Inesperadamente, ella le advirtió; sus espaciados ojos reflejaron sorpresa y admiración.
Levantóse, irguiendo el cuerpo con soberbia elegancia, y le tendió a Mven Mas la mano abierta. La frecuente respiración agitaba el pecho de la espléndida mujer, y en aquel minuto alucinante, el africano recordó a Chara Nandi.
¡Offaallikor!
Aquella voz melodiosa, dulce y sonora a un tiempo, penetró hasta el corazón de Mven Mas. Despegó los labios para responderle, pero en el lugar de la visión se alzó una llamarada verde y un tremendo chasquido silbante hizo retemblar toda la sala. En tanto iba perdiendo el conocimiento, el director de las estaciones exteriores sentía que una fuerza blanda, pero irresistible, le plegaba en tres y le hacía girar, como el rotor de una turbina, para aplastarle finalmente contra algo duro… Y el último pensamiento de Mven Mas fue de zozobra por la suerte de la estación del 57 y de Ren Boz…
El personal del Observatorio y los constructores, que se encontraban a distancia del lugar del suceso, en una ladera, habían visto muy poco. En el profundo cielo Tíbetano habíase encendido de súbito un resplandor tan intenso, que eclipsaba la luz de las estrellas. Una fuerza invisible se abatió desde gran altura sobre la montaña donde se hallaba la instalación experimental. Allí tomó la forma de una tromba que levantó consigo una enorme cantidad de piedras. Aquel embudo negro, de un kilómetro de ancho, partió raudo, como disparado por un gigantesco cañón hidráulico, hacia el edificio del Observatorio; remontóse y volvió a la montaña para golpear de nuevo la instalación, destrozando todos los aparatos y barriendo sus restos, hechos añicos. Un instante más tarde renacía la calma. El aire polvoriento guardaba un olor a piedra ardiente y un tufo acre, mezclados con un extraño aroma que recordaba el de las floridas costas de los mares tropicales.
En el lugar de la catástrofe, la gente observó que una ancha zanja de calcinados bordes surcaba el valle y que la vertiente de la montaña había sido arrancada por completo. El edificio del Observatorio permanecía indemne. La zanja había llegado al muro sudeste y, después de destruir la galería de distribución de las máquinas mnemotécnicas, se había empotrado en la cúpula de la cámara subterránea, recubierta de una capa de cuatro metros de basalto fundido. El basalto estaba desgastado y brillante, como bruñido por una pulimentadora gigantesca. Pero una buena parte había quedado intacta salvando la vida a Mven Mas y protegiendo la cámara subterránea.
Un arroyuelo de plata se había solidificado hundiéndose en el terreno: eran los fusibles, completamente fundidos, de la central energética de recepción.
Poco después se consiguió restablecer los cables del alumbrado suplementario. El faro de la vía de acceso iluminó un espectáculo sorprendente: el metal de las construcciones de la instalación experimental se extendía por la zanja, que parecía cromada, en refulgente placa. Del escarpe de la montaña vertical y liso, como cortado por un cuchillo, emergía un trozo de espiral de bronce. La piedra se había derretido, igual que el lacre bajo el sello candente, y formaba una capa vidriosa. Las espiras del rojizo metal, con los blancos dientes de los contactos de renio, se incrustaban en ella brillando a la luz eléctrica como una flor de esmalte. Y al ver aquella colosal joya de doscientos metros de diámetro, sentíase espanto ante la fuerza ignota que la había fabricado.
Cuando se hubo desbrozado la entrada a la cámara subterránea, encontraron a Mven Mas de rodillas, postrada la frente sobre el escalón inferior.
Por lo visto, el director de las estaciones exteriores, al recobrar el conocimiento por un instante, había intentado salir de allí. Entre los voluntarios se hallaron médicos. El robusto organismo del africano y unas medicinas no menos potentes triunfaron de la contusión.
Mven Mas se levantó, temblando y tambaleándose, sostenido por ambos lados.
— ¿Y Ren Boz?…
La gente que rodeaba al sabio se ensombreció. El director del Observatorio repuso con voz ronca:
— Ren Boz ha sufrido terribles lesiones. Lo más probable es que muera pronto…
— ¿Dónde está?
— Lo han encontrado al otro lado de la montaña, en su vertiente oriental. Debió de ser lanzado desde su instalación. En la cumbre no queda nada… hasta las ruinas han sido arrasadas por completo.
— ¿Y él yace allí?
— No se le puede tocar. Tiene fracturados los huesos y rotas las costillas…
— ¿Cómo?
— Y el vientre abierto, se le han salido las entrañas…
A Mven Mas se le doblaron las piernas y agarróse convulsivamente al cuello de los que le sostenían. Pero la voluntad y la razón no le fallaron.
— ¡Hay que salvar a Ren Boz a toda costa! ¡Es un gran sabio!..
— Lo sabemos. Cuatro doctores le asisten. Está dentro de una tienda esterilizada, puesta allí para la intervención quirúrgica. Al lado, esperan dos donadores de sangre. El tiratrón, el corazón y el hígado artificiales funcionan ya.
— Entonces llévenme al puesto de conferencias. Pónganse en comunicación con la red mundial y llamen al centro de información de la zona Norte. ¿Qué ha sido del sputnik 57?
— Le hemos llamado. No contesta.
— Busquen el sputnik con el telescopio y examínenlo con el inversor electrónico a la ampliación máxima… Comprueben las máquinas mnemotécnicas y la calidad de las grabaciones de la experiencia.
— Las máquinas están muy averiadas y en el indicador no hay nuevas grabaciones.
— ¡Todo se ha perdido! — barbotó Mven Mas, agachando la cabeza.
El hombre de guardia nocturna en el centro Norte de información vio en la pantalla un rostro ensangrentado y unos ojos que brillaban febriles. Después de mirar atentamente, reconoció al director de las estaciones exteriores, personalidad célebre en todo el planeta.
— Necesito hablar con Grom Orm, presidente del Consejo de Astronáutica, y con la psicóloga Evda Nal.
El de guardia asintió con la cabeza y empezó a pulsar los botones y a girar los bornes de la máquina mnemotécnica. La respuesta vino al cabo de un minuto.
— Grom Orm está preparando unos materiales en la casa-vivienda del Consejo, donde pasa las noches. ¿Le llamo?
— Llámele. ¿Y Evda Nal?
— Está en la escuela cuatrocientos diez, en Irlanda. Si es preciso, intentaré llamarla…
— el de guardia consultó un es quema — al puesto de conferencias 5654 SP.
— ¡Muy preciso! ¡Es asunto de vida o muerte!
El de guardia apartó los ojos de los esquemas.
— ¿Ha ocurrido alguna desgracia?
— ¡Una gran desgracia!
— Le entregaré la guardia a mi ayudante, y yo mismo me ocuparé de su asunto.
¡Espere!
Mven Mas se derrumbó sobre el sillón que le habían acercado e hizo un esfuerzo para concentrar sus pensamientos y energías. En la estancia entró presuroso el director del Observatorio.
— Acabamos de fijar la posición del sputnik 57. ¡No existe ya!
Mven Mas se levantó como si no hubiera recibido lesión alguna.
— Queda un trozo de la parte delantera, el puerto para el arribo de naves cósmicas — prosiguió el terrible informe —. Vuela siguiendo la misma órbita. Seguramente, hay también otros trozos pequeños, pero todavía no han sido encontrados.
— Por consiguiente, los observadores…
— ¡Han perecido sin duda!