Mven Mas, como de ordinario, salió al gran balcón del Observatorio y empezó a pasear por él con rápidas zancadas. En sus cansados ojos brillaban aún las remotas galaxias que enviaban a la Tierra sus olas rojas como señales en demanda de socorro y llamamientos al cerebro omnipotente del hombre. Mven Mas rió por lo bajo, lleno de confianza en sí mismo. Aquellos rayos rojos estarían un día tan próximo del ser humano como los que arrancaban destellos de roja luz escarlata, plena de vida, del cuerpo de Chara Nandi en la Fiesta de las Copas Flamígeras, aquella Chara que inesperadamente se le había aparecido como la imagen de la cobriza hija de la Épsilon del Tucán, la muchacha de sus sueños.
Y al orientar el vector de Ren Boz, lo haría precisamente hacia la Épsilon del Tucán, no sólo con la esperanza de ver aquel mundo espléndido, sino además, ¡en honor de ella, su representante en la Tierra!
Capítulo IX. UNA ESCUELA DEL TERCER CICLO
La escuela del tercer ciclo se encontraba en el Sur de Irlanda. Anchos campos, viñedos y robledales descendían de las verdes colinas hacia el mar. Veda Kong y Evda Nal, que habían llegado a la hora de los estudios, iban despacio por el pasillo circular que rodeaba las clases, situadas en el perímetro del redondo edificio. Como el día estaba nublado y caía una lluvia menuda, las lecciones se daban en los locales cerrados, en vez de en las praderas, al pie de los árboles, como de ordinario.
Veda Kong — que bajo la influencia del ambiente se sentía de nuevo una colegiala — se escondía a escuchar junto a las entradas, construidas, como en la mayoría de las escuelas, sin puertas, en los salientes de las paredes dispuestas en forma de bastidores de teatro. Evda Nal imitó a su amiga. Las dos mujeres se asomaban con sigilo a las clases, procurando encontrar la hija de Evda y que no las vieran.
En la primera clase advirtieron un vector, trazado con tiza azul en todo el muro y rodeado de una espiral que se enrollaba a lo largo de él. Dos sectores de la espiral estaban circundados de elipses transversales en las que había inscrito un sistema de coordenadas rectangulares.
— ¡Ya están aquí las matemáticas bipolares! — exclamó Veda con cómico espanto.
— ¡Esto es algo más! — objetó Evda —. ¡Detengámonos un minuto!
— Ahora, que ya conocemos las sombrías funciones del movimiento coclear, o espiral progresivo, que han surgido siguiendo el vector — explicaba un profesor ya entrado en años, de ojos profundos y ardientes —, pasaremos a la noción del «cálculo repagular». El nombre de este cálculo procede de una antigua palabra latina que significa «barrera», más exactamente, tránsito de una calidad a otra, tomado en su aspecto bilateral — y el profesor mostró una ancha elipse, secante de la espiral —. Dicho de otro modo, es el estudio matemático de los fenómenos de transición recíproca.
Veda Kong se ocultó tras el saliente de la pared y tiró de su amiga, agarrándola de la mano.
— ¡Esto es nuevo! Corresponde a la parte de que hablaba Ren Boz a orillas del mar.
— La, escuela siempre enseña a los alumnos lo más nuevo y rechaza de continuo lo viejo. Si la joven generación repitiese los viejos conceptos, ¿cómo podríamos asegurar un progreso rápido? Se pierde muchísimo tiempo en transmitir a los niños los conocimientos de nuestros mayores. Transcurren decenios hasta que el joven adquiere una instrucción completa y es apto para la ejecución de grandiosas empresas. Esta pulsación de las generaciones, en que se avanza un paso y se retroceden nueve décimas hasta que el nuevo relevo crece y se capacita, es para el ser humano la más dura ley biológica de la muerte y del renacer. Mucho de lo que hemos aprendido en el dominio de las matemáticas, la física y la biología ha envejecido. Otra cosa es su historia, ésa envejece más despacio, porque ella misma es viejísima.
Se asomaron a otra clase. La profesora, que estaba de espaldas a ellas, y los escolares, pendientes de la conferencia, no se dieron cuenta. Eran robustos muchachos y muchachas de diecisiete años. El carmín de sus mejillas denotaba la atención profunda con que escuchaban la lección.
— Nosotros, la humanidad, hemos pasado por las más rudas pruebas — la voz de la profesora tenía trémolos de emoción —. Y hasta el presente, lo principal de la historia que estudiamos en la escuela es el análisis de los errores de la humanidad y sus consecuencias. Hemos pasado por una complicación insoportable de la vida y los objetos de uso corriente hasta llegar a la simplificación máxima. La complicación de la existencia condujo a la simplificación de la cultura espiritual. No debe haber ninguna clase de objetos superfluos que aten al ser humano, cuyos sentimientos y percepciones son mucho más sutiles y complejos en la vida sencilla. Todo lo relativo a satisfacer las necesidades cotidianas es meditado y resuelto por las más preclaras mentes, así como los problemas más importantes de la ciencia. Hemos seguido el camino general de evolución del mundo animal, que tendía a liberar la atención mediante la automatización de los movimientos y el desarrollo de los reflejos en la actividad del sistema nervioso del organismo. La automatización de las fuerzas productivas en la sociedad ha creado un sistema reflejo análogo de dirección en la producción de carácter económico y permitido a multitud de personas dedicarse a lo que es hoy el trabajo fundamental del ser humano: las investigaciones científicas. La naturaleza nos ha dado un gran cerebro investigador, aunque al principio éste se dedicase únicamente a la búsqueda de alimentos y a la averiguación de si eran o no comibles.
— ¡Muy bien! — dijo Evda Nal en un susurro, y en aquel momento advirtió a su hija.
La muchacha, sin sospechar nada, miraba pensativa a la ondulada superficie del cristal que impedía ver el exterior.
Veda Kong, curiosa, la comparaba con la madre. Los mismos lisos cabellos, largos y negros, pero en la hija, entrelazados por un cordoncillo azul celeste y recogidos en dos grandes rodetes. Igual óvalo del rostro, que se estrechaba abajo y tenía algo de infantil a causa de la frente, demasiado ancha, y de los salientes pómulos. Una chaquetilla de seda artificial, blanca como la nieve, acentuaba el color cetrino de la piel y la intensa negrura de los ojos, cejas y pestañas. Un collar de coral grana resaltaba la originalidad indiscutible de su fisonomía.
La hija de Evda llevaba, como todos los alumnos de la clase, unos pantalones anchos y cortos que sólo se diferenciaban por unos flecos rojos a lo largo de las costuras laterales.
— Es un adorno hindú — respondió bajito Evda Nal a la sonrisa interrogante de su amiga.
Apenas ambas mujeres hubieron retrocedido al pasillo, la profesora salió de la clase.
En pos de ella salieron impetuosos algunos alumnos, entre ellos, la hija de Evda. La muchacha se paró de pronto al ver a la madre, cuyo orgullo y constante ejemplo quería imitar. Evda ignoraba que en la escuela existía un círculo de admiradores suyos que habían decidido seguir en la vida el mismo camino que la célebre psicóloga.
— ¡Mamá! — susurró la muchacha y, luego de lanzar una mirada tímida a la acompañante, se abrazó a su madre.
La profesora se detuvo y acercóse más.
— Debo informar al Consejo de la escuela — dijo, sin hacer caso del gesto de protesta de Evda Nal —. Sacaremos algún provecho de su visita.
— Mejor será que saquen ustedes provecho de ésta… — bromeó Evda, presentando a Veda Kong.
La profesora de historia se arreboló, rejuveneciéndose al instante.
— ¡Magnífico! — exclamó, procurando conservar el tono ejecutivo —. Pronto se celebrará la fiesta de la nueva promoción. De su marcha a la vida. Los consejos de Evda Nal y una breve conferencia de Veda Kong sobre las civilizaciones y razas antiguas serán un gran regalo para nuestros jóvenes. ¿Verdad que sí, Rea?