— Cierto, y por ello frenamos de momento el desarrollo del tercer sistema de señales del hombre — asintió Evda —. La lectura de los pensamientos facilita mucho las relaciones mutuas entre los individuos, pero requiere un gran gasto de energías y debilita los centros de inhibición. Y esto último es lo más peligroso…
— Sin embargo, debido a la fuerte tensión nerviosa, la mayoría de la gente, los verdaderos trabajadores, vive sólo la mitad de los años que podría vivir. A mi entender, la medicina es incapaz de luchar contra esto; sólo queda prohibir el trabajo. Pero ¿quién se avendría a dejar el trabajo para vivir unos años más?
— Nadie, porque el miedo a la muerte hace aferrarse a la vida únicamente cuando ésta ha transcurrido en una estéril y nostálgica espera de alegrías no experimentadas — dijo soñadora Evda Nal, pensando sin querer que en la isla del Olvido tal vez la gente viviera más tiempo.
Mven Mas, que había vuelto a adivinar sus pensamientos, le propuso, severo, ir al Observatorio a descansar. Y ella accedió sumisa.
…Dos meses más tarde, Evda Nal encontró a Chara Nandi en la sala superior del Palacio de la Información, semejante, por sus altas columnas, a una iglesia gótica. Los inclinados rayos de sol que caían de arriba se entrecruzaban, a media altura de la sala, en bella claridad, bajo la que reinaba una dulce penumbra.
La muchacha, con las manos a la espalda, cruzados los pies, se apoyaba en una columna. Y Evda Nal, como siempre, no pudo menos de apreciar debidamente su sencillo vestido corto, gris, con adornos azules, y muy escotado.
Al acercarse Evda, Chara miró por encima del hombro, y sus tristes ojos se animaron al verla.
— ¿Qué hace usted aquí, Chara? Yo creía que se estaba preparando para maravillarnos con una nueva danza, y resulta que le atrae la geografía.
— Los tiempos de las danzas han pasado — repuso seria —. Ahora estoy eligiendo trabajo en la esfera que me es conocida. Hay una plaza vacante en una fábrica de cueros artificiales, situada en los mares interiores de las Célebes, y otra en un centro de cultivo de plantas vivaces, en el lugar donde antes se encontraba el desierto de Atacama. El trabajo en el Atlántico me gustaba. ¡Cuánto fulgor y luminosidad, qué gozo produce la fuerza del océano, la comunión instintiva con él, el juego diestro y la competición hábil con sus poderosas olas, que están siempre allí al lado, y en cuanto se termina el trabajo, a ellas!..
— A mí también, cuando me entrego a la añoranza, me asalta al instante el recuerdo del sanatorio psicológico de Nueva Zelanda donde yo empecé a trabajar de enfermera. Y Ren Boz, después de sus espantosas heridas, declara ahora que nunca fue tan dichoso como en los tiempos en que era mecánico ajustador de girópteros. Pero usted misma comprenderá, Chara, ¡que eso es debilidad! Cansancio, de la enorme tensión que se requiere para mantenerse a esa altura creadora que usted, auténtica artista, ha conseguido alcanzar. Y mayor será ese cansancio cuando su cuerpo haya perdido su magnífica carga de energía vital. Pero mientras no la pierda, concédanos a todos nosotros la alegría de su arte y su belleza.
— Usted no sabe, Evda, lo que yo siento. Cada preparación de una nueva danza es una jubilosa búsqueda. Me doy cuenta de que la gente recibirá una vez más algo preciado que le reportará gozo y hondas emociones… Entonces, vivo sólo para eso. Y cuando llega el instante de realizar mi pensamiento, me entrego toda a una pasión ardiente, desenfrenada… Seguramente, eso se transmite a los espectadores y hace que la danza sea percibida con tanta fuerza. Me doy toda a todos vosotros…
— ¿Y luego? Viene una brusca depresión, ¿verdad?
— ¡Sí! Soy como una canción que vuela y se desvanece en el aire. Yo no creo nada que lleve la huella del pensamiento.
— Lleva algo más: ¡su aporte al alma de las gentes!
— Eso es muy inmaterial y transitorio, ¡yo me refiero a mí misma!
— ¿Todavía no ha amado usted nunca, Chara?
La muchacha bajó los ojos.
— Así parece — preguntó, en vez de contestar.
Evda Nal negó con la cabeza.
— Yo tengo en cuenta el gran amor de que es usted capaz, y no todo el mundo, ni mucho menos…
— Ya comprendo; mi gran pobreza de vida intelectual me da una gran riqueza de emociones.
— En general, el pensamiento es justo, pero yo lo aclararía agregando que usted está tan bien dotada en el aspecto emocional, que el otro aspecto no será nunca pobre, aunque sea más débil por ley natural de las contradicciones. Bueno, estamos divagando sobre cosas abstractas, y yo tengo que hablarle de un asunto urgente, directamente relacionado con nuestra conversación. Mven Mas…
La muchacha se estremeció.
Evda Nal la tomó del brazo y la llevó a un ábside lateral de la sala, cuyo revestimiento de madera oscura armonizaba severo con la policromía, azul y oro, de los cristales de las anchas ventanas en ojiva.
— Chara, querida, usted es una florecilla terrestre amante de la luz y trasplantada a un planeta de una estrella doble. Dos soles, uno azul y el otro rojo, van por el cielo, y la florecilla no sabe hacia cuál volverse. Pero usted es hija del sol rojo, ¿y para qué tender hacia el azul?
Con fuerza y ternura, Evda Nal atrajo a la muchacha hacia su hombro, y ella, inesperadamente, se apretó contra su pecho. La famosa psicóloga acarició con maternal cariño aquellos abundantes cabellos, un poco ásperos, pensando que milenios de educación habían conseguido sustituir las mezquinas alegrías personales por otras grandes, comunes. Mas ¡qué lejos se estaba aún de la victoria sobre la soledad del alma, especialmente de una alma como aquélla, rebosante de sentimientos e impresiones, alimentada por un cuerpo lleno de vida!.. Y dijo en voz alta:
— Mven Mas… ¿Sabe usted lo que le ha ocurrido?
— ¡Claro: ¡Toda la Tierra discute su fracasado experimento!
— ¿Y usted qué opina?
— ¡Que él tiene razón!
— Yo creo lo mismo. Por ello hay que sacarlo de la isla del Olvido. Dentro de un mes, tendrá lugar la reunión anual del Consejo de Astronáutica. Se examinará su culpa y el fallo será sometido a la sanción del Control del Honor y del Derecho, que vela por el destino de cada uno de los habitantes de la Tierra. Yo tengo fundadas esperanzas de que la condena sea leve, pero es preciso que Mven Mas esté aquí. A un hombre que es tan emotivo como usted, no le conviene permanecer largo tiempo en la isla, ¡y mucho menos en soledad!
— ¿Acaso soy yo una mujer tan chapada a la antigua para trazar los planes de mi vida en dependencia de los asuntos de un hombre, aunque este hombre sea el elegido por mí?
— Chara, hija mía, no me diga nada. Yo los he visto juntos y sé lo que usted significa para él… Y él para usted. No censure a Mven por haberse marchado sin verla, ocultándose de usted. Comprenda que una persona como él, y como usted misma, no podía ir así a ver a su amada, ¡no le quepa duda, Chara! Mísero, vencido, esperando el juicio y el exilio, ¿cómo iba a presentarse ante usted que es uno de los ornatos del Gran Mundo?
— Yo no me refiero a eso, Evda. ¿Me necesita él ahora, cuando está cansado, roto?…
Yo temo que tal vez le falten fuerzas para una gran exaltación espiritual; en este caso no se trata de la razón, sino de los sentimientos necesarios… para esa creación que es el amor, de un sublime amor del que a mi parecer somos los dos capaces… Entonces, vendría para él una segunda pérdida de fe en sí mismo, ¡y no soportaría la divergencia con la vida! Por eso, yo pensaba que lo mejor para mí ahora sería estar en el desierto de Atacama.
— Tiene usted razón, Chara, pero solamente en un aspecto. Hay además el de la soledad y la autocondena excesiva en un gran hombre apasionado que no tiene hoy ningún apoyo, puesto que ha dejado nuestro mundo. Yo misma habría ido allá… Pero tengo a Ren Boz medio muerto, y él, como herido grave, goza de más derecho. Dar Veter ha sido designado para construir el nuevo sputnik; ésa será su aportación a Mven Mas. Y no me equivocaré si le digo a usted, con firmeza: vaya a su lado y no le exija nada, ni siquiera una mirada cariñosa, ni planes para el futuro, ni ningún amor. Limítese a ayudarle, siembre en él la duda acerca de su propia razón, y luego, vuélvalo a nuestro mundo. Usted es capaz de hacerlo, Chara. ¿Irá?