las máquinas mnemotécnicas, son remitidos a la Academia de los Límites del Saber, institución científica que estudia los problemas nacientes de nuestra ciencia. Nos esforzamos en comprender este pensamiento, anterior al nuestro en varios millones de años, pero que se distingue poco de él, debido a la unidad de caminos en el desarrollo histórico de la vida, desde las formas orgánicas inferiores hasta los seres superiores, pensantes.

Veda Kong, se volvió de la pantalla, donde tenía clavados los ojos, como hipnotizada, y dirigió a Dar Veter una mirada interrogante. Éste le sonrió, asintiendo aprobatorio. Ella alzó con orgullo la cabeza y, tendiendo las manos hacia adelante, se dirigió de nuevo a sus desconocidos e invisibles oyentes que, dentro de trece años, recibirían sus palabras y verían su imagen:

«Ésta es nuestra historia, éste es el áspero, largo y complejo camino recorrido hasta remontar las cimas del saber. ¡Hermanos nuevos, unios a nosotros en el Gran Circuito para llevar a todos los confines del inabarcable Universo la poderosa fuerza de la razón, venciendo a la materia inerte, sin vida!

La voz de Veda vibraba triunfante, como si hubiera adquirido el vigor de todas las generaciones terrenas, capaces de hacer llegar sus pensamientos más allá de los límites de nuestra Galaxia, a otras islas astrales del Cosmos.

Oyóse un prolongado golpe de gong: Dar Veter había empujado la palanca, interrumpiendo la corriente transmisora de energía. La pantalla se apagó. En el transparente panel de la derecha continuaba iluminada la columna del canal conductor.

Veda, cansada y silenciosa, hecha un ovillo, se hundió en un gran sillón. Dar Veter invitó a Mven Mas a que se sentara ante el pupitre de comando e inclinóse sobre su hombro. En el completo silencio que reinaba, apenas se oía, de vez en cuando, el leve chasquido de las manijas. Inopinadamente, desapareció la pantalla de marco de oro y en su lugar abrióse una sima de profundidad inaudita. Veda Kong, que veía por vez primera aquel prodigio, no pudo contener una exclamación de asombro. Y en rigor, hasta a quienes conocían bien los secretos de la interferencia compleja de las ondas luminosas, que daban aquella amplitud y hondura de perspectiva, el espectáculo les parecía siempre maravilloso.

La oscura superficie de un planeta extraño se aproximaba, viniendo de muy lejos y aumentando de tamaño a cada segundo. Se trataba de un sistema extraordinariamente raro de estrella doble, en el que dos soles se equilibraban de manera que la órbita de su planeta resultaba ser regular y hacía posible la vida en éste. Ambos soles — uno anaranjado y el otro escarlata — eran más pequeños que el nuestro y alumbraban los hielos, que parecían rojos, de un mar congelado. Al borde de una meseta negra, entre enigmáticos reflejos violáceos, se divisaba un gigantesco y bajo edificio pegado a la tierra.

El rayo visual, clavándose en la azotea, pareció atravesar la techumbre, y todos vieron a un hombre de piel gris, ojos redondos, como los de las lechuzas, circundados de argentado plumón. Era de elevadísima estatura, pero muy delgado, con largas extremidades semejantes a tentáculos. Después de hacer una grotesca inclinación de cabeza, a modo de precipitado saludo, fijó en la pantalla sus ojos impasibles como dos objetivos y abrió una boca sin labios, tapada por una válvula de piel blanda, en forma de nariz. Inmediatamente, oyóse la armoniosa y dulce voz de la máquina de traducir: