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— ¡Entonces tome otra mujer! — gritó Eléa—. ¡Hay millones!

— No — dijo Coban—, no hay millones, había cinco, y no queda más que usted… El Ordenador la ha elegido porque es excepcional. ¡No, no otra mujer, y no otro hombre, es usted y yo! No hablemos más, le ruego, está decidido.

— Usted y yo — dijo Eléa.

— Usted y yo — contestó Coban.

— Lo odio — dijo Eléa.

— Yo no la amo — contestó Coban—. Eso importa poco.

— Escuche, Coban — dijo una voz—, el presidente Lokan quiere hablarle y verlo.

— Lo escucho y lo miro — dijo Coban.

La imagen de Lokan surgió en un rincón de la pieza. Coban la desplazó, para que hiciera frente, del otro lado de la mesa. Lokan parecía agobiado por la angustia.

— Escuche, Coban — dijo—. ¿Dónde están sus enviados para tomar contacto con los hombres del Distrito del Conocimiento de Enisor?

— Espero un informe de un momento a otro.

— ¡No se puede esperar más! ¡No se puede! Los enisores bombardean nuestras guarniciones de Marte y de la Luna con bombas nucleares. Las nuestras están en marcha y vamos a retrucarles. Pero, por atroz que sea, aún no es nada. El ejército de invasión enisor esta saliendo de sus montañas huecas y emplazándose en sus bases de partida. ¡Dentro de algunas horas, va a caer sobre Gondawa! ¡Al primer despegue señalado por nuestros satélites, yo desencadeno la puesta en marcha del Arma Solar! ¡Pero soy como usted, Coban, le tengo miedo a este horror! ¡Puede ser que haya todavía tiempo de salvar la Paz! El gobierno enisor sabe que el envío de su ejército significará la muerte de su pueblo. Pero, o le importa poco, o bien espera destruir el Arma antes de su despegues ¡Kutiyu está loco! ¡Solamente la gente del Distrito puede ensayar de convencerlo, o de derrocarlos! ¡No hay más que la mitad de un instante para perder, Coban! ¡Le suplico trate de entrar en contacto con ellos!

— No puedo alcanzarlos directamente. Voy a llamar a Partao, en Lamoss.

La imagen del presidente se borró. Coban hundió su llave en una placa.

— Oigan — dijo—, quiero ver y oír a Partao, en Lamoss,

— Partao en Lamoss — dijo una voz—. Llamo.

Coban explicó a Eléa:

— Lamoss es el único país que quedará neutral en este conflicto. Por una vez no tendrá mucho tiempo para aprovechar de ello… Partao es el jefe de la Universidad Lamo. Es él, mi contacto con la gente del Distrito.

Partao apareció y le dijo a Coban que se había puesto en contacto con Soutaku en el Distrito.

— Ya no puede hacer nada… está desamparado. Lo va a llamar directamente.

Una imagen macilenta se encendió al lado de la de Partao. Era Soutaku.. en toga y gorro redondo de profesor. Tenía el aire de un trastornado, hablaba haciendo gestos, se golpeaba el pecho y mostraba con un dedo tenso a alguna cosa o alguien a lo lejos. No se oía una palabra de lo que decía, superficies de colores cambiantes cortaban su imagen en trozos, temblaban, se juntaban, se separaban. Luego desapareció.

— No puedo decirle nada más — dijo Partao—. ¿Quizá buena suerte?…

— Esta vez — contestó Coban—, no habrá suerte para nadie.

Llamó a Lokan y lo puso al corriente. Lokan le pidió que fuera a juntarse con él al Consejo que iba a reunirse.

— Vengo — contestó Coban.

Se volvió hacia Eléa, que había asistido a la escena sin decir una palabra, sin hacer un gesto.

— Ya está — dijo con voz glacial—, ahora sabe adonde estamos. No hay lugar para los sentimientos. Entraremos esta noche en el Refugio. Mis asistentes la van a preparar. Recibirá, entre otros cuidados, la única dosis existente del suero universal. Ha sido sintetizado, molécula por molécula, en mi laboratorio personal, desde hace seis meses. La dosis precedente, soy yo quien la ha probado. Estoy listo, si por milagro no sucediese nada, habrá obtenido de ser la primera en disfrutar de la juventud eterna. En ese caso le prometo que la dosis siguiente será para Paikan. El suero le permitirá pasar sin inconvenientes al través del frío absoluto. La voy a confiar a mis hombres.

Eléa se levantó y corrió hacia la puerta. Golpeó a un guardia en la sien, con un golpe terrible de su mano izquierda cerrada. El hombre cayó. El otro asió la muñeca de Eléa y se la sujetó fuertemente en la espalda.

— ¡Lárguela! — gritó Coban—. ¡Les prohibo de tocarla! Les haga lo que les haga.

El guardia la soltó. Ella se precipitó hacia la puerta. Pero ésta no se abrió.

— Eléa — dijo— Coban—, si usted acepta el tratamiento sin debatirse, sin tratar de huir le autorizaré a volver a ver a Paikan antes de entrar en el Refugio. Ha sido llevado a la Torre y está informado de lo que ha sido de usted. Espera noticias suyas. Le he prometido que la volvería a ver. Si usted protesta, si se debate, corre el riesgo de comprometer su preparación, la hago anestesiar, y no lo volverá a ver jamás.

Eléa lo miró un momento en silencio, respiró profundamente para retomar el control de sus nervios.

— Puede hacer venir a sus hombres, no me moveré más. Coban apoyó sobre una placa. Una parte del tabique se corrió, descubriendo un laboratorio ocupado por guardias y ayudantes de laboratoristas entre los cuales Eléa reconoció al jefe del laboratorio que los habla recibido.

El hombre le indicó una silla frente a él.

— Venga — dijo.

Eléa se adelantó hacia el laboratorio. Antes de dejar el escritorio de Coban, se volvió hacia él.

— Lo odio — dijo ella.

— Cuando salgamos del Refugio sobre la Tierra muerta — le contestó Coban—, no habrá ni odio ni amor. No habrá más que nuestro trabajo…

Ese día Hoi — To había bajado dentro del Huevo con el material fotográfico que acababa de recibir del Japón, en particular reflectores con luz coherente por medio de los cuales esperaba poder iluminar la Sala del Motor, al través de la loza trasparente, y fotografiarlo.

Al pararse el motor del frío se había apagado, y la Sala por encima de la loza era ahora un bloque de oscuridad. La temperatura había subido rápidamente, la nieve y la escarcha se habían fundido, el agua había sido aspirada, la pared y el suelo secados con aire caliente.

Mientras que, los ayudantes colgaban los reflectores en trípodes bajos, Hoi — To, maquinalmente miraba alrededor suyo. La superficie de la pared le pareció extraña. No estaba pulida, tampoco era mate, sino como tornasolada. Pasó sobre ella sus dedos sensibles, luego las uñas. Éstas rechinaron.

Hizo dirigir un reflector sobre la pared, una luz rajante; miró con una lupa, improvisó una especie de microscopio con un teleobjetivo y lentejuelas. No le quedó más duda: la superficie de la pared estaba grabada con innumerables estrías, Y cada una de esas estrías era una línea de escritura gonda. Las bobinas de lectura, en la sala de los alvéolos habían estado descompuestas por el tiempo, pero la pared del Huevo, enteramente impresa con signos microscópicos, representaba el equivalente de una biblioteca considerable.

Hoi — To tomó inmediatamente algunos clisés, con ampliación máxima, en diferentes puntos de la pared, alejados los unos de los otros. Una hora más tarde él los proyectaba sobre la pantalla grande. Lukos, muy excitado, identificó los fragmentos del relato histórico y de los tratados científicos, una página de diccionario, un poema, un diálogo que era quizá una pieza de teatro o una discusión filosófica.

La pared del Huevo parecía ser una verdadera enciclopedia de los conocimientos de Gondawa.

Uno de los clisés proyectado constaba de numerosos signos aislados, en los cuales Lukos reconoció símbolos matemáticos. Rodeaban al símbolo de la ecuación de Zoran.