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La geografía de la Tierra no la conocía nadie, los únicos medios de locomoción eran los caballos de silla y las bestias de carga. Nuestro planeta era a la sazón más enigmático y vasto, más peligroso e infranqueable que hoy día el Universo. El joven héroe buscó a su amada durante años y años, vagando a la ventura, corriendo toda suerte de riesgos en el corazón de las montañas de Asia. Difícil es expresar la impresión que produjo aquel libro en mi alma de adolescente, pero hasta hoy me parece que sería capaz de salvar todos los obstáculos del Cosmos, ¡con tal de conseguir el objetivo amado!

Dar Veter esbozó una sonrisa.

— Yo me hago cargo de sus sentimientos, pero no comprendo qué relación lógica existe entre esa novela rusa y su afán de dominar el Cosmos. La actitud de Ren Boz me es más comprensible. Aunque usted me ha prevenido de que se trata de un motivo personal…

Dar Veter calló. Su silencio se prolongaba tanto, que Mven Mas empezó a removerse inquieto.

— Ahora caigo en la cuenta — reanudó sus consideraciones Dar Veter — de por qué antes los hombres fumaban, bebían, tomaban narcóticos para animarse en los momentos de indecisión, de zozobra, de soledad. Ahora, yo también estoy solo e indeciso. No sé qué decirles. ¿Quién soy yo para prohibir esa grandiosa experiencia? Pero, al propio tiempo, ¿puedo autorizarla? Deben dirigirse al Consejo, y entonces…

— ¡No, eso no! — repuso Mven Mas, levantándose, y su enorme cuerpo se puso en tensión como ante un peligro mortal —. Conteste a nuestra pregunta: ¿haría usted el experimento? Como director de las estaciones exteriores. No como respondería Ren Boz… ¡Su asunto es diferente!

— ¡No! — contestó Dar Veter con firmeza —. Yo esperaría aún.

— ¿A qué?

— ¡A que se construyese un centro experimental en la Luna!

— ¿Y la energía?

— Como el campo de atracción lunar es más pequeño y más reducida la escala de la experiencia, podría bastar con la energía de unas cuantas estaciones Q.

— De todos modos, para eso haría falta un centenar de años, ¡y yo no le vería jamás!

— Usted no. Mas para la humanidad no es de tanta importancia que se haga ahora o a la generación siguiente.

— Pero para mí eso sería el fin, ¡el fin de mis sueños! Y para Ren Boz…

— Para mí sería la imposibilidad de comprobar por medio de la experimentación y, por consiguiente, de corregir, de continuar la obra.

— ¡Una sola opinión no vale nada! Diríjanse al Consejo.

— El Consejo ha decidido ya, con las ideas y palabras de usted. No hay que esperar nada de él — dijo en voz baja Mven Mas.

— Tiene usted razón. El Consejo se negará también.

— No le pregunto más. Me considero culpable; Ren y yo hemos hecho recaer sobre usted todo el peso de la decisión.

— Es mi deber, como mayor en experiencia. No es culpa suya que la tarea haya resultado tan grande y peligrosa en extremo. Ello me entristece y apena…

Ren Boz fue el primero en proponer el regreso al campamento provisional de la expedición. Los tres, abatidos, echaron a andar arrastrando los pies por la arena y deplorando cada uno a su manera el haber tenido que renunciar al inaudito experimento.

Dar Veter miraba de reojo a sus compañeros y pensaba que él era el que más sufría.

Había en lo hondo de su ser un temerario arrojo con el que venía luchando toda su vida.

Se parecía en algo a los antiguos bandoleros: ¿por qué había sentido con tanta plenitud el goce de la astuta liza con el toro?… Y su alma se sublevaba contra la decisión tomada, decisión sensata, pero no intrépida.

Capítulo VI. LA LEYENDA DE LOS SOLES AZULES

La médica Luma Lasvi y el biólogo Eon Tal salieron del camarote-enfermería. Erg Noor se abalanzó hacia ellos.

— ¿Cómo está Niza?

— Viva, pero…

— ¿Se muere?

— Por ahora no. Tiene una parálisis general. Están afectados todos los nervios de la medula espinal, el sistema parasimpático, los centros de asociación y sensorios. La respiración es lentísima, pero regular. El corazón da un latido cada cien segundos. Esto no es la muerte, sino un colapso completo que puede prolongarse indefinidamente.

— ¿El conocimiento y los dolores están excluidos?

— Sí.

— ¿En absoluto? — inquirió el jefe.

Su mirada era imperiosa, penetrante, pero la médica no se turbó y repuso:

— ¡En absoluto!

Erg Noor miró interrogante al biólogo. Éste asintió con la cabeza.

— ¿Qué piensa usted hacer?

— Mantenerla en un medio a temperatura constante, en reposo absoluto, bajo una luz débil. Si el colapso no progresa… eso será una especie de sueño… y no importa que dure hasta la Tierra… Allí, la hospitalizaremos en el Instituto de Corrientes Neurológicas. Pues la lesión ha sido causada por una corriente. La escafandra está perforada en tres lugares.

¡Menos mal que Niza no respiraba apenas!

— Yo vi los agujeros y los tapé con mi emplasto — dijo el biólogo.

Erg Noor le estrechó el brazo en silencio, agradecido.

— Sin embargo… — prosiguió Luma —, mejor sería abandonar cuanto antes el campo de gravitación acrecentada… Y al propio tiempo, lo más peligroso no es la aceleración al emprender el vuelo, sino la vuelta a la fuerza de gravedad normal.

— Comprende. Teme usted que el pulso se haga aún más lento. ¿Pues esto no es un péndulo que acelera sus oscilaciones en un campo de gravitación acrecentada?…

— En conjunto, el ritmo de los impulsos en el organismo obedece a las mismas leyes. Si los latidos del corazón disminuyen hasta uno por cada doscientos segundos, la afluencia de sangre al cerebro no será suficiente, y…

Erg Noor, abismado en sus meditaciones, se había olvidado de los que le rodeaban; al volver de su ensimismamiento, dio un hondo suspiro.

Sus colaboradores le aguardaban pacientes.

— ¿No sería una solución someter el organismo a la hipertensión en una atmósfera enriquecida de oxígeno? — preguntó el jefe, cauteloso, y las sonrisas satisfechas de Luma y Eon Tal le advirtieron ya que la idea era buena.

— Saturar de gas la sangre, bajo una mayor presión parcial, es un remedio magnífico…

Claro que tomaremos medidas contra la trombosis, y entonces, aunque sólo haya un latido cada doscientos segundos, no importará. La regularización vendrá luego…

Eon mostró, bajo el bigote negro, los fuertes dientes blancos, y su severo rostro tomó al momento una expresión juvenil, alegre y despreocupada.

— El organismo quedará inconsciente, pero vivo — aseguró Luma, más tranquilizada —.

Vamos a preparar la cámara. Quiero utilizar la gran vitrina de silicol que estaba destinada para Zirda. En ella cabe un sillón flotante, que servirá de lecho durante el despegue.

Cuando la aceleración cese, instalaremos a Niza definitivamente.

— En cuanto estén preparados, comuníquenlo al puesto de comando. No nos detendremos aquí ni un minuto más. ¡Basta de tinieblas y de pesantez en este mundo negro!..

Todos se dirigieron presurosos a distintos compartimientos, luchando cada uno como podía con la agobiadora fuerza de gravedad del planeta negro.

Y las señales de despegue resonaron como una marcha triunfal.

Nunca habían experimentado los tripulantes una sensación de alivio tan placentera como la que sintieron al hundirse en el blando abrazo de los sillones de aterrizaje. Pero alzar el vuelo, desprenderse del pesado planeta era empresa ardua y peligrosa. La aceleración necesaria para el despegue se encontraba en el límite de la resistencia humana, y el más leve error del piloto podía dar lugar al perecimiento de todos.