El espectáculo de la gran urbe duró poco tiempo; comenzó la emisión hablada.
— Continúa la discusión del proyecto presentado por la Academia de Radiaciones Dirigidas — dijo el hombre que apareció en la pantalla — sobre la sustitución del alfabeto lineal por la grabación electrónica. El proyecto no encuentra aprobación unánime. La principal objeción que se hace es la complejidad de los aparatos de lectura. El libro dejaría de ser el amigo y acompañante inseparable del hombre. A pesar de sus aparentes ventajas, el proyecto será rechazado.
— ¡Mucho tiempo llevan discutiendo! — comentó Ren Boz.
— La contradicción es grande — señaló Dar Veter —. Por una parte, la atrayente facilidad de la grabación, y por otra, la dificultad de la lectura.
El hombre de la pantalla prosiguió:
— Se confirma la noticia de ayer: la treinta y siete expedición astral ha hablado. Los viajeros regresan…
Dar Veter quedó inmóvil aturdido por la violencia de sus contradictorios sentimientos.
Miró de reojo y vio que Veda Kong, muy dilatadas las pupilas, se levantaba lentamente. El aguzado oído de Dar Veter percibió la agitada respiración de la joven.
— …del cuadro cuatrocientos uno, y la astronave acaba de salir del campo negativo, a una centésima de parsec de la órbita de Neptuno. El retraso de la expedición ha sido debido al encuentro con un sol negro. ¡No hay bajas entre los tripulantes! La velocidad de la nave — añadió el locutor — es de cerca de cinco sextos de la unidad absoluta. Llegarán a la estación de Tritón dentro de once días. ¡Esperen nuestras informaciones sobre los magníficos descubrimientos hechos!
La emisión continuó. Se sucedieron otras noticias, pero nadie escuchaba ya. Todos habían rodeado a Veda y la felicitaban.
Ella sonreía, arreboladas las mejillas, con una inquietud oculta en el fondo de los ojos.
Acercóse también Dar Veter. Veda sintió la fuerte presión de su mano, entrañable y necesaria, y encontró una mirada franca. Hacía tiempo que no la había mirado así. Veda conocía bien el triste desvío que se traslucía en su anterior actitud con respecto a ella. Y sabía que él no leía en su rostro solamente gozo…
Dar Veter dejó con lentitud la mano de ella, sonrió a su manera, con su sin par sonrisa clara; alejose. Los compañeros comentaban animadamente la noticia. Veda, en medio del corro, observaba a Dar Veter con el rabillo del ojo. Y vio que Evda Nal se acercaba a él.
Un minuto más tarde, Ren Boz se unió a ambos.
— ¡Hay que buscar a Mven Mas, pues él no sabe nada todavía! — exclamó Dar Veter, como si cayera de pronto en la cuenta —. Venga conmigo, Evda. ¿Viene usted también, Ren?
— Y yo — dijo Chara Nandi, incorporándose a ellos —. ¿Me lo permiten?
Salieron hacia el dulce chapoteo de las olas. Dar Veter se detuvo, ofreciendo el rostro al frescor de la brisa, y dio un profundo suspiro. Al volverse, encontró la mirada de Evda Nal.
— Me marcharé, sin pasar por casa — respondió a la pregunta muda.
Evda le tomó del brazo. Los cuatro caminaron un rato en silencio.
— Estaba pensando — murmuró Evda —: ¿será ésa la mejor solución? Seguramente lo es y usted tiene razón. Si Veda…
No terminó la frase, pero Dar Veter, comprensivo, le estrechó la mano y se la acercó a la mejilla. Ren Boz los seguía, a prudente distancia de Chara, que le miraba de soslayo con sus grandes ojos, ocultando una burlona sonrisa, en tanto caminaba a largos pasos.
De pronto, riendo por lo bajo, le ofreció al físico su brazo libre. Ren Boz se aferró a él con ansia que parecía cómica en hombre tan vergonzoso.
— ¿Dónde buscaremos a su amigo? — inquirió Chara, deteniéndose al borde del agua.
Dar Veter advirtió, a la clara luz de la luna, unas huellas humanas sobre la mojada arena. Simétricas, separadas por espacios iguales, parecían impresas con una máquina.
— Ha ido hacia allá — dijo Veter señalando a unas peñas.
— Sí, éstas son sus huellas — confirmó Evda.
— ¿Por qué está tan segura? — repuso Chara, dudosa.
— Fíjese en la regularidad de los pasos. Así andaban los cazadores primitivos o los que heredaron sus rasgos. Y yo creo que de todos nosotros, Mven, a pesar de su erudición, es el que está más cerca de la naturaleza. Aunque tal vez sea usted, Chara… — y Evda se volvió hacia la pensativa muchacha.
— ¿Yo? ¡Oh, no! — y tendiendo el brazo hacia adelante, exclamó —: ¡Ahí está!
En la peña más cercana, se destacaba la inmensa figura del africano, reluciente a la luz de la luna, igual que un mármol negro bruñido. Mven Mas agitaba las manos con energía, como si amenazase a alguien. Los potentes músculos de su fornido cuerpo se destacaban netos, semejantes a bolas, bajo la brillante piel.
— ¡Parece el espíritu de la noche, de los cuentos infantiles! — comentó en voz baja Chara, emocionada.
Al divisar a los que se acercaban, Mven Mas saltó de la peña para reaparecer al instante, vestido ya. En pocas palabras, Dar Veter le contó lo ocurrido. El africano manifestó su deseo de ver a Veda Kong inmediatamente.
— Vaya con Chara — dijo Evda —. Nosotros nos quedaremos aquí un poco…
Dar Veter se despidió de él con un gesto. La expresión del rostro del africano denotaba que éste había comprendido todo; en un arranque casi infantil, balbució unas palabras de adiós, hacía tiempo olvidadas. Dar Veter, emocionado y pensativo, se alejó en compañía de la silenciosa Evda. Ren Boz, lleno de turbación, quedó parado unos instantes; luego, echó a andar en pos de Mven Mas y Chara Nandi.
Evda y Dar Veter llegaron al promontorio que resguardaba el golfo de los embates del mar. Desde allí, se veían con nitidez las lucecillas que contorneaban las enormes balsas circulares de la expedición marítima.
Después de empujar hasta el agua una canoa transparente, Dar Veter se irguió ante Evda, aún más corpulento y vigoroso que el africano. Ella, alzándose de puntillas, besó al compañero que partía.
— Veter, yo estaré con Veda — le prometió, respondiendo a los pensamientos de él —.
Volveremos juntas a nuestra zona y esperaremos allí la llegada de los astronautas.
Cuando se coloque de nuevo, comuníquemelo; para mí será siempre un placer ayudarle…
Durante largo rato, Evda acompañó con la mirada a la canoa, que se adentraba en el mar de plata…
Dar Veter ganó la segunda balsa, donde todavía trabajaban los mecánicos para terminar cuanto antes la instalación de los acumuladores. A petición de Dar Veter, encendieron tres luces verdes, en triángulo.
Al cabo de una hora y media, el primer espiróptero que pasaba se detuvo sobre la balsa y soltó su ascensor. Dar Veter montó en él. Durante un segundo, al ascensor se le vio brillar bajo el iluminado fondo del espiróptero y, al instante, desapareció por la escotilla. Al amanecer, Dar entraba ya en su domicilio fijo, situado no lejos del observatorio del Consejo; aún no había tenido tiempo de cambiar de vivienda. Abrió los grifos de insuflación de aire en sus dos habitaciones. Unos minutos más tarde no quedaba ni mota del polvo acumulado. Luego, sacó de la pared el lecho, hizo girar la vivienda hacia la parte de donde venía el olor y el chapoteo del mar, a los que estaba acostumbrado en los últimos tiempos, y se durmió profundamente.
Despertó con la sensación de que el mundo entero había perdido sus encantos. Veda estaba lejos, y seguiría estándolo, mientras… ¡Pero él tenía el deber de ayudarla, de no complicar la situación!
Un gran chorro giratorio de agua fresca, electrizada, se abatió sobre él en el baño. Dar Veter estuvo bajo aquella ducha tanto rato, que llegó a sentir frío. Refrescado, acercóse al aparato de TVF, abrió sus espejeantes portezuelas y llamó a la estación más próxima de distribución de trabajo. En la pantalla apareció un rostro joven. El muchacho reconoció a Dar Veter y le saludó con un leve matiz de respeto, lo que era considerado como una muestra de exquisita cortesía.