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Eléa y Paikan fueron sorprendidos por la actividad anormal que reinaba en la calle debajo de ellos. Guardias de verde en uniforme de guerra, los cabellos trenzados y con cascos en la cabeza, se desplazaban en plena pista, sin asombrarse de ver pasar por encima de sus cabezas este aparato al cual la calle, normalmente le estaba vedada. Señales de color palpitaban encima de las puertas, llamadas de nombres y de números resonaban, ayudantes de laboratorio, vestidos color salmón se apuraban en los corredores, sus largos cabellos envueltos en mantillas herméticas. No era el barrio de los Estudios, pero el de los Trabajos e Investigaciones. Ningún estudiante arrastraba por ahí sus pies desnudos y sus cabellos cortos.

El aparato se posó sobre la punta de una encrucijada en forma de estrella. Uno de los guardias condujo a Eléa al laboratorio 51. Paikan los siguió. Fueron introducidos en una pieza vacía en medio de la cual, un hombre vestido de color salmón, de pie, esperaba. La ecuación de Zoran, sellada en rojo sobre el lado derecho de su pecho lo designaba como jefe de laboratorio.

— ¿Usted es Eléa? — preguntó él.

— Soy Eléa.

— ¿Y usted?

— Paikan.

— ¿Quién es Paikan?

— Soy de Eléa — dijo Paikan.

— Soy de Paikan — dijo Eléa.

El hombre reflexionó un momento.

— Paikan no ha sido convocado — dijo—. Coban quiere ver a Eléa.

— Yo quiero ver a Coban — contestó Paikan.

— Le voy a hacer saber que está usted acá. Va a esperar.

— Acompaño a Eléa — dijo Paikan.

— Yo soy de Paikan — dijo Eléa.

Hubo un silencio, luego el hombre prosiguió:

— Le voy a avisar a Coban… Antes de verlo, Eléa debe pasar un test general. Aquí está la cabina…

Abrió una puerta traslúcido. Eléa reconoció la cabina standard en la cual todos los seres vivientes de Gondawa se encerraban, al menos una vez por año, para conocer su evolución fisiológica y modificar, si era el caso, su actividad y su alimentación.

— ¿Es necesario? — preguntó ella.

— Es necesario.

Eléa entró en la cabina y se sentó sobre la silla.

La puerta se cerré nuevamente, los instrumentos se iluminaron alrededor suyo, relámpagos de color brotaron frente a su cara, los analizadores ronronearon, el sintetizador restalló. Estaba terminado. Ella se levantó y empujó la puerta. Ésta permaneció cerrada. Sorprendida empujó más fuerte, sin resultado.

Llamé, inquieta:

— ¡Paikan!

Del otro lado de la puerta, Paikan gritó:

— ¡Eléa!

Trató nuevamente de abrir, ella adivinaba que había una cosa terrible en esta puerta cerrada. Gritó:

— ¡Paikan, la puerta!

Él se precipitó. Ella vio su silueta aplastarse contra el panel traslúcido. La cabina se estremeció, sus instrumentos destrozados cayeron al suelo, pero la puerta no cedió.

Detrás de la espalda de Eléa, el tabique de la cabina se abrió.

— Venga, Eléa — dijo la voz de Coban.

Dos mujeres estaban sentadas frente a Coban. Una era Eléa, otra, morena, muy bella, de formas más llenas, más opulenta. Eléa era el equilibrio en la medida perfecta, la otra era el desequilibrio que da el impulso hacia la riqueza. Mientras que Eléa protestaba, reclamaba a Paikan, exigía de reunirse con él, la otra había callado, mirándola con calma y simpatía.

— Espere, Eléa — dijo Coban—, espere a saber.

Llevaba el vestido severo de los ayudantes de laboratorio, pero la ecuación de Zoran, sobre su pecho, estaba impresa en blanco. Caminaba de arriba abajo; los pies desnudos como un estudiante, entre sus mesas— pupitres y la red de alvéolos que contenía varias decenas de millares de bobinas de lectura.

Eléa calló, demasiado positiva para emperrarse en un esfuerzo inútil. Escuchó.

— Usted no sabe — dijo Coban—, lo que ocupa el emplazamiento de Gonda l. Se lo voy a decir. Es el Arma Solar. A pesar de mis protestas, el Consejo está decidido a utilizarlo si Enisorai nos ataca. Y Enisorai está decidido a atacamos para destruir el Arma Solar antes de que la utilicemos. Dada su complejidad y la enormidad de sus dimensiones, se necesitará casi medio día entre la iniciación del proceso de arranque y el momento en que el Arma saldrá de su alojamiento. Es durante este medio día que se jugará la suerte del mundo. Pues si el Arma levanta vuelo pega, será como si el Sol mismo cayera sobre Enisorai, Enisorai se quemará, se fundirá, chorreara… Pero la tierra entera sufrirá el choque de rebote. ¿Qué quedará de nosotros después de algunos segundos? ¿Qué quedará de la vida?..

Coban calló. Su mirada trágica pasaba por encima de las dos mujeres. Murmuró:

— Quizá nada… nada más…

Comenzó de nuevo su paseo de animal prisionero que busca en vano una salida.

— Y si los Enisores consiguen impedir la salida del Arma — dijo—, la destruirán, y a nosotros también. Son diez veces más numerosos que nosotros y más agresivos. No podemos resistir a su multitud. Nuestra única defensa contra ellos era de inspirarles miedo, ¡pero les hemos dado demasiado miedo!

— Nos van a atacar con todos sus recursos, y si ganan, no dejarán nada de una raza y de una civilización capaz de fabricar el Arma Solar. Es por ello que la Semilla negra ha sido distribuida a los habitantes de Gondawa. Para que los prisioneros elijan, si ellos lo desean, morir por su propia mano antes que sobre las hogueras de Enisorai…

Eléa se irguió, combativo.

— ¡Es absurdo! ¡Es horroroso! ¡Es inmundo! ¡Se debe poder impedir esta guerras! ¿Por qué no hace usted algo en vez de gemir? ¡Sabotée el Arma! ¡Vaya a Enisorai! ¡Lo escucharán!

¡Usted es Coban!

Coban se paró frente a ella, la miró gravemente, con satisfacción.

— Usted ha sido bien elegida — dijo.

— ¿Elegida por quién? ¿Elegida para qué?

No contestó a estas preguntas, sino a la precedente.

— Yo hago algo. Tengo emisarios en Enisorai que han tomado contacto con los sabios del Distrito del Conocimiento. Ellos comprenden los riesgos de la guerra. Si pueden tomar el poder, la paz está salva. Pero queda poco tiempo. Tengo cita con el presidente Lokan. Voy a tratar de convencer al Consejo de renunciar al Arma Solar, y de hacerlo saber a Enisorai. Desgraciadamente tengo en contra mío a los militares, que no piensan más que en la destrucción del enemigo, y el ministro Mozran, que ha construido el arma y que tiene deseos de verla funcionar, si fracaso, he hecho también otra cosa. y es por ello que han sido elegidas ustedes dos, y otras tres mujeres de Gondawa quiero salvar la vida.

— ¿La vida de quién?

— ¡La vida, no más la vida!… si el arma solar funciona durante algunos segundos más de lo previsto, la tierra estará estremecida a un punto tal que los océanos saldrán de sus fosas, los continentes se partirán, la atmósfera alcanzará el calor del acero fundido y quemará todo hasta en las profundidades del suelo. No se sabe, no se sabe dónde se detendrán los desastres. A causa de su poderío aterrador, Mozran no ha podido jamás probar el Arma, aun en una escala reducida. No se sabe, pero se puede predecir lo peor. Lo que he hecho…

— Escuche, Coban — dijo una voz—, ¿quiere saber las noticias?

— Si — contestó Coban.

— ¡Helas aquí! Las tropas enisoras en guarnición sobre la Luna han invadido la zona internacional. Un convoy militar salido de Gonda 3 hacia nuestra zona lunar ha sido interceptado por fuerzas enisoras antes de alunizar.

Ha destruido una parte de los asaltantes. La batalla continúa. Nuestros servicios de observación lejana tienen la prueba que Enisorai ha hecho volver sus bombas nucleares puestas en órbita alrededor de Sol, y las ha dirigido hacia Marte y la Luna. Escuche, Coban, está terminado.