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Llamaron a la puerta. Elisa se levantó rápidamente.

– Adelante -dijo el Presidente, y entró el señor Díaz.

– El Director telefonea que si puede subir a verle. Dice que es urgente.

El Presidente miró a Elisa y ésta fue hacia la puerta. Antes de cerrarla dijo:

– Lo dicho, señor Presidente.

– De acuerdo, señorita.

El Presidente miró al señor Díaz y se sentó en su sillón.

– Dile al Director que puede subir cuando quiera.

CAPÍTULO X

– CUANDO TENGA USTED CINCUENTA AÑOS cumplidos comprenderá muchas cosas, que ahora no comprende, señor Ansúrez. Yo tenía esa edad y apenas si había resuelto mi primer fracaso sentimental. Y ella apareció por esa puerta… ¡Señor Ansúrez, le aseguro a usted que sólo verla justificaba cualquier pecado! Y yo no pensaba en el pecado para nada ni en la bondad y la maldad de las cosas, sino sólo en las cosas mismas, en aquella cosa de apenas veinte años que gritaba desde la puerta de mi despacho: ¡Señor Presidente, yo vengo a protestar de una injusticia! Lo era de verdad lo que se había hecho con ella, pero yo le aseguro a usted que no pensé para nada en si era justo o injusto lo que había sucedido en unas oposiciones a las que se presentaban tres muchachas para dos plazas. Pensaba solamente en que la solución estaba en mis manos y en que podía cobrarla a buen precio. Le dije: Señorita, éste no es lugar para tratar de esas cosas. Y me atreví a añadirle: Si quiere usted lo podemos discutir esta noche cenando juntos en un restaurante de la Capital. Y ante mi sorpresa ella me respondió que sí y que a qué hora y que en dónde íbamos a encontrarnos, etc. ¿Se da usted cuenta? ¡Póngase usted en mi lugar! Aquella noche, en un reservado del Rincón de Pepe, ella me contó su caso, y yo le toqué el culo por primera vez, ¿se da cuenta?, por primera vez. Un culo de poco más de veinte años, duro como una piedra, y yo con más de cincuenta. Me la llevé a la cama aquella noche en un hotel importante donde la hice pasar por mi mujer y donde nadie creyó que lo fuera. Al día siguiente, ya de vuelta a la ciudad, ella por un camino y yo por otro, le di el puesto a que aspiraba y que tan injustamente le habían arrebatado, pero también entraron las muchachas que tan injustamente habían ganado la oposición. Entraron delante de ella, pero ella ya las superó porque sabe más y es más inteligente. Le aseguro, señor Ansúrez, que no he vuelto a verla, que no he vuelto a tocar aquel culo adorable y prieto a que hice referencia. Ella siguió su camino, yo seguí el mío; ella se instaló abajo, entre todos ustedes, y se impuso por su valía; yo seguí aquí arriba, solo, con la tentación constante de llamarla, hasta que se me pasó, porque el tiempo todo lo cura y todo lo mata, hasta el deseo. Es todo cuanto tengo que decirle, señor Ansúrez.

CAPÍTULO XI

– PUES TE, ASEGURO que todo eso de la Capital es una mentira como una casa. Todo pasó en su despacho, en un rincón. Él había echado el pestillo de la puerta. No mentó la Capital, ni cena, ni hotel pana nada. Se cobró el precio allí mismo echando los bofes, indiferente a que a mí me gustara o no. Pero una cosa aprendí en aquella ocasión, fue a no gozar y a mantenerme fría viendo cómo aquel tío hacía el burro y quedaba con los ojos en blanco. Allí empecé a quererte, aunque no te conocía; allí empecé a desear a un hombre que no me tomara como precio de nada, sino como acto de amor y, como tal, gratuito. No soy pura pero soy virgen. Dejaré de serlo el día que me case contigo y que gocemos juntos en el mismo lecho. Todo lo que te ha contado el Presidente es cierto, pero al mismo tiempo es mentira, porque él gozó como un burro, lo recuerdo bien, mientras yo me aguantaba, sorprendida y fría, en aquel rincón. Si es a eso a lo que él llama maldad… Yo lo llamaría estupidez. Cuando tuve un poco arreglada la fachada, bajó conmigo, me presentó al Director, y le dijo: Aquí está Elisa, que viene a ocupar una plaza creada para ella. Espero que usted la considere una buena adquisición. ¡Y Va lo creo que el Director me considero así! A los dos días, todo el trabajo delicado venía al parar a mi mesa. Fue entonces cuando una mañana apareciste en ella y me dijiste: Señorita, la invito a que tome conmigo el café. Y yo te respondí que sí y comprendí inmediatamente que eras el hombre de mi vida. Ahora tú puedes decir sí o no.