La imagen en la pared se acható, vino a pegarse en la superficie y se apagó.
— ¿Hay que bajar? — preguntó Eléa.
— No, ven…
Tomó la cobija, envolvió a Eléa y la llevó a la terraza.
Se deslizaron entre las hojas bajas de las palmeras de seda y fueron a apoyarse en la elevada rampa de la borda.
El cielo estaba oscuro, sin luna. Las innumerables estrellas brillaban en el firmamento con un destello perfecto. Los focos luminosos de los aparatos de vuelo, multicolores, pareciendo más o menos grandes según su altitud, modificaban su ruta y parecían aspirados por una corriente que los llevaba todos en la misma dirección, la de la Boca.
En el suelo, la alerta había despertado a los habitantes de la casa de recreo, amarrados en la planicie, o entre las ruinas, en los límites del agua y del servicio. Sus cáscaras traslúcidas posaban sobre la noche la luz de sus formas: pescado de, oro, flor azul, huevo rojo, huso verde, esfera, estrella, poliedro gota…
Algunas estaban levantando vuelo y tomando el camino de la Boca. Las otras se apagaron rápidamente. Una serpiente blanca quedó encendida alumbrando una pared destrozada.
— ¿Qué esperan esos para apagar?
— De todas maneras es inútil… Si es un arma ofensiva, tiene muchas otras maneras de encontrar su objetivo.
— ¿Crees que es una?
— Sola, es poco probable…
Delante de ellos, de repente, un trazo luminoso subió desde el horizonte. Luego dos, después tres, cuatro.
— ¡Están tirando!… — dijo Paikan.
Los dos miraron al cielo donde ya nada aparecía más que la indiferencia de las estrellas al fondo del infinito.
Eléa se estremeció, abrió la cobija y apretó a Paikan contra ella. Muy arriba, hubo bruscamente una nueva estrella gigante, que se destrozó y se expandió en una cortina lenta de luz rosa, ionizada,
— ¡Y ahí está!… No podían errarle…
— ¿Qué piensas que era?
— No lo sé… Reconocimiento, quizá… o bien simplemente un desgraciado carguero cuyas sirenas estaban atascadas… En todo caso, era, ya no es más.
Las sirenas los sobresaltaron de nuevo. Uno no se acostumbra a ese horrible ruido. Anunciaban el final de la alerta. Las luces de las casas de recreo se encendieron unas tras otra.. A lo lejos un vuelo de aparatos se elevó de la Boca como un manojo de chispas.
Sobre la pared del cuarto, la imagen renació y cavó el muro. Eléa y Paikan deseaban tener noticias, pero después de esta intrusión del absurdo y del horror en la dulzura de la noche, ésta les parecía tan frágil, tan preciosa, que no querían dejarla. Paikan hundió su llave en la placa de la rampa. La imagen dejó la pared del cuarto y salió. Paikan la dirigió dando vuelta la placa móvil, y la instaló en el follaje de la palmera de seda. Se sentó en el pasto, de espaldas a la rampa, Eléa apretada contra él. La brisa del oeste, apenas fresca, daba vueltas alrededor de la Torre y venía a bailar sus caras. Las hojas sedosas temblaban y flotaban en el viento liviano. La imagen era luminosa y estable en sus tres dimensiones y colores, el locutor de pelo colorado hablaba con gravedad, pero no se entendía una sola palabra de las que pronunciaba. Un cubo negro nació en el fondo de la imagen, invadió todo el haz receptor y borró al locutor. El rostro nervioso de un hombre muy joven apareció en el cubo. Sus ojos marrones encendidos de pasión, sus cabellos lacios, casi negros, no caían más abajo que sus orejas.
— ¡Un estudiante! — dijo Eléa.
Hablaba con vehemencia.
–.. ¡La Paz! ¡Conservemos la Paz! ¡Nada justifica la guerras jamás! ¡Pero nunca sería más atroz y absurda que hoy, en el momento en que los hombres están a punto de ganar la batalla contra la muerte! ¿Vamos a masacramos por los prados floridos de la Luna? ¿Por los rebaños de Marte y sus pastores negros? ¡Absurdo! ¡Absurdo! ¡Hay otros caminos hacia la estrellas! ¡Dejen a los Enisores mordisquear el espacio! ¡No comerán todo! Déjenlos pelear contra el infinito ¡Llevamos aquí una batalla mucho más importante!
¿Por qué el Consejo Director nos deja en la ignorancia de los trabajos de Coban? Se los digo, en nombre de aquellos que desde años atrás trabajaban a su lado: ¡Ha ganado! ¡Está hecho! En el laboratorio 17 de la Universidad, bajo la campana 42, una mosca vive desde hace 545 días ¡Su tiempo normal de vida es de 40 días! ¡Vive, y es joven, es soberbia! Hace un año y medio ha bebido la primera gota experimental del suero universal de Coban. Dejen trabajar a Coban. Su suero está a punto. Las máquinas van a poderlo fabricar pronto. No envejecerán más. La muerte estará infinitamente lejos. Salvo si os matan. ¡Salvo si hay una guerra! ¡Exijan del Consejo Director que rehuse la guerras, que declare la Paz a Enisorai! ¡Que dejen trabajar a Coban¡Que él…
En un abrir y cerrar de ojos, su imagen se redujo al tamaño de una avellana, y desapareció. El hombre de pelo rojo fue en su lugar, primero un fantasma trasparente, luego una imagen firme.
–.. disculpen esta emisión pirata…
El cubo negro lo absorbió totalmente, revelando de nuevo al joven vehemente.
— …bombardeos en órbita lejana, ¡pero han inventado algo peor! El Consejo Director puede decirnos ¿qué arma monstruosa ocupa el emplazamiento de Gonda 1? ¡Los Enisores son hombres como nosotros! Qué quedará dé nuestras esperanzas y de nuestras vidas, si ésta…
El cubo se volvió negro nuevamente, se aplastó en sus dos dimensiones y el busto del locutor tomó su lugar… presidente del Consejo Director os habla.
El presidente Lokan apareció. Su rostro magro estaba grave Y triste. Su cabellera blanca cala hasta sus hombros, estando el izquierdo desnudo. Su boca fina, sus ojos de un azul muy claro hicieron un esfuerzo para sonreír mientras pronunciaba palabras tranquilizadoras. Sí, había habido incidentes sobre la zona internacional de la Luna, sí, los dispositivos de defensa del Continente habían destruido un satélite sospechoso, sí, el Consejo Director tuvo que tomar medidas, pero nada de todo esto era verdaderamente grave. Nadie deseaba más la paz que los hombres que tenían por misión dirigir los destinos de Gondawa. Se haría todo para preservarla.
— Coban es mi amigo, casi mi hijo. Estoy al corriente de sus trabajos. El Consejo espera el resultado de sus experiencias sobre el hombre para ordenar, si ellas son positivas, la construcción de la máquina que fabricará el suero universal. Es una inmensa esperanza, pero ella no debe apartarnos de nuestra vigilancia. En cuanto a lo que ocupa el emplazamiento de Gonda 1, Enisorai lo sabe, y les diré solamente esto: es un arma tan aterradora, que su sola existencia debe garantizamos la paz.
Paikan posó su mano sobre la placa de mando y la imagen se apagó. Amanecía. Un pájaro parecido a un mirlo, pero cuyo plumaje era azul y la cola crespa, se puso a silbar desde lo alto del árbol de seda. De todos los árboles de la terraza y de sus arbustos en flor, pájaros de todos los colores le contestaron. Para ellos, no había angustia, ni en el día, ni en la noche.
No había cazadores en Gondawa.
Los prados floridos de la Luna… Los rebaños de Marte y sus pastores negros…
Los sabios de EPI pidieron explicaciones, Eléa había ido a la Luna en viaje de placer con Paikan. Ella se las pudo mostrar. Ellos vieron los «prados floridos», y los bosques de árboles finos, frágiles, con delgados troncos interminables, desarrollándose en espigas o matas que los hacían parecer inmensas gramíneas.
Vieron a Eléa y Paikan, descendidos del avión que los había llevado con otros viajeros, actuar como niños con la débil gravedad. Tomaban su empuje con algunos pasos gigantes, saltaban juntos agarrados de la mano, atravesaban los ríos de un solo salto liviano, se elevaban a la cima de las colinas o arriba de los árboles, se posaban sobre sus espigas cubiertas de granos de polen gruesos como naranjas, se sacudían para hacerlos volar en nubes multicolores, se dejaban caer como una lluvia de copos.