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Solamente después de ello podré pasar a la síntesis, a la creación de la imagen de la mujer actual, que reúne los mejores rasgos de estas tres antepasadas suyas.

— ¿Y por qué pinta usted sólo «hijas», y no «hijos»? — preguntó Veda, sonriendo.

— ¿Es que hay que explicar que la belleza es siempre más acabada en la mujer y más refinada por las leyes fisiológicas?… — repuso el pintor, frunciendo el ceño.

— Cuando vaya usted a pintar su tercer cuadro, fíjese bien en Veda Kong — le aconsejó Evda Nal —. Es poco probable que…

El pintor la interrumpió, levantándose de un salto.

— ¿Cree usted que no lo veo? Mas lucho conmigo mismo para que no penetre en mí su imagen ahora, cuando estoy pleno de otra. Pero Veda…

— Sueña con la música — dijo ésta, enrojeciendo un poco —. ¡Lástima que el piano de aquí sea solar y esté enmudecido por la noche!

— ¿Es del sistema que funciona a base de semiconductores que canalizan la luz solar?

— inquirió Ren Boz, inclinando el cuerpo sobre el brazo del sillón —. En ese caso, yo podría adaptarlo a la corriente del receptor de radio.

— ¿Eso requiere mucho tiempo? — preguntó Veda, alegrándose.

— Una hora como mínimo.

— No vale la pena. Dentro de una hora empieza la transmisión de las últimas noticias por la red universal. Embebidos en el trabajo, hace dos noches que no enchufamos el receptor de radio.

— Entonces, cante usted algo, Veda — le rogó Dar Veter —. Kart San tiene ese eterno instrumento musical con cuerdas que data de los Siglos Sombríos de la sociedad feudal.

— Una guitarra — aclaró Chara Nandi.

— ¿Y quién va a acompañarme?… Probaré yo, tal vez pueda…

— ¡Yo sé tocarla! — dijo Chara, y se ofreció a ir por ella al estudio.

— Vayamos los dos — le propuso Frit Don.

Chara echó hacia atrás, con arrogancia, sus cabellos negros, abundantes y espléndidos. Sherlis tiró de una palanca y corrió la pared lateral de la terraza, dejando al descubierto un paisaje de la orilla oriental del golfo. Frit Don partía ya a grandes zancadas y saltos. Chara, la cabeza erguida, corría también. Y aunque la muchacha se rezagó al principio, ambos llegaron juntos al estudio. Desaparecieron por la negra boca de la puerta, y, al cabo de un segundo, volvían raudos, bordeando el mar a la luz de la luna, compitiendo tenaces en velocidad. Frit Don alcanzó el primero la terraza, pero Chara, irrumpiendo por la abertura lateral, se encontró en su interior antes que él.

Veda aplaudió entusiasmada:

— ¡Ha vencido a Frit, al campeón de las pruebas primaverales de decatlón!

— Chara Nandi ha cursado en la Escuela Superior de Baile sus dos facultades: la de danzas antiguas y la de bailes modernos — comentó Kart San, en el mismo tono admirativo.

— Veda y yo también hemos estudiado danza, pero sólo en la escuela elemental — dijo Evda Nal, dando un suspiro.

— Como todo el mundo — replicó maligno el pintor.

Chara rasgueó lentamente la guitarra, alzado el breve y firme mentón. La aguda voz de la joven resonó nostálgica y vibrante como un llamamiento. Cantaba una nueva canción, recién llegada de la zona Sur, a un ensueño frustrado. Unióse a la melodía la voz grave de Veda, que era como un luminoso rayo de anhelos en el que palpitaba y desfallecía la canción de Chara. El dúo resultaba magnífico, por el contraste de las dos cantantes, que se completaban de modo maravilloso. Dar Veter miraba alternativamente a las dos sin poder decidir a cuál de ellas embellecía más la canción: a Veda, en pie, acodada sobre el receptor de radio, baja la cabeza, como cediendo al peso de sus trenzas claras que la luna hacía de plata, o a Chara, inclinada hacia adelante, la guitarra sobre las redondas rodillas desnudas y el rostro tan bronceado por el sol, que destacaba la blancura de los dientes y el fulgor de los ojos, límpidos, de córneas azuladas.

Había terminado la canción. Chara pulsaba indecisa las cuerdas. Y Dar Veter apretó las mandíbulas. Aquella romanza era la misma que le alejara en un tiempo de Veda y que también atormentaba a ella.

Los sones de la guitarra se sucedían intermitentes. Corrían los acordes unos en pos de otros y apagábanse impotentes sin llegar a fundirse. La entrecortada melodía era como el batir de las olas en la costa, que se expandían sobre los bancos de arena para refluir al instante, una tras otra, en el negro mar insondable. Chara, sin saber nada, iba reviviendo con su voz sonora las palabras de amor que volaban por los inmensos espacios gélidos, de estrella en estrella, tratando de encontrar, de percibir al amado… Él se había adentrado en el Cosmos, para acometer la hazaña de unas nuevas búsquedas, ¡y quizá no volviera jamás! Pero, al menos, ¡si ella pudiera conocer la suerte, darle aliento por un segundo con una ardiente súplica, un tierno pensamiento o un saludo cariñoso!..

Veda callaba. Chara, presintiendo algo malo, interrumpió la romanza, levantóse rápida, le dio al pintor la guitarra y, gacha la cabeza, se acercó con aire culpable a la mujer de rubios cabellos claros, que permanecía inmóvil.

Veda sonrió.

— ¡Dance para mí, Chara!

Ésta asintió sumisa con la cabeza, pero en aquel momento intervino Frit Don:

— Las danzas pueden esperar. ¡Ya es la hora de la transmisión!

En la azotea del edificio, un telescopio alargó su tubo elevando a mucha altura el extremo con dos placas metálicas cruzadas y ocho hemisferios sobre el anillo terminal. La habitación se llenó de potentes sonidos.

La emisión empezó con la exhibición de una de las nuevas ciudades espirales de la zona Norte de viviendas. Entre los urbanistas dominaban dos tendencias arquitectónicas:

la ciudad en forma de pirámide o la construida en espiral. Edificábase en lugares especialmente cómodos para la vida, donde se concentraba el servicio de las grandes fábricas automáticas, cuyos cinturones se alternaban con los círculos de arboledas y prados que rodeaban la ciudad, la cual debía dar obligatoriamente al mar o a un gran lago.

Las ciudades se erigían en las elevaciones del terreno y en forma escalonada, para que no hubiera ni una sola fachada que no estuviera plenamente abierta al sol, al viento, al cielo y las estrellas. Al otro lado de los edificios se encontraban los locales de las máquinas, los almacenes, los distribuidores, los talleres y las cocinas, que a veces penetraban hondamente en la tierra. Los partidarios de las ciudades piramidales consideraban que la superioridad de éstas era su relativamente poca altura, unida a una considerable capacidad, mientras que los constructores de ciudades espirales erigían sus obras a una altura de más de un kilómetro. Ante los miembros de la expedición marítima apareció una empinada espiral que refulgía al sol con sus millones de opalinas paredes de plástico, armaduras de piedra fundida, con bordes de porcelana, y puntales de metal bruñido. Cada espiral se elevaba desde la periferia hacia el centro. Las grandes manzanas de casas estaban separadas por profundos nichos verticales. A fantástica altura, se veían leves puentes colgantes, balcones y salidizos de jardines. Centelleaban los contrafuertes, que ensanchábanse hacia su base abrazando las enormes escalinatas.

Estas conducían a parques escalonados, extendidos en abanico hacia el primer cinturón de espesas arboledas. Las calles también se alzaban en espiral por el perímetro de la urbe o en su interior, bajo cubiertas de cristal, sin que hubiera en ellas ningún vehículo:

cadenas continuas de transportadores se deslizaban ocultas en acanaladuras longitudinales.

La gente — unos bulliciosos y reidores, otros serios y graves — iba rápida por las calles, paseaba tranquila bajo las arcadas o descansaba en miles de lugares apacibles: entre las columnatas, en los amplios rellanos de las hermosas escaleras, en los jardines colgantes, plantados en los salidizos…