Elisa venía tan pincha como de costumbre, un impermeable transparente por encima del traje color fucsia que se había hecho para las tardes. Se dieron un beso casto.
– ¿Adónde vamos? -dijo ella.
– A donde tú quieras. Podemos ir al cine.
– Bueno -respondió ella sin mucho entusiasmo.
Al quitarse la gabardina y dejarla doblada en el respaldo de la butaca quedó al descubierto el traje gris marengo.
– No me habías dicho que estás de estreno.
– Fui con mi madre esta tarde a comprarlo. ¿Te gusta? Es para la boda.
Ella le echó un vistazo y se detuvo en la corbata.
– Está bien, pero esa corbata… Te pondrás una gris. Es lo que se lleva. Pero mañana puedes ir con ésa a la oficina. -Como tú digas.
Se sentaron. Fulgencio García, suboficial de Infantería de Marina, dio un codazo a Julia Otero, sus labores.
– Esa que ves ahí, la del traje colorado, es Elisa Pérez, y el que va con ella un tal Pepe Ansúrez que trabaja en la Caja. Pues ese tipo dicen que está escribiendo una novela en la que mete en danza a todo el mundo, cada cual con sus devaneos. Como que tiene un fichero con las particularidades de la gente y lo lleva al día.
Julia Otero no se sintió nada cómoda con la noticia, porque también ella tenía sus particularidades. A Gemma Santos la noticia se la dio su novio, que era un empleado del Arsenal, y le trajo sin cuidado.
– Ese que ves que se está sentando ahora, un tal Pepe Ansúrez, de la Banca, dicen que está escribiendo una novela en la que saca a todo el mundo y a cada cual le inventa una historia. Menudo follón va a armarse cuando la publique.
– ¡Ah! ¿Sí?
El timbre avisó que se apagaban las luces. Los enamorados se cogieron de las manos, si no eran los más adelantados, que ésos iban más allá de hacer manitas en lo oscuro.
CAPÍTULO XX
PEPE ANSÚREZ, LLEGÓ UN POCO TARDE a la oficina para que todo el mundo le viese con el terno nuevo y la corbata de lunares. Dejó en el perchero el sombrero y la gabardina y sin pasar por su mesa, fue directamente al ascensor tras cuya puerta desapareció.
– Va a ver al Presidente. ¿No son ya demasiadas visitas?
El señor Díaz hacía pajaritas de papel. Ansúrez le dijo:
– Vengo a ver al Presidente.
El señor Díaz, sin decir palabra, se levantó y entró, después de una llamada discreta, en el despacho presidencial. Salió al poco rato.
– Puede usted entrar cuando quiera. Sea breve, que el señor Presidente está muy atareado.
Encima de la mesa del Presidente no había un solo papel, sino los acostumbrados brillos y reflejos. El Presidente, puesto de pie, la boca y los puños cerrados, esperaba detrás de la mesa.
– Usted dirá.
Pepe Ansúrez vaciló unos instantes, miró al Presidente, miró al sillón vacío, extendió el brazo, agarró el respaldo, pero no se sentó.
– Usted dirá -repitió el Presidente.
A Ansúrez le temblaron las piernas, los brazos, las manos, el cuerpo entero.
– ¿No me manda sentar? -dijo con un hilillo de voz.
– ¿Cómo?
– Si no me manda sentar -repitió Ansúrez con algo más de fuerza.
EL Presidente ocupó su sillón y estiró las piernas.
– Como usted quiera. Ya le habrá dicho Díaz que tengo prisa.
– Sí, señor Presidente. -Y mientras se sentaba añadió-: Voy a ser muy breve, voy a ser brevísimo. Quería decirle que no hay que extremar las cosas con mi novia, o dicho de otra manera: el malo lo inventaré Yo en la novela, no tiene por qué fingirlo usted en la realidad.
El Presidente lanzó un suspiro profundo, puso las piernas en su sitio, sonrió.
– Lo que hice fue por dar más realismo a la cosa, pero no vaya usted a creer…
– Yo no creo nada, señor Presidente. Yo me hago cargo de su situación pero quiero que usted se haga cargo de la mía.
El Presidente sacó la cajetilla y ofreció un pitillo a Ansúrez.
– Fume del mío y váyase tranquilo, que yo lo estoy también viéndole y oyéndole a usted. Bien llevadas las cosas, no creo que haya problemas. Todo es cuestión de palabras, y en el uso de las palabras usted es maestro. Espere que le doy fuego.
Sacó del chaleco un mechero negro y dorado cuya llamita tembló mientras Ansúrez encendía el pitillo. Él mismo la apagó, y se quedó mirando a don Leónidas.
– Muchas gracias, señor Presidente.