Выбрать главу

Excitado, se echaba de bruces sobre la arena, para borrar con su cuerpo lo trazado en ella, y reemprendía su obra. Mven Mas mostraba su asentimiento o animaba al físico con breves exclamaciones. Dar Veter, hincados los codos en las rodillas, se enjugaba el sudor que asomaba a su frente a causa del esfuerzo para comprender al que hablaba. Por fin, el físico pelirrojo calló y, jadeante, se sentó en la arena.

— Sí, Ren Boz — dijo Dar Veter, después de un prolongado silencio —; ¡ha hecho usted un gran descubrimiento!

— ¿Yo solo?… Hace ya mucho tiempo que el viejo matemático Heisenberg formuló el principio de la indeterminación, de la imposibilidad de determinar exactamente el lugar de las partículas ínfimas. Pero lo imposible se ha hecho posible merced a la comprensión de las transiciones recíprocas, es decir, gracias al cálculo repagular. Por aquel mismo tiempo se descubrió la nube anular mesónica de núcleo atómico y el estado transitorio entre el nucleón y ese anillo; es decir, se llegó a los umbrales de la noción de la antigravitación.

— Supongamos que sea así. Yo no soy muy entendido en matemáticas bipolares, y menos aún en su parte referente al cálculo repagular, al estudio de los límites de transición. Pero lo que usted ha hecho en materia de las funciones umbrías es algo absolutamente nuevo, aunque poco comprensible para nosotros, los no doctos en este aspecto. Sin embargo, yo concibo la grandeza del descubrimiento. Sólo que… — Dar Veter no acabó la frase.

— ¿Qué, concretamente? — preguntó alarmado Mven Mas.

— ¿Cómo hacer la experiencia? A mí me parece que no tenemos posibilidades de crear un campo electromagnético de tanta intensidad…

— ¿Para equilibrar el campo de gravitación y obtener el estado transitorio? — inquirió Ren Boz.

— Precisamente. Y en ese caso el espacio situado más allá de los límites del sistema continuará fuera de nuestra influencia.

— Cierto. Pero, según las reglas de la dialéctica, la solución hay que buscarla siempre en lo opuesto. Si se consigue la sombra antigravitatoria no por el método discontinuo, sino por el vectorial…

— ¡Oh, eso es una idea!.. Pero ¿cómo?

Ren Boz trazó rápidamente tres líneas rectas, un estrecho sector y cortó todo ello con un arco de gran radio.

— Esto se sabía ya antes de las matemáticas bipolares. Hace varios siglos se le llamaba el problema de las cuatro dimensiones. Por aquel entonces estaba aún difundido el concepto de las múltiples dimensiones del espacio; desconocían las propiedades umbrías de la gravitación, intentaban asimilarlas a los campos electromagnéticos y creían que los puntos singulares significaban la desaparición de la materia o su transformación en algo inexplicable. ¿Cómo podían imaginarse el espacio conociendo tan mal la índole de los fenómenos? Sin embargo, nuestros antepasados adivinaron, ¿se da usted cuenta? comprendieron que si, por ejemplo, la distancia de una estrella A al centro de la Tierra, siguiendo esta línea OA, es de veinte quintillones de kilómetros, la distancia a esa misma estrella, siguiendo el vector OV, equivale a cero… Prácticamente, no será cero, sino una magnitud tendente a cero. Y decían que el tiempo se reducía a cero si la velocidad del movimiento era igual a la de la luz… ¡Pues el cálculo coclear también ha sido descubierto muy recientemente!

— El movimiento espiral se conocía hace miles de años — indicó con prudencia Mven Mas.

Ren Boz hizo un ademán de desdén.

— El movimiento, ¡pero no sus leyes! Pues bien, si el campo de gravitación y el electromagnético son dos aspectos de una misma propiedad de la materia, si el espacio es función de la gravitación, la función del campo electromagnético es el antiespacio. La transición de una a otra de la función umbría vectorial del espacio cero, conocido en el lenguaje corriente con la denominación de velocidad de la luz. Y yo considero posible obtener el espacio cero en cualquier dirección. Mven Mas quiere alcanzar la Épsilon del Tucán. A mí me da lo mismo, con tal de hacer el experimento. ¡Con tal de hacerlo! — repitió el físico bajando los párpados, de cortas pestañas rubias, con aire de cansancio.

— Para ese experimento necesitan ustedes no sólo las estaciones exteriores y la energía terrestre, como decía Mven Mas, sino también una instalación especial. ¡Yo no creo que pueda montarse con facilidad y rapidez!

— En ese terreno hemos tenido suerte. Se puede utilizar la de Kor Yull, en las inmediaciones del Observatorio del Tíbet, donde hace ciento setenta años se realizaron experiencias para la investigación del espacio. Hará falta un pequeño reequipamiento, y en cuanto a los auxiliares voluntarios, yo dispondré en cualquier momento de cinco mil, diez mil, veinte mil. Bastará que los llame, para que pidan permiso y se presenten.

— Verdaderamente, tienen ustedes previsto todo. Sólo queda una cosa, la más seria: el peligro del experimento. Los resultados pueden ser de lo más imprevisto, pues con arreglo a las leyes de los grandes números, no es posible realizar la experiencia en pequeña escala. Hay que pasar inmediatamente a la escala extraterrestre…

— ¿Y que hombre de ciencia teme al riesgo? — replicó Ren Boz, encogiéndose de hombros.

— ¡Yo no me refiero al factor personal! Sé que se presentarán a millares en cuanto lo requiera la peligrosa y desconocida empresa. Pero el experimento englobará las estaciones exteriores, los observatorios, todo el ciclo de aparatos que han costado a la humanidad un trabajo gigantesco; aparatos que han abierto una ventana al Cosmos e iniciado a los terrenos en la vida, las actividades creadoras y el saber de otros mundos habitados. Esa ventana es una realización grandiosa del genio humano. ¿Y tenemos derecho ustedes y yo, tiene derecho cualquier otro hombre o grupo de personas a correr el riesgo de cerrarla aunque sólo sea temporalmente? Yo quisiera saber si se sienten ustedes con tal derecho y en qué se basan para ello.

— Yo lo tengo — afirmó Mven Mas levantándose —, y lo baso en lo siguiente… Usted ha participado en excavaciones… ¿Acaso esos miles de millones de osamentas desconocidas en tumbas ignoradas no nos llaman, no nos exigen y reprochan? A mí se me aparecen esos miles de millones de vidas humanas extinguidas, cuya juventud, belleza y goce de existir se fueron en un instante como se va la arena entre los dedos de la mano, ¡y reclaman que se despeje la gran incógnita del tiempo, que se entable la lucha con él! La victoria sobre el espacio es también la victoria sobre el tiempo. ¡Por eso estoy seguro de que tengo razón y de la grandeza de la empresa proyectada!

— Pues mi impulso es distinto — dijo Ren Boz —. Pero esto constituye otro aspecto de la misma cuestión. El espacio en el Cosmos continúa siendo insuperable; separa los mundos, nos impide encontrar planetas parecidos al nuestro por su población y formar con ellos una sola familia plena de dicha y fuerza. Ello sería la más grandiosa transformación después de la Era de la Unificación Mundial, de aquel tiempo en que la humanidad suprimió al fin la absurda división en que vivían sus pueblos para fundirse en un todo único, realizando así un gigantesco ascenso a un nuevo grado de dominio de la naturaleza. Cada paso en esta vía nueva vale más que todo lo restante, que todas las demás investigaciones y conocimientos.

Apenas hubo callado Ren Boz, tomó de nuevo la palabra Mven Mas:

— Yo tengo, por añadidura, un motivo personal. Cuando yo era joven, cayó en mis manos una recopilación de viejas novelas históricas. En ella había una dedicada a sus antepasados, Dar Veter. Habían sido atacados por uno de esos grandes conquistadores de antaño, salvajes exterminadores de seres humanos, que tanto abundaban en la historia de la humanidad en las épocas de las sociedades primitivas. La novela hablaba de un joven fuerte que quería, con un amor sin límites, a una muchacha. Su adorada fue hecha prisionera y llevada a lo que entonces se llamaba el «destierro». Imagínese usted: hombres y mujeres, atados, eran conducidos, como el ganado, al país de los invasores.