No dejó por eso de tener opositores, y aun enemigos más o menos declarados, más o menos maldicientes: en torno a su compañero de mesa se había formado el corro de los disidentes, y lo mismo se hacían apuestas en el sentido de que Pepe Ansúrez, al verse solo y aplaudido en medio del escenario, se había marcado un farol al afirmar que dejaba la poesía para dedicarse a la prosa narrativa, como en el más arriesgado que afirmaba que Pepe Ansúrez era incapaz de redactar una cuartilla en buena prosa, como no fueran los informes que cada día hacia para la Superioridad en una prosa profesional, hecha de lugares comunes bancarios, sobre los cuales no cabía duda de que Ansúrez tenía un perfecto dominio. «¿Y quién os dice, queridos amigos, que Ansúrez no va a escribir una novela en esa prosa? No hay como las fórmulas que usamos cada día para una buena declaración de amor.» «Le adeudo en su respetable cuenta del corazón las ansias y sudores de cada día, desde que usted, distinguida clienta, aparece por la puerta de empleados de esta su casa.» «Bien pudo usted recordar otras fórmulas más pertinentes al caso, querido amigo, que las hay en abundancia: pero como muestra de lo que puede ser la novela de nuestro admirado Vate, no está mal.» Y así siguieron en este plan de choteo, al prolongarse con unos vinos en El Veloz, que quedaba por allí cerca del teatro, el corro de la maledicencia.
Don Pedro López, llamado también Perico Entre Ellas no se sabía bien por qué, se gastó en vino Cariñena los duros que le había dado su mujer aquella mañana, dinero de bolsillo, por si acaso. Jamás de los jamases gastó don Perico con más gusto aquellos pocos duros, le vinieron casi justos, lo que sobraba lo dejó de propina, sólo por escuchar lo que aquellos cinco o seis del corro decían de Pepe Ansúrez, especialmente la nueva, la Montse, que había llegado de Barcelona para hacerse cargo de la computadora y dar clases de informática a tres o cuatro chicos y chicas que veían en ello su porvenir. Montse se había mostrado especialmente disconforme con la chalina del Vate, cuya moda relegaba a principios de siglo, la época de los sólo de ella conocidos Rusiñol y Casas. Los poetas de ahora, sentenciaba Montse, llevan corbatas corrientes, aunque de buen gusto, pues alguno queda dispuesto a llevar una calavera encima del pecho. A los de la calavera, Montse no los calificaba de modernos, aunque tampoco de antiguos. Para ellos, Montse tenía una sola palabra, anticuados.
CAPÍTULO III
AURITA, LA MUJER del señor López, llamaba a su marido Pedrito, y no Perico, que le parecía muy vulgar. Ambos vivían en una semiesquina: era un primer piso con balcón corrido de los de verja de hierro y tres habitaciones: en la una dormía el matrimonio, que no tenía hijos aunque Aurita hubiera rezado muchas novenas para tener por lo menos uno; en la segunda, que tenía dos luces al balcón y a la calle, estaba la sala, cuyos muebles había heredado Aurita de su madre y ésta de la suya: eran unos muebles antiguos de mucho mérito, y Aurita, que no tenía hija a quien legarlos, los conservaba sin embargo con sus cubiertas de dril tan antiguas como los muebles mismos. En la tercera habitación, próxima a la cocina y al mirador de atrás al que se abría su única luz, estaba el comedor que servía al mismo tiempo de cuarto de estar, de cuarto de trabajo y de biblioteca: allí conservaba don Perico sus libros y sus papeles que Aurita no tocaba ni con el plumero más que una vez al año, el día de la limpieza general.
Don Perico abrió la puerta con su llave y al oírle, sin decir una palabra, Aurita recogió de un rincón la bata y las zapatillas y ayudó a su marido silenciosamente a ponérselas. Don Perico no dijo nada hasta que estuvo sentado a la mesa, el plato caliente frente a él.
– Evidentemente sólo a un asno como Pepe Ansúrez se le puede ocurrir esa faena, tan difícil por no decir imposible en este caso, de escribir una novela sabiendo que la única persona en esta ciudad que entiende de novelas soy yo.
Aurita se había sentado frente a él y también su plato humeaba.
– Cualquier cosa que haga ese Pepe Ansúrez, siempre será lo de un asno. Te lo oído decir muchas veces.
– En este caso, muy especialmente, ¿Cómo va a escribir una novela si no sabe lo que es? Lo que él entiende por tal es muy anticuado. -Era la primera vez que usaba aquella palabra; miró el efecto que hacía sobre su mujer; pero ella no pareció inmutarse; don Perico continuó-: Pepe Ansúrez no ha leído más novelas que las del siglo XIX. ¿A cuál de ellas imitará? Cualquiera que sea la elegida, el resultado siempre será, más que antiguo, anticuado. Es peor ser anticuado que antiguo.