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«Achernar, la Alfa de Erídano, a gran altura en el cielo austral, cerca del Tucán.

Distancia: 21 parsecs… El regreso de la astronave con esa misma tripulación es imposible», se sucedían rápidos los agudos pensamientos.

La pantalla se apagó, y pareció raro el aspecto de aquella sala recoleta, acondicionada para las meditaciones y asambleas de los moradores de la Tierra.

— Esa estrella verde — resonaron de nuevo las palabras del presidente —, cuyas rayas espectrales denotan abundancia de circonio, es un poco mayor que nuestro Sol — y Grom Orm enumeró las coordenadas del astro rico en circonio.

«Su sistema — continuó — comprende dos planetas gemelos que giran el uno frente al otro, a una distancia de la estrella correspondiente a la energía que recibe del Sol la Tierra.

«El espesor de la atmósfera, su composición y la cantidad de agua coinciden con las condiciones terrestres. Tales son los datos preliminares de la expedición del planeta ZR519. Estas informaciones atestiguan la ausencia de vida superior en los planetas gemelos. La vida superior, pensante, transforma la naturaleza hasta tal punto, que su existencia se advierte incluso con una observación superficial efectuada desde una astronave en vuelo a gran altura. Es de suponer que esa vida no haya podido desarrollarse allí o que todavía no haya empezado a hacerlo. Y ello es una excepcional suerte. Pues si hubiera allí vida superior, el mundo de la estrella verde estaría cerrado para nosotros. Hace más de tres siglos, el año 72 de la época del Circuito, nuestros antepasados iniciaron ya el estudio de la cuestión de poblar los planetas donde existiera vida superior pensante, aunque no hubiese alcanzado el nivel de nuestra civilización.

Entonces se decidió que toda irrupción en semejantes planetas conduciría inevitablemente a actos de violencia, a causa de la profunda incomprensión.

«Nosotros sabemos ahora cuan grande es la diversidad de los mundos de nuestra Galaxia: estrellas azules, verdes, amarillas, blancas, rojas, anaranjadas; todas ellas contienen hidrógeno y helio, mas, por la diferente composición de sus núcleos y envolturas, se denominan carbónicas, ciánicas, de titanio, de circonio; se diferencian por el carácter de sus radiaciones y por sus temperaturas, elevadas o bajas, así como por los elementos que integran su atmósfera y sus núcleos. Encontramos los planetas más diversos, que difieren unos de otros tanto por sus volúmenes, la densidad, la composición y el espesor de sus respectivas atmósferas e hidrosferas, como por su distancia al astro y condiciones de rotación. Sabemos además otra cosa: que nuestro planeta, con su superficie cubierta de agua en el 70 % y su proximidad al Sol, que vierte sobre ella un poderoso torrente de energía, constituye una base excepcional de una pujante vida, rica en biomasa y abundante en transformaciones continuas.

«Por ello la vida se ha desarrollado en nuestra Tierra más de prisa que en otros mundos donde estaba encadenada por la falta de agua y de energía solar o por una litosfera reducida. Y más rápidamente que en planetas demasiado ricos en agua. Hemos visto, en transmisiones por el Circuito, la evolución de la vida en planetas muy inundados, de una vida que trepaba desesperadamente por los tallos de las plantas que emergían de las eternas aguas.

— En nuestro planeta, rico en agua, la superficie continental es también relativamente pequeña para la acumulación de energía solar por las plantas alimenticias, por la madera o, simplemente, por instalaciones termoeléctricas.

«En períodos antiquísimos de la historia del globo terráqueo, la vida se desarrollaba con más lentitud en los pantanos de las tierras bajas del período paleozoico que en los altos continentes del neozoico, cuando se luchaba no sólo por el alimento, sino por el agua.

«Sabemos que para una vida exuberante, llena de pujanza, se requiere una correlación determinada, lo más conveniente posible, entre las aguas y las tierras y que nuestro planeta está cerca de ese coeficiente óptimo. Tales planetas no son muchos en el Cosmos, pero cada uno de ellos constituye un valiosísimo tesoro para nuestra humanidad, como nuevo terreno donde establecerse y proseguir su perfeccionamiento.

«Hace ya mucho que la humanidad dejó de temer la superpoblación, que asustara en un tiempo a nuestros antepasados. E incesantemente, tendemos afanosos hacia el Cosmos, ensanchando cada vez más la zona para la instalación de las gentes, pues ello es también avance, ley inevitable del progreso. Las dificultades para asimilar planetas muy distintos de la Tierra por sus condiciones físicas eran tan grandes, que hizo nacer en el pasado la idea de establecer a los hombres en el Cosmos mediante enormes ingenios, semejantes a sputniks, pero mucho mayores. Vosotros no ignoráis que uno de tales islotes artificiales fue construido en vísperas de la época del Circuito. Me refiero al Nadir, situado a dieciocho millones de kilómetros de la Tierra. Allí vive todavía una pequeña colonia… Pero la ineptitud de aquellos angostos receptáculos, demasiado pequeños para la vida humana, era tan evidente, que ahora sorprende la ingenuidad de nuestros antepasados, pese a la audacia de su proyecto en el aspecto técnico.

«Los planetas gemelos de la estrella verde circónica son muy semejantes al nuestro.

No son aptos o presentan grandes dificultades de adaptación para los febles habitantes del planeta ZR519 que los han descubierto. Por ello se han apresurado a transmitirnos estas informaciones, como hacemos nosotros con nuestros descubrimientos. La estrella verde se encuentra a una distancia de la Tierra que no ha salvado ninguna de nuestras astronaves. Alcanzando sus planetas, nos adentramos lejos en el Cosmos. Y nos adentraremos no encerrados en el reducido mundillo de un ingenio artificial, sino sobre la firme base de unos grandes planetas lo bastante espaciosos para organizar una vida cómoda y una potente técnica. Ésta es la causa de que me haya extendido en detalles acerca de los planetas de la estrella verde, recabando vuestra atención sobre ellos. Los considero de excepcional importancia a los efectos de las investigaciones. La distancia de setenta años-luz es accesible para una astronave del tipo del Cisne, ¡y tal vez proceda enviar la 38a expedición precisamente a Achernar!

Grorn Orm calló y, después de dar vuelta a una manija que había en el pupitre de la tribuna, volvió a su sitio.

En el lugar que ocupara hacía un momento el presidente del Consejo, alzóse ante los espectadores una pequeña pantalla, en la que apareció, de medio cuerpo, la maciza y atlética figura de Dar Veter, que muchos conocían bien. El ex director de las estaciones exteriores, acogido por las silenciosas aclamaciones de las luces verdes, sonrió al auditorio.

— Dar Veter se encuentra actualmente en el desierto radiactivo de Arizona — explicó Grom Orm —, desde donde se lanzan cohetes a una altura de cincuenta y siete kilómetros para reconstruir el sputnik. Quiere deciros su opinión como miembro del Consejo.

— Propongo la solución más sencilla — expandióse una voz alegre, a la que el aparato transmisor portátil daba sonoridad metálica —. Que no se envíe una expedición, ¡sino tres!

Los miembros del Consejo y el público quedaron pasmados de sorpresa. Dar Veter, que no era orador, no recurrió a una pausa efectista.

— El primitivo plan de envío de las dos astronaves de la 38ª expedición a la estrella triple EE7723…

Al instante, Mven Mas se imaginó aquella estrella triple, denominada de antiguo la Omicron 2 de Erídano. Situado a menos de cinco parsecs del Sol, aquel sistema — compuesto de una estrella amarilla, otra azul y otra roja — poseía dos planetas carentes de vida, pero no era tal circunstancia lo que hacía interesante la investigación. La estrella azul de aquel sistema era una enana blanca. Teniendo un volumen igual al de un gran planeta, su masa equivalía, sin embargo, a la mitad de la del Sol. El peso específico medio de la materia de aquella estrella era dos mil quinientas veces superior a la densidad del metal terrestre más pesado: el iridio. La atracción, los campos electromagnéticos, los procesos de formación de elementos químicos pesados en ella eran de enorme interés e importancia para su estudio directo desde la menor distancia posible. Máxime teniendo en cuenta que la décima expedición astral, enviada antaño a Sirio, había tenido tiempo de advertir de un peligro antes de su perecimiento. Sirio, estrella doble azul, vecina del Sol, comprendía también una enana blanca más grande y menos cálida que la Omicron 2 de Erídano B y 25.000 veces más densa que el agua. No había sido posible llegar a aquella cercana estrella, debido a los enormes torrentes de meteoritos que se entrecruzaban y la ceñían, estando demasiado dispersos para que pudiera determinarse con exactitud la extensión de los peligrosos fragmentos. Entonces, hacía trescientos quince años, se había proyectado una expedición a la Omicron 2 de Erídano.