Una oropéndola amarilla clara, posada en una rama, lanzaba presuntuosa al viento su gracioso silbido.
El límpido cielo se extendía sobre los cedros, argentado por alados cirros. Erg Noor se adentró en la penumbra del bosque, impregnada del acre olor de la resina y de las agujas de los cedros, y, luego de atravesarla, ascendió por una colina enjugándose la mojada cabeza. El acotado bosquecillo que rodeaba la clínica de neurología no era ancho, y Erg Noor salió pronto al camino. El riachuelo alimentaba con sus aguas unas escalonadas piscinas de cristal lechoso. Varios hombres y mujeres, en traje de baño, surgieron de una curva y se lanzaron a todo correr por una senda bordeada de policromas flores. Aunque el agua otoñal no debía de estar templada, los que corrían se tiraron a la piscina, luego de animarse unos a otros con bromas y risas, y nadaron cascada abajo en bullicioso tropel.
Erg Noor no pudo menos de sonreír: eran sin duda trabajadores de alguna fábrica o granja cercana que empezaban a aprovechar el tiempo de reposo.
Nunca el planeta en que naciera le había parecido tan bello a Erg Noor, que pasó la mayor parte de su vida en los estrechos límites de un navío cósmico. Sentía una inmensa gratitud a todas las gentes y a la naturaleza terrestre que habían contri buido a salvar a Niza, a su astronauta de ondulados cabellos rojizos. ¡Aquel día ella misma había ido a su encuentro en el jardín de la clínica! Después de consultar a los médicos, habían acordado ir juntos a un mismo sanatorio polar de neurología. Niza se encontraba en perfecto estado de salud desde que fueran rotas las cadenas de la parálisis, suprimiendo la tenaz inhibición de la corteza cerebral, provocada por la descarga de los tentáculos de la cruz negra. Sólo quedaba devolverle la antigua energía después del largo sueño cataléptico.
¡Niza vivía, Niza estaba sana!
Vio una figura femenina que venía sola y presurosa hacia él por la bifurcación del camino. La habría reconocido entre miles de mujeres: era Veda Kong. La misma Veda que tanto ocupara sus pensamientos hasta que se puso en claro la divergencia de sus destinos. Acostumbrado a los diagramas de las máquinas calculadoras, Erg Noor se imaginaba sus propios afanes como una brusca curva tendida hacia el cielo, mientras que la vida y la obra de Veda eran como una línea, cernida sobre la tierra, que penetraba en las profundidades de los siglos pasados del planeta. Las dos líneas aquellas se separaban, alejándose más y más la una de la otra.
El rostro de Veda Kong, que él conocía en sus menores detalles, sorprendió de pronto a Erg Noor por su parecido con el de Niza. Eran iguales el óvalo estrecho, los ojos separados, la despejada frente, las largas cejas arqueadas, la boca grande, de labios dulcemente burlones… Hasta su nariz, un poquitín larga, ligeramente arremangada, la hacía semejante a la otra, como si fueran hermanas. La única diferencia consistía en que Veda miraba siempre a la cara, con aire pensativo, mientras que la tenaz cabecita de Niza Krit se erguía a menudo en juvenil arranque.
— ¿Me está usted examinando? — preguntó Veda asombrada.
Tendió ambas manos a Erg Noor, que las llevó a sus mejillas, oprimiéndolas contra ellas. Veda, estremecida, se apresuró a retirarlas. El astronauta esbozó una débil sonrisa.
— Quería dar las gracias a esas manos que han cuidado a Niza… Ella… ¡Lo sé todo!
Había que estar constantemente a su lado, y usted renunció a una expedición interesante.
¡Dos meses enteros!..
— No renuncié, sino que demoré el viaje en espera de la Tantra. De todos modos, era ya tarde; además, ¡su Niza es un encanto! Las dos nos parecemos, pero ella, con su tendencia al cielo y su fidelidad probada, bien merece ser la compañera del vencedor del Cosmos y las estrellas de hierro…
— ¡Veda!..
— ¡Hablo en serio, Erg! Ahora no estamos para bromas. ¿No lo percibe usted? Hace falta que todo quede claro.
— ¡Para mí ya lo está! Sin embargo, se lo agradezco, y no por mí, sino por ella.
— ¡No me lo agradezca! Me habría dolido mucho que usted hubiera perdido a Niza…
— Comprendo, pero no puedo creerla, porque la conozco y sé que es incapaz de semejantes cálculos. Mantengo mi gratitud.
Erg Noor acarició el hombro de Veda y posó la mano en el brazo. Echaron a andar juntos por el desierto camino y siguieron en silencio hasta que Erg Noor volvió a hablar:
— ¿Y quién es él?
— Dar Veter.
— ¿El que fue director de las estaciones exteriores? Vaya, vaya…
— Erg, está usted diciendo palabras hueras. Parece otro…
— Puede que haya cambiado… Pero yo conocía a Dar Veter solamente por su trabajo y creía que él era también un soñador del Cosmos.
— Y lo es. Un soñador del mundo sideral que sabe compaginar el cariño a las estrellas con un amor a la Tierra de antiguo labrador. Un hombre de ciencia con grandes manos de obrero.
Involuntariamente, Erg Noor se miró su mano estrecha, con largos dedos, recios, de matemático y de músico.
— ¡Si usted supiera, Veda, cuánto amo ahora a la Tierra!..
— Después del mundo de las tinieblas y del largo viaje con Niza, paralizada, se comprende. Pero…
— ¿Este amor no puede ser la base de mi vida?
— No. Usted es un verdadero héroe, y por ello, insaciable en su afán de hazañas. Y este auténtico amor lo llevará siempre con cuidado, como una copa llena, temeroso de verter una sola gota sobre la Tierra, para ofrecérselo al Cosmos. ¡Mas en provecho de esa misma Tierra!
— Veda, si usted hubiera vivido en los Siglos Sombríos, ¡la habrían quemado en la hoguera!
— No es la primera vez que me lo dicen… Bueno, ya está aquí la bifurcación. ¿Y dónde están sus zapatos?
— Los dejé en el jardín, cuando salí a su encuentro. Tendré que volver.
— Hasta la vista, Erg. Aquí, mi misión ha terminado, ahora comienza la suya. ¿Dónde nos veremos de nuevo? ¿Solamente a la partida de la astronave?
— ¡No, no! Niza y yo pasaremos tres meses en un sanatorio polar. La invito a ir allí con él, con Dar Veter.
— ¿A qué sanatorio? ¿Al Corazón de Piedra, de la costa septentrional de Sibera, o al Hojas de Otoño, de Islandia?
— Para ir al Círculo Polar Ártico es tarde. Nos enviarán al hemisferio Sur, pues allí empezará pronto el verano, al Alba Blanca, de la Tierra de Graham.
— De acuerdo, Erg. Si Dar Veter no se marcha inmediatamente a reconstruir el sputnik 57. Creo que antes prepararán los materiales…
— ¡Vaya con su hombre terrestre! Se estará casi un año en el cielo…
— ¡Déjese de ingeniosidades! Ese cielo está muy cerca en comparación con los infinitos espacios que nos han separado a usted y a mí.
— ¿Y lo lamenta, Veda?
— ¿A qué lo pregunta, Erg? En cada uno de nosotros hay dos mitades: una tiende afanosa a lo nuevo, la otra guarda el recuerdo de lo pasado y volvería gozosa a ello.
Usted sabe esto, como sabe también que nunca ese regreso consigue llegar al objetivo.
— Sí, pero la pena queda… como una corona sobre una tumba querida. Béseme, Veda, ¡buena amiga mía!..
Ella le besó sumisa; luego, apartó levemente al astronauta y echó a andar de prisa hacia la carretera por donde pasaba la línea de electrobuses. Erg Noor la siguió con la mirada hasta que el robot-conductor paró el vehículo y el vestido rojo de Veda desapareció tras la portezuela transparente.